Circuito cultural San Cristóbal: un barrio con arte en la calle, libros en el garaje y bibliotecas al paso
A pocas cuadras de distancia se inauguraron en los últimos días diferentes espacios, como un salón de lectura y una librería a puertas cerradas; hay también muestras y festivales al aire libre
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Un salón de lectura en un garaje con sillas y mesas para pasar un rato entre libros. Dos bibliotecas al paso que invitan a hacer circular la literatura de mano en mano. Un taller de arte con un enorme y colorido mural de mosaicos en la fachada con 96 retratos de Carlos Gardel. Una librería a puertas cerradas que funciona en un antiguo PH, donde sus fundadoras proyectan crear un centro cultural. Ubicados a pocas cuadras de distancia, estas iniciativas impulsadas por vecinos de San Cristóbal forman un circuito barrial independiente que expande sus fronteras hacia Parque Patricios y Boedo. Con la idea de fomentar el encuentro y el intercambio de experiencias y saberes, ofrecen actividades culturales y artísticas, organizan muestras y festivales callejeros y siguen sumando propuestas aun en tiempos de pandemia.
En la silenciosa calle Salcedo al 2820, en el límite entre San Cristóbal y Parque Patricios, funciona hace un mes El patio de Salcedo, un salón de lectura armado por Norberto Payo en el garaje de su casa. A punto de cumplir 79 años, este vecino decidió compartir los libros de su biblioteca con quien quiera sentarse a leer. Con ocho hijos y once nietos, “Norbi”, como le dicen en el barrio, clasificó los títulos por géneros (novelas, poesía, arte, música, ciencias, historia, filosofía y más) y los ordenó sobre una mesa larga que tenía en la cocina para que estén al alcance de la mano de los interesados.
Payo abre las puertas del salón los martes, miércoles, jueves y sábados, entre las 10 y las 13. Un cartel pegado en la puerta anuncia que los sábados los vecinos pueden llevar su equipo de mate. “Estoy muy contento con lo que está pasando con esta propuesta. La gente se acerca para ver qué libros hay, y también, para donar. Algunos vienen con una valija repleta, porque se mudan o porque no tienen lugar, y yo clasifico los libros y los arreglo si tienen hojas rotas o la tapa suelta”, contó a LA NACION.
Sobre la mesa larga y en las estanterías hay de todo: El origen de las especies, de Charles Darwin; La docta ignorancia, de Nicolás de Cusa, un libro de1441; Pensamientos, de Marco Aurelio; La oración de la rana, de Anthony de Mello. En el sector para chicos y adolescentes están, entre otros, Platero y yo, de Juan Ramón Giménez; libros de preguntas y respuestas de Charlie Brown; algunos de la serie Elige tu propia aventura; historietas y clásicos de Jack London y Henry James. Además de prestarlos para leer allí mismo, también compra y canjea ejemplares usados.
Lo que más disfruta este hombre que fundó una galería de arte (en el salón hay algunas obras que le quedaron de su época de galerista), un instituto de enseñanza técnica y un negocio de materiales eléctricos, entre otros emprendimientos, es comentar los libros con los lectores y fomentar la reflexión y la charla distendida. “Por el momento vino poca gente, pero me contaron unas historias maravillosas. Lo más importante de este proyecto es la relación que se establece entre quienes se acercan”, agregó.
Antes de la pandemia, El patio de Salcedo era un salón de fiestas y eventos con cocina, patio y parrilla. Ahora, ese espacio se usa como sala de lectura con luz natural y vista al cielo, flores y plantas. Una frase pintada en una de las paredes internas resume el pensamiento de Norberto: “Vive para todos. Sus alegrías son tus alegrías”.
A pocas cuadras de allí, sobre la calle Constitución entre Sánchez de Loria y 24 de noviembre, inauguró el 21 de junio una librería a puertas cerradas, creada por dos mujeres inquietas: la editora Bettina Cositorto, fundadora del sello y la librería virtual Nazhira, y Selva Bianchi, diseñadora y coordinadora de los talleres creativos para la infancia Tiempo no apurado.
El proyecto “Nazhira en Tiempo no apurado” nació de la suma de la experiencia de Cositorto en el campo de la edición de títulos para la primera infancia y de la pasión de ambas por los libros y la difusión de la lectura. También, de las ganas de amar un espacio cultural en el barrio donde viven y trabajan para ofrecer una atención personalizada a quienes buscan libros para chicos (y no tan chicos) de excelente calidad tanto visual como en los contenidos.
La librería funciona en la casa de Selva, un PH antiguo reciclado con estilo y exquisito gusto, repleto de estanterías y bibliotecas que llegan hasta el techo. El catálogo muestra la predilección de las socias por los álbumes ilustrados, los libros raros y desconocidos, las producciones de los sellos independientes locales y extranjeros como Ojoreja, Unaluna, Periplo, Del Naranjo, Pequeño editor, Arte a Babor y Limonero. Quienes quieran conocer el espacio y descubrir los cientos de títulos a la venta deben concertar una cita por teléfono (116681-8539). Por el momento, los días de atención son los jueves y viernes entre las 14 y las 18.
“Nazhira es una editorial que estuvo en las ferias del libro desde que nació y por la pandemia perdimos ese espacio de encuentro, actividades y ventas. Se fortaleció la venta online y mucha gente empezó a preguntar si podía ver los libros o pasar a buscarlos. Pensé en poner una especie de ‘show book’ para atender esa demanda y hablando con Selva, en una caminata por el barrio, surgió la idea de poner una librería a puertas cerradas con cita previa”, contó Cositorto.
En las ferias de libros, la gente descubre títulos, editoriales y autores que no conoce. Toca los ejemplares, los hojea, se los muestra a los chicos, hace consulta a los editores, pide asesoramiento. Esas posibilidades que la virtualidad no ofrece las cubre ahora la visita a la librería barrial. “Nazhira en Tiempo no apurado” tiene el plus de estar atendida por especialistas en literatura infantil. Además de dictar talleres de expresión para chicas y chicos, Bianchi organiza un encuentro de lectura, Picnic de palabras, que se hizo en la plaza Martín Fierro un domingo por mes desde octubre de 2013 hasta la pandemia. Con formato de picnic (sobre los manteles colocados en el pasto, en lugar de sándwiches, se compartían libros), todos los meses participaba como invitado un autor, ilustrador o editor de literatura infantil.
“La idea es recibir a los que quieran descubrir libros, mirarlos, hacer preguntas sin apuro y con atención personalizada. Nunca, ni cuando pase la pandemia, habrá mucha gente dando vueltas por la librería porque lo que queremos es propiciar el encuentro y el diálogo uno a uno”, comenta Bianchi.
Otra particularidad de esta librería es que organizan muestras con obras e ilustraciones originales de varios de los libros que tienen a la venta. Durante este mes y el próximo, se exhiben piezas hechas con plastilina por Magdi Kelisek para su libro En la puntita de una hoja (Del Naranjo). Son cuadros con personajes con volumen, algo que solo se puede apreciar en vivo. Para el futuro, las dos sueñan con organizar charlas y presentaciones y convertir la librería barrial en un centro cultural.
En San Cristóbal hay un importante movimiento de artistas y muralistas, que se agrupan para intervenir paredes y fachadas con pinturas, mosaicos y textos. Los integrantes del taller Alikata, por ejemplo, hacen murales sociales en instituciones públicas vinculadas con la salud como la maternidad Sardá y el Hospital Garrahan. Hay también salas de teatro, como Planta Inclán, que al principio de la pandemia había puesto una heladera chica en la vereda para que los vecinos dejaran comida preparada para que pudiera llevarse quien la necesitara, y centros culturales, como Los Pompapetriyasos, creado por vecinos de Parque Patricios y alrededores, que hace teatro comunitario y dicta talleres artísticos, entre otras propuestas culturales.
Sobre la calle Inclán al 3000, a metros de la avenida Chiclana, un grupo de vecinos organizó en 2020 dos ferias al aire libre para que los artistas y emprendedores del barrio pudieran ofrecer sus productos directo al público. Instalaron puestos sobre las veredas, sacaron los parlantes a la calle, pusieron música y se armó el baile al ritmo del dos por cuatro. Libros, ropa, artesanías, comidas caseras y tango: la cuadra fue una fiesta. Allí mismo funcionan de manera permanente dos espacios culturales: una biblioteca al paso, con bancos en la vereda para sentarse a leer bajo los árboles que tiene como lema “Más libros, más libres”, y el taller y escuela de arte de Regina Satz, al 3090 de Inclán, que se reconoce de inmediato por los 96 retratos de Gardel hechos con mosaicos que decoran el frente.
La artista vive en esa casona desde 1993 y allí abrió su taller en 1995. Con los años, la propuesta creció hasta convertirse en una escuela de arte, donde se dictan clases de pintura, dibujo, mosaiquismo, música, guitarra, piano y canto, entre otras disciplinas. En el piso de arriba hay un estudio de baile para las clases de danza y tango.
Hace varios años que Satz organiza muestras con los trabajos y obras surgidos en los talleres: algunas se hicieron en la calle y otras, en el patio de la escuela. Cuando se sumaron otros vecinos con sus propuestas, se armó una fiesta barrial en la cuadra con música, arte y parrilla en la vereda.
“El mural en la fachada fue un trabajo colectivo con muchísima gente: participaron unas 150 personas. Lo hicimos en 2014 y se inauguró para el 80 aniversario de la muerte de Gardel, cuando la legislatura lo declaró sitio de interés cultural. En 2018 se estrenó un documental que narra la experiencia del mural, entre otras cosas que marcaron mi vida, como el atentado a la AMIA, donde yo trabajaba entonces”, cuenta Regina, que es una de las sobrevivientes de la explosión del edificio de Pasteur al 900.
La película, un docuficción dirigido por Ricardo Piterbarg, se llama Ikigai, la sonrisa de Gardel y se puede ver por la plataforma Cine.ar. Ikigai es una palabra japonesa que no tiene una traducción literal pero simboliza la idea de la felicidad de vivir.
Fue, justamente, la frase “la sonrisa de Gardel” la que inspiró a Satz para la creación del mural, que tiene unos 96 retratos del tanguero, siempre sonriente, claro, unos zorzales en pleno vuelo y las caras de diez mujeres emblemáticas del arte como Frida Kahlo. “Soy súper tanguera, bailo también y compongo. Cuando pensaba en el concepto del mural se me vino a la cabeza la sonrisa de Gardel y por eso lo puse como símbolo”.
En el taller de Regina conviven en magnífica armonía la plástica, la danza y la música. “El año pasado construí un pequeño escenario, que hasta ahora no pudimos usar, porque la idea es organizar actividades vinculadas con la música, el arte y el teatro en pequeña escala. Al ingresar enseguida se palpita la fusión de disciplinas culturales. Hay también una importante biblioteca de arte que es material de consulta permanente en las clases”, completa la artista.
A unas seis cuadras, en la esquina de Maza y Pavón, cerca del límite con Boedo, hay una casita de hierro y vidrio con libros adentro. Es la biblioteca al paso Maza, inaugurada el 20 de junio por Mariana Murray, Francisco Estraviz, Micaela Macia y Laura Visciglio. “Llevate un libro y dejá otro. La biblioteca al paso es una invitación a convidarnos lecturas. Confiamos en el placer que despiertan los libros, por ello habilitamos este espacio para soltar, liberar, llevar, regalar y compartir para que otras manos los reciban. Es una construcción colectiva del barrio para el barrio”, se lee en un cartel pegado en la puerta de la casita, que apareció un día y sorprendió a los vecinos y transeúntes.
Una de las impulsoras del proyecto, Laura Visciglio, docente y promotora del arte y la lectura, lleva adelante otra iniciativa cultural vinculada con los libros: Doña Galinda, una biblioteca y librería rodante, armada en una combi pintada de violeta, que suele estar estacionada en la cuadra donde ahora está la casita para los libros viajeros. “La biblio al paso está relacionada con el concepto de Doña Galinda: generar encuentros a partir de la literatura. La biblio rodante se frenó con la pandemia y me puse a pensar qué otras alternativas de encuentro literario se podía generar”, dice Visciglio, que se puso en contacto con gente que gestiona otras bibliotecas libres para conocer sus experiencias. Entre otras cosas, descubrió que cada una tiene su particularidad.
Al igual que la mayoría de estos proyectos, invita a llevar y a dejar libros. La puerta de la casita no tiene candado y está abierta todos los días. Ya pasaron cosas que sorprendieron a vecinos e impulsores. Cuenta la docente: “Esta mañana estaba vacía. Sabíamos que era algo que podía suceder. Pero una hora más tarde aparecieron otros libros. Es algo maravilloso. Estamos muy contentos con el proyecto. Convocamos a los que quieran donar ejemplares, en especial para chicas y chicos. Queremos que los libros circulen, que se compartan. La biblio es de todos y está disponible todo el tiempo. Es un intercambio del placer que genera la literatura”.
En la parte inferior de la casita hay un macetero con plantas autóctonas. El sueño de los vecinos es que, dentro de unos meses, crezca un jardín de flores que atraen mariposas.