Cindy Sherman usa Instagram con un fin perturbador: distorsionarse
La artista estadounidense empezó a postear una serie de selfies que oscilan entre extravagancia y comicidad
Los periodistas amateurs usan Twitter, los impacientes adolescentes usan Snapchat y los ejecutivos de rango medio recurren a Linkedln, pero en el mundo del arte, la red social de elección sigue siendo Instagram, ese lugar donde toda la belleza del mundo termina cuadriculada.
Como se trata de una aplicación para compartir fotos, Instagram es el medio de difusión de facto de las nuevas exhibiciones, y también un ágora para artistas y curadores de un campo de la cultura que está disperso por todo el mundo. La mayoría de los artistas usa Instagram como el resto de los mortales: para documentar sus fascinaciones cotidianas, un poco mejoradas para consumo masivo.
Pero la fotógrafa Cindy Sherman -que conoce mejor que la mayoría sobre los engaños de las selfies- viene explorando silenciosamente el potencial de Instagram para algo más que la autopromoción. En octubre pasado, cuando estaba en Tokio, Sherman abrió una cuenta privada de Instagram, y la semana pasada, sin previo aviso, liberó su cuenta para hacerla pública y cambió su alias por el de @_cindysherman. (Anteriormente era @misterfriedas_mom, en honor al loro que tiene por mascota.) Así, de un plumazo, Sherman reveló no sólo sus fotos de atardeceres y desayunos cotidianos, sino también más de tres docenas de selfies distorsionadas, deformadas por filtros muy artificiales, destellos cegadores y reflejos caleidoscópicos.
No sabría decir por qué decidió hacer públicas casi 600 fotos de su cuenta, pero lo considero un acto de generosidad de una artista que es menos extrovertida que gran parte de la horda de Instagram. Sus nuevas selfies son a la vez excéntricas, hilarantes y conmovedoras, y sirven para desmitificar las influencias y los experimentos de una gran artista, por más que también revelen el abismo que separa la práctica vital y perturbadora de una artista como Sherman cuando se toma fotos a sí misma en la vereda de la costumbre narcisista de sacarse selfies en todas partes.
Durante las casi cuatro décadas que pasaron desde su señera exhibición de 1980, "Untitled Film Stills (1977-1980)", Sherman se puso a sí misma en el centro de sus reflexiones fotográficas, pero nunca fue tan extrovertida como su arte parece sugerir. Sus primeras fotos en Instagram documentaban los arrozales de Japón y los criaderos de pollos de East Hampton, copos de nieve sobre las agujas de los pinos, nubes algodonosas capturadas desde una ventanilla de avión, y hasta había un poco de food porn, o "pornografía culinaria", la costumbre de sacarles fotos espectaculares a los platos de comida para luego publicarlas.
Como la mayoría del resto de los artistas en Instagram, Sherman también usó su cuenta para registrar las exhibiciones de arte a las que asistía (más de dos docenas de fotos en la Fundación Louis Vuitton, durante el reciente éxito de la muestra de la Shchukin Collection), y para elogiar y homenajear a colegas artistas, como la fotógrafa activista sudafricana Zanele Muholu, que también usa disfraces en sus autorretratos.
Recién a mediados de mayo pasado Sherman pasó a usar la cámara frontal de su teléfono. El cambio parece haberse producido cuando se descargó Facetune, una aplicación que permite hacer retoques drásticos con un simple movimiento de dedos. "Soy buena usándome como bastidor", le había confesado Sherman a The Guardian en el año 2011, y ahora Facetune le permite exactamente eso: los usuarios de la aplicación pueden alisar su piel con bálsamos correctivos, borrar lunares y arrugas, y moldear la forma de su cabeza como si fuese plastilina. Sherman también usa Perfect365, una aplicación de simulación de maquillaje, aunque probablemente la estridente sombra de ojos y el rubor payasesco que usa la artista no sean precisamente el tipo de publicidad que tenía en mente el equipo de marketing de la aplicación.
En su primer autorretrato de Instagram, con fecha 12 de mayo, Sherman aparece con los ojos hundidos, los dientes resplandecientemente blancos, y la piel suavizada por una bruma artificial. Al día siguiente se mostró más agresiva: se distorsionó los labios y se manchó la cara con hollín digital. Manteniendo la relación de aspecto 16:9 de su iPhone -y no el formato cuadrado estándar de Instagram-, en poco tiempo Sherman produjo más de tres docenas de autorretratos que si bien no exhiben el mismo grado de rigor que el resto de su arte, de todos modos conservan lo mejor de sus fotografías de estudio.
Tal vez Sherman haya empezado jugueteando con los filtros de las aplicaciones de retoque, simulando los trucos que hace en su estudio, pero sólo como una broma para sus amigos. Pero si bien Facetune y Instagram no le suman nada a esa técnica artística, sí pueden servir como una especie de bloc de bocetos o agenda diaria. Y ahí donde los fanáticos de Instagram obsesionados consigo mismos dependen de las aplicaciones de retoque fotográfico para darse lustre y ficcionalizar sus vidas, paradójicamente, Sherman usa su cuenta para dejar caer una tras otra todas sus máscaras.
Una de las lecciones más importantes que enseña la fotografía de Sherman es que los roles y las apariencias que encierran las normas sociales no vienen impuestas desde arriba. Los interpretamos nosotros mismos, y la marca de su nocividad es que ni siquiera nos damos cuenta. Ahora Sherman ha confirmado en las redes que casi nunca somos la persona que muestran nuestras selfies, y que los disfraces más peligrosos son esas sonrisas forzadas que ahora, además, podemos blanquear con un simple moviendo del dedo.
Traducción de Jaime Arrambide
Jason Farago
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