Hoy se pueden seguir las instancias finales del reconocido concurso como en un reality show y mañana, la gran celebración, será con una gala de estrellas; el recorrido de esta meca que es mucho más que una competencia
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Cuenta la historia oficial que en la primavera de 1972, al borde de una piscina, en Cannes, el filántropo Philippe Braunschweig, su esposa Elvire y una destacada personalidad de la danza como fue Rosella Hightower pergeñaban un nuevo proyecto: lanzar el primer concurso para jóvenes bailarines. ¿Cómo se debería realizar? ¿Quién tendría que estar en el jurado? ¿Qué criterios habría de cumplir un joven aspirante? Maurice Béjart les había dado su apoyo: estaba dispuesto a otorgar becas a los ganadores para formarse en su escuela Mudra de Bruselas -además de las que la propia Hightower daría en el Centre International de Danse de Cannes-. Sin embargo, para aumentar la credibilidad del evento, los organizadores necesitaban una tercera referencia seria y acudieron por eso a Londres a solicitar el apoyo de la Royal Ballet School. Volvieron con un sí y una fecha de inicio programada para 1973.
Desde entonces el Prix de Lausanne no cesó su actividad. Ofreció a estudiantes de ballet de entre 15 y 18 años un formato de competencia exclusivo, de una semana, con clases y pruebas que -como han declarado y siguen relatando aún hoy bailarines de todo el mundo- se parece más a una exigente escuela premium e intensiva que a un certamen en busca del primer puesto. Cualquiera puede verlo en las transmisiones en vivo que dejan entrar al espectador en las salas de ensayo, detrás del escenario y también en la intimidad de instancias decisivas.
Ayer, por ejemplo, después de las semifinales que pusieron uno por uno a los candidatos en escena con pasajes de La bella durmiente, Paquita y Don Quijote, entre otros clásicos, la exfigura de la Ópera de París Elisabeth Platel daba una clase de ballet soñada para esas jovencitas que la seguían de punta en blanco. Más tarde, de pie junto al presidente Prix Stéphane Lagonico, el propio Jean-Christophe Maillot, Director de Les Ballets de Monte-Carlo, les hablaba a los aspirantes y avalaba con su aplauso a los elegidos para pasar hoy a la ronda final. “Recuerden -decía, antes de que empezaran a sonar los nombres- son muy jóvenes y la vida es muy larga”, los alentaba.
En esta aceitada maquinaria suiza que no detiene su funcionamiento trabajan coaches y coreógrafos internacionales para crear condiciones inmejorables. Tres argentinos coinciden allí este año: Julio Bocca -quien ya ha estado en varias ediciones anteriores, inclusive, como presidente del jurado-, Cinthia Labaronne -hace unas horas, era ella quien presentaba en el escenario las variaciones de las instancias semifinales- y Demian Vargas, también como maestro. “Es importante que esta competencia siga creciendo y cambiando porque representa una gran oportunidad para muchos estudiantes de todo el mundo”, declara Bocca, agradecido por esta nueva invitación que le permite seguir ver generaciones emergentes de bailarines. “Disfruto ser parte. Realmente lo aprecio y espero que continúe por muchas ediciones más”.
Por supuesto no es fácil hacerse de un lugar en el certamen. Cada temporada llegan solamente entre 70 y 80 adolescentes de países de todo el globo que son elegidos en preselecciones regionales -notoria es esta vez la gran cantidad de jóvenes de Corea, Japón y China que lograron clasificar por un lugar en la competencia-. Muchísimo menos sencillo todavía es quedar entre los veinte que esta mañana (con streaming desde las 10.30 hora argentina) buscarán su consagración en la final.
Como un trampolín efectivo, el Prix de Lausanne lanzó la carrera de jóvenes que hoy son nombres muy relevantes para este arte y, a su vez, se convirtió en una plataforma -con tradición, pero moderna y actualizada- que le permitiera seguir cumpliendo una labor señera. Pasaron cincuenta años: la edición que conmemora estas bodas de oro está en su apogeo y este domingo celebrará su gran gala.
No hay nada más ilustrativo que revisar el archivo del concurso para descubrir la historia que escribió. La lista es elocuente; yendo por décadas, en 1980 Lausanne consagró a una jovencísima Alessandra Ferri; seis años más tarde empujaba la incipiente carrera de Julie Kent y en 1987, hacía lo mismo con la británica Darcey Bussell. La década siguiente premió, entre otros, al cubano Carlos Acosta (1990), a Christopher Wheeldon (1991), a Benjamin Millepied (1994) y al brasileño Marcelo Gomes (1996), figura del ABT y flamante director en la Semperoper de Dresden, en Alemania, que mañana participará del broche de oro. Para rematar esos años dorados, se podría sumar a Alina Cojocaru y Friedemann Vogel, ambos triunfantes en 1997 (juntos abrirán la gala estelar haciendo La dama de las camelias de Neumeier). El registro pormenorizado de ganadores está disponible en la página web del certamen -en el nuevo milenio, tuvieron su medalla la rusa Maria Kochetkova, el bailarín del Royal Ballet Steven McRae, por citar solo algunos-, y allí se puede bucear por año o por nacionalidad. Argentinos, por ejemplo, aparecerán solo tres nombre. El primero, Sergio Neglia, recuerda desde Búfalo, Nueva York, la “experiencia fenomenal” de aquel 1981 en Suiza. “Fui con mi maestro, Rodolfo Fontán. Había sido elegido de un grupo que armó George Balanchine. Yo no tenía ni idea lo que era competir, en ese momento solo estaba Lausanne, París, Varna y Moscú. Vi tantos bailarines que eran fenomenales, porque no solo eran buenos, sino de una destreza y técnica impresionante para los 17 años que teníamos. Fui el primer argentino en ganar y luego la segunda fue Larissa Fanlo [en 1987], más joven que yo”, resume, antes de viajar a Buenos Aires, para dar sus clases de verano. Hubo una tercera vez que el país conquistó la medalla, en 2010, y consta en actas que lo hizo Cristian Emanuel Amuchástegui.
Ganar no es el premio
Con el número 413 en la pechera, a los 17 años, Facundo Luqui llegó a Lausanne en 2016. “Participé en la preselección latinoamericana que se hizo en Buenos Aires, en el CCK, en 2015, y con dos chicos de Brasil quedamos para ir a Suiza”, recuerda desde Alemania. “Participé porque había sido mi sueño por mucho tiempo. De chico, antes de que pasaran todo en vivo, veía esos videos cortitos de algunos participantes que mostraban cada día de la competencia. Los sabía de memoria. Yo quería ir a ese lugar, vivir la experiencia y cuando sucedió no lo podía creer. No paraba de llorar”.
Preparado por Lidia Segni y apadrinado por Julio Bocca, que pagó su pasaje y le dio un puñado de buenos consejos (”me dijo que abriera los ojos para absorber lo que más pueda y eso me sirvió para tener más hambre de conocimiento”), Luqui participó del concurso con la variación de Albrecht del segundo acto de Giselle; llevó además una coreografía de su amigo, el italiano Fabrizio Coppo, y preparó una variación contemporánea que lo había obsesionado, A solo for Diego, de Richard Wherlock. “¿Cómo me fue? Fue una de las mejores semanas de mi vida, una full experience. Era la primera vez que salía del país, el plan que tenía para cada día era increíble: te olvidabas de que estabas en una competencia; cada clase con los maestros invitados o en los ensayos, todo lo que te da el concurso. Me acuerdo que la selección era un viernes. Cuando bailé pensé ‘wow, quedé', di todo de mí, me sentí bien, a gusto, y luego no, no pasé. Pero en el Prix de Lausanne los que no llegan a la final tienen una clase que ven los representantes de compañías y escuelas asociadas, y te seleccionan para reunirse con vos”. A Facundo le ofrecieron una beca en la escuela de Rosella Hightower, en Cannes, aunque finalmente no la tomó porque a su regreso a Buenos Aires ganó por concurso la estabilidad en el Ballet del Teatro Colón. Ahora, a los 25 años, integra el Leipzig Ballet de Alemania, una compañía que le ha dado buenas oportunidades de lucirse como solista y donde satisface esa sed de bailar creaciones contemporáneas a la vez que cumple otro anhelo, trabajar en Europa. Sin embargo, anticipa a LA NACION que a mitad de este año regresará a Buenos Aires. “Me motiva volver y comenzar otra etapa. Siento que cambie un montón en estos dos años acá y quiero ver como me encuentro en la Argentina con este nuevo yo. Vivir afuera no siempre es color de rosa, son ritmos muy diferentes y culturas distintas”.
En la misma dirección que realza aquello que ganar no es el único premio se alinea el caso de Paloma Ramírez, una de las últimas argentinas en participar -el año pasado viajaron dos jóvenes bailarinas y éste hubo una representante del país, Lucía Abril Marcucci, que no llegó a la final-. Desde los 10 años, cuando empezó a meterse en el mundo de los concursos, el Prix de Lausanne era una meta para ella, pero claro, antes tenía que cumplir los 15 reglamentarios; entonces sí, se presentó y obtuvo el primer lugar entre los candidatos de América Latina, lo que le permitió llegar a Suiza con todo pago. “Uno va con la idea de lograr las becas, pero son más o menos 80 personas de excelente nivel y que justo te toque a vos no es fácil, pero creo que es una gran oportunidad para contactarte con directores de escuelas, compañías, maestros, gente importantísima que te puede abrir puertas a lo largo de tu vida”, reflexiona.
Sobre esa semana intensa de 2019 que jamás olvidará, Paloma sentencia: “Fui a casi todos los concursos que hay y te puedo decir que el Prix de Lausanne se diferencia mucho del resto porque cada candidato vale: no sos solo un número; en los otros, no te dan posibilidad de ensayar con maestros como Elisabeth Platel de la Ópera de París, dándote correcciones para vos. Acá tenés fisioterapia, comida de excelente calidad, la estructura y el espacio son maravillosos. Todo un lujo. Y te reciben con mucho cariño, hay traductores disponibles para los que no manejan el idioma, la verdad que es un concurso demasiado bien organizado y una experiencia enorme. Y a la vez como un reality show, transmiten todo, estás permanentemente con las cámaras al lado tuyo. Te hacés conocer y para el currículum eso es muy bueno. Es muy difícil estar ahí, pero se puede, te llena de aprendizaje, es una oportunidad que te cambia la cabeza”, comparte la bailarina, de 19 años, que continúa con su trabajo como freelance mientras cursa el ciclo de Perfeccionamiento del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
De profesión ingeniero, Braunschweig, aquel hombre visionario del principio de esta historia, había heredado la pasión por el funcionamiento de los relojes de su padre mientras que como mecenas de la danza, su otra gran devoción, acertó él mismo con un mecanismo para apoyar a jóvenes promesas. Alcanzó a ver con claridad el éxito de su emprendimiento antes morir, en 2010. Para entonces, había trascendido que su mayor preocupación estaba en el otro extremo de la vida de los artistas: se preguntaba cómo asegurar el retiro a los bailarines en la vejez. Quién sabe cincuenta años después haya un próximo filántropo listo para tomar ese legado.
Para agendar
La gala de estrellas de este domingo se transmitirá a las 12.30 de Argentina (4.30 pm en Suiza) en www.prixdelausanne.org/live-streaming
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