Cinco poemas de Navidad de autores consagrados
Como escribió T. S. Eliot en El cultivo de los árboles de Navidad “hay muchas actitudes hacia la Navidad”, ¿cuál es la nuestra? Un pretexto para reflexionar sobre la infancia, la esperanza, la divinidad, el amor, lo que adviene
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Los poetas celebraron y celebran la Navidad. Obviamente, san Juan de la Cruz (mientras se hallaba encarcelado por reformista) y sor Juana Inés de la Cruz, pero también Lope de Vega, Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Gabriela Mistral, César Vallejo y María Elena Walsh, por mencionar solo autores en lengua española, convirtieron el motivo del nacimiento de Jesús en un pretexto para reflexionar sobre la infancia, la esperanza, la divinidad (que no solo existe en Dios o en los dioses sino también en la humanidad), el amor, lo que “adviene” y la conciencia del dolor propio o ajeno.
“Hay muchas actitudes hacia la Navidad, / algunas de las cuales podemos desechar: / la social, la torpe, la abiertamente comercial, / la juerguista (los bares abiertos hasta medianoche) / y la pueril - que no es la del niño / para quien la vela es una estrella y el ángel dorado/ que despliega sus alas en la cima del árbol / es no un simple adorno, sino un ángel”, escribió T. S. Eliot en “El cultivo de los árboles de Navidad”, donde refiere que la “emoción anual” concentrada se vuelve gozo y temor en la Navidad. Ese poema de Eliot, como tantos otros, adquiere hoy vigencia y sentidos nuevos (algo que, en general, se le atribuye a la literatura). ¿Cuál es nuestra actitud ante la Navidad?
Elegimos cinco poemas navideños de poetas consagrados.
Fernando Pessoa
Navidad
Nace un Dios. Otros mueren. La verdad
ni vino ni se fue: el Error mutó.
Tenemos ahora otra Eternidad,
y fue siempre mejor cuanto pasó.
Ciega, la Ciencia inútil gleba labra.
Loca, la Fe vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es solo una palabra.
No busques ni creas: todo es oculto.
Traducción de Carlos Ciro
Marosa Di Giorgio
Para revivir la edad anaranjada, hay que convocar a todos los testigos, a los que sufrieron, a los que se reían,
y también al más pequeño y al que estaba más lejos.
Hay que reencender a las abuelas; que vengan con sus grandes cruces de canela a cuestas
y bien clavadas con aquellos largos clavos aromáticos, como cuando vivían alrededor del fuego y del almíbar.
Hay que interrogar al alhelí y acosarlo a preguntas, no vaya a perderse algún detalle morado.
Hay que hablar con la mariposa, seriamente, y con los gallos salvajes de bronca voz y grandes uñas de plata.
Y que vengan las verónicas de entonces, las pálidas verónicas -errantes entre las flores y los árboles y el humo-
que devuelvan el rostro del azúcar, el retrato de los higos.
Y mandar aviso a las glicinas para que traigan su vieja actitud de uva.
Y a la populosa granada, y a la procesión de las yucas, y al guardián de los nísperos, amarillento y odioso,
y a mi cabellera de entonces, todo llena de brujas y planetas, y a las cabañas errantes, y al ángel de los cerros,
el de las amatistas -con un ala rosada y la otra azul- y a los azahares del limón, grandes como nardos.
Y que vengan todas las cajas de papel de plata, y todas las botellas de colores, y también las llaves y los abanicos,
y el pastel de Navidad parado en sus zancos de cerezas.
Para revivir la edad anaranjada, hay que no olvidar a nadie, y hay que llamar a todos.
Y sobre todo al señor humo, que es el más serio y el más tenue y el más amado.
Y hay que invitar a Dios.
Joseph Brodsky
Navidad
Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente.
Desde el firmamento la estrella iluminaba.
El viento helado la nieve amontonaba.
La arena susurraba. Crujía la hoguera en la entrada.
El humo iba con la vela. El fuego ardía en un gancho.
Las sombras se volvían más cortas
o, de pronto, más largas. Nadie sabía alrededor
que la cuenta de la vida esta noche reiniciaba.
Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente.
Abruptas bóvedas rodeaban la cuna.
La nieve giraba. El blanco vapor se ensortijaba.
El niño ya estaba acostado: y sus regalos.
Traducción de Víctor Toledo
Marianne Moore
Romero
La Belleza y el hijo de la Belleza y el romero
-en suma: Venus y Amor, su hijo-,
se supone nacidos del océano,
en Navidad, en mutua compañía
tejen una guirnalda festiva
aunque no siempre de romero -
desde que voló a Egipto, florece indiferente.
Con hojas como lanzas, verdes, pero plateadas por debajo
las flores -blancas originalmente-
se volvieron azules. La hierba del recuerdo,
que imita el manto azul de la Virgen María,
no es demasiado legendaria
para dar flores que a la vez son símbolo y aroma penetrante.
Tras brotar de las rocas junto al mar,
la estatura de Cristo a los treinta y tres años,
se nutre del rocío y con la abeja
“habla un lenguaje mudo”; en realidad
es una especie de árbol navideño.
Traducción de Olivia de Miguel
Javier Cófreces
Felices fiestas
El olor a pólvora
fue instantáneo tras las detonaciones
El humo quedó en suspensión
entre las paredes del patio
y sus plantas nebulosas
Luego de las explosiones
la perra aulló confundida
los niños rieron por el estrépito
y la acariciaron con ternura
Luego, fueron a por más petardos
para festejar la navidad
en Barracas.
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