Cinco libros para conmemorar el Día de la Diversidad Cultural
Desde 2010, se conmemora en la Argentina el Día de la Diversidad Cultural el 12 de octubre. En los países hispanoamericanos, durante esa fecha se solía recordar el momento histórico en que los viajeros europeos (o, para muchos, los conquistadores europeos) llegaron por primera vez al continente. Desde el año 1917, por decreto del Presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen, se eligió esa fecha para rememorar el Día de la Raza. Muchos años después, otro decreto, esta vez de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, le dio a la fecha un significado acorde con los tratados internacionales con valor constitucional, que consagran el valor de la diversidad étnica y cultural de los pueblos. El concepto de "raza", de connotaciones urticantes, fue reemplazado y con "diversidad cultural" se englobaba la convivencia entre diferentes culturas en una misma nación. Para la Unesco, representa un patrimonio cultural de la humanidad.
A diferencia de las literaturas de otros países de América Latina, el indigenismo no hizo escuela en la Argentina. Dos excepciones fueron, quizás, Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, y El país de la selva, de Ricardo Rojas, pero no hubo en la historia de la literatura local autores como José María Arguedas, Miguel Ángel Asturias o Jorge Icaza. Las cosmovisiones de las comunidades y pueblos indígenas quedaron acotadas a testimonios orales y a obras que recopilaron leyendas, cantos y mitologías. Con los años, escritores como Sara Gallardo, Leopoldo Brizuela, María Rosa Lojo y Sergio Bizzio, de modos variados y a veces antitéticos, abordaron la cuestión indígena de manera menos documental o etnográfica que sus colegas peruanos, bolivianos y mexicanos.
Elegimos algunos clásicos y otras obras literarias para celebrar el Día de la Diversidad Cultural, con el tiempo libre del día feriado.
Yawar fiesta (1941), de José María Arguedas
Es la primera novela del escritor y antropólogo peruano, que dedicó toda su obra literaria y científica a estudiar las culturas andinas de su país, e incluso el modo de integrar la civilización quechua con la española. La novela, ambientada en una ciudad de la sierra sur de Perú, se enfoca en una de las costumbres de las comunidades indígenas: la "corrida india", que se celebra el 28 de julio, día del aniversario de la fundación de la República del Perú. Similar a una corrida de toros, pero con más participantes ante un solo animal (el toro Misitu, que en la novela adquiere un relieve mitológico), el sangriento festejo se prohíbe por decisión gubernamental. Ante la negativa de los indígenas para obedecer, las autoridades buscan la manera de permitir una corrida que se efectúe de manera "decente". Mario Vargas Llosa señaló que los narradores de Arguedas suelen ser más sutiles (es decir, menos explícitos en sus pareceres) que los de otros escritores indigenistas. Desde el título de la novela, el autor intenta una fusión del quechua con el castellano. En otra de sus grandes obras, Los ríos profundos (1958), Arguedas optará por buscar "sutiles desordenamientos" en el castellano como molde o instrumento del quechua. Esa novela fue también la primera en incorporar a una mujer como líder de las reivindicaciones indígenas. Yawar fiesta fue llevada el cine por el director peruano Luis Figueroa en 1986.
El trueno entre las hojas (1953), de Augusto Roa Bastos
En este conjunto de cuentos hilvanados, ambientados en una misma región y con personajes recurrentes, el gran escritor paraguayo puso en práctica un procedimiento original: la "guaranización" del castellano. Muchos de los diecisiete cuentos del volumen, algunos memorables como "Carpincheros" y "Cigarrillos Máuser", están inspirados en relatos orales. En un universo de naturaleza violenta, Roa Bastos ofrece un cuadro del inestable sincretismo cultural entre indígenas, americanos y europeos. Una línea de "El viejo señor obispo" ilustra la condición mestiza los relatos del autor de Hijo de hombre: "De las alfombras del Vaticano a su tierra roja y violenta, cuyas tolvaneras parecían humo de sangre". Con dosis de simbolismo, distancia respecto de lo narrado y cierto escepticismo sobre los beneficios de la asimilación cultural, el autor ofrece un panorama sobre los abusos de poder y las respuestas que estos provocan. El título del libro proviene de una leyenda guaraní: "El trueno cae y queda entre las hojas. Los animales comen las hojas y se ponen violentos.Los hombres comen los animales y se ponen violentos. La tierra traga a los hombres y empieza a rugir como el trueno". El cuento homónimo fue llevado al cine en 1958 por Armando Bo y la película estuvo protagonizada por Isabel Sarli. El guión estuvo a cargo de Roa Bastos.
Los recuerdos del porvenir (1963), de Elena Garro
También es una primera novela. Octavio Paz, que fue pareja de Garro por varios años, consideró Los recuerdos del porvenir una de las creaciones más extraordinarias de la literatura en lengua española. Quizás lo sea. La historia, narrada desde el original punto de vista de un pueblo, se centra en un episodio militar de la historia mexicana ("la revolución de los cristeros", que tuvo lugar entre 1926 y 1929, en Ixtepec). Los indígenas aparecen como un reverso de la historia de traiciones y pasiones de la familia Moncada, y alude a una etapa de la Revolución mexicana: la "desindianización" de los territorios. Los personajes indígenas de la novela de Garro parecen estar fuera del tiempo de los blancos y mestizos, pero su cosmovisión termina por prevalecer. Despojada de paternalismo y considerada incluso con ironía, la perspectiva de los líderes militares de la Revolución mexicana respecto de los indígenas es juzgada como un afán de sometimiento. Fue llevada al cine en 1968 por el director Arturo Ripstein.
Fuegia (1991), de Eduardo Belgrano Rawson
Suerte de novela histórica, aunque sin el peso documental que el género suele acarrear, y de mosaico narrativo sobre el final de una cultura, Fuegia es una de las novelas argentinas más conmovedoras del siglo XX. Basada en el episodio protagonizado por el aristócrata y viajero Charles Fitz-Roy, que llevó ante la reina Victoria, en Inglaterra, a una familia de indígenas, la narración de Belgrano Rawson se abre a diferentes voces de un mundo perdido a causa de la civilización. En un compás entre lirismo y acción, Fuegia (que toma su nombre de una de las niñas trasplantadas al hemisferio norte y devuelta al sur por un joven Charles Darwin en unos de sus viajes) ilumina momentos en la vida de diferentes personajes: los yámanas, los colonos ingleses, misioneros, balleneros a la deriva y militares. "Yo tenía que contar un genocidio. La historia de un genocidio. Eso se me instaló como un objetivo difuso. No podía ser una novela de denuncia, no podía ser una novela de barricada, no podía ser un alegato, porque se iba a convertir en algo demasiado grosero. Tenía que contar el espíritu de lo que pasó", declaró el autor.
Historia de Yuké (2018), de Eduardo Lalo
Dos tiempos coinciden en esta nueva novela o "crónica novelada" del autor puertorriqueño: un tiempo mítico fuera del tiempo y el tiempo histórico, que avanza desde el origen de la creación hasta el presente. El autor de Simone ambienta este relato (que crea una cadencia propia, que parece provenir de la fusión de los escritos de fray Bartolomé de las Casas y de las leyendas indígenas) en una montaña, El Yunque o Yuké, tal su nombre nativo. En ese escenario, fuerzas humanas y naturales combaten, crean alianzas y tramas. Historia de Yuké aborda la conquista del Caribe como lo que, para el autor, de hecho fue: un laboratorio para las posteriores invasiones europeas en el continente americano.
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