Cinco años sin Ricardo Piglia, “un fantasma discreto” que marcó la literatura argentina
Narrador, crítico sagaz, editor y profesor en universidades nacionales y extranjeras, fue uno de los autores que, después de Jorge Luis Borges, impulsó nuevos modos de leer ficción
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Cinco años atrás, moría en Buenos Aires, a los 75 años, el narrador, profesor y crítico Ricardo Piglia. Había nacido el 24 de noviembre de 1941 en Adrogué. Autor de una destacada obra narrativa, que incluye títulos como los libros de cuentos Nombre falso y Prisión perpetua y de novelas como Respiración artificial, Plata quemada (llevada al cine en 2000 por Marcelo Piñeyro con guion de Marcelo Figueras) y Blanco nocturno, en los últimos años había trabajado en los tres volúmenes de Los diarios de Emilio Renzi (el nombre completo de Piglia era Ricardo Emilio Renzi Piglia). Como observa el escritor Luis Gusmán, desde la adolescencia Piglia “solo” había querido ser “el hombre que escribe”. Lo logró y, además, fue el hombre que leyó de manera sagaz la literatura argentina, la latinoamericana y -tal vez su predilecta- la estadounidense.
“Día de Reyes, hace cinco años que se fue. Joyceano, tanto en su vida como en su despedida”, lo recuerda Gusmán, quien además señala en un texto que envió a LA NACION que a su amigo -con quien solían regalarse libros- “le quedaba siempre algo por decir”.
“El crítico es el que registra el carácter inactual de la ficción, sus desajustes con respecto al presente -declaró en la entrevista con Mónica López Ocón que abre Crítica y ficción-. Las relaciones de la literatura con la historia y con la realidad son siempre elípticas y cifradas. La ficción construye enigmas con los materiales ideológicos y políticos, los disfraza, los transforma, los pone siempre en otro lugar”.
En 2014 había sido diagnosticado con una esclerosis lateral amiotrófica (ELA), lo que no le impidió seguir trabajando en sus escritos críticos y diarios. Piglia fue un original lector de la tradición literaria argentina, como se advierte en obras como Crítica y ficción, El último lector y Las tres vanguardias. A él se deben teorías sobre el arte de escribir cuentos, la literatura policial y las vanguardias. El gran público disfrutó de su inteligencia y buen humor en las clases sobre Jorge Luis Borges y la novela argentina emitidas por la Televisión Pública y que hoy se pueden ver en YouTube, algunas de las cuales serán recogidas en Escenas de la novela argentina (Eterna Cadencia), volumen de próxima publicación. Además, enseñó en universidades nacionales y extranjeras y, entre otros reconocimientos internacionales, obtuvo el Premio Rómulo Gallegos, el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas y el Premio Formentor.
“El 6 de enero de 2017 murió un rey”, dice a LA NACION la escritora María Moreno, amiga del autor, que actualmente se recupera de un accidente cerebrovascular en la misma casa donde vivió Piglia. “Su casa no está llena de huellas, salvo unos libros policiales dedicados a otras personas por el autor; supongo que fueron hallazgos suyos en librerías de viejo -revela Moreno-. Ricardo es un fantasma discreto, no anda haciendo insinuaciones. Después de todo, era ateo, como yo”.
El ensayista, profesor y académico estadounidense Daniel Balderston tradujo al inglés Respiración artificial, novela clave del último periodo dictatorial en el país. “Cuando fui a Buenos Aires la primera vez en agosto de 1978, ya había leído Nombre falso y tenía muy presente la figura de Ricardo -recuerda Balderston a este diario-. Lo conocí en casa de Enrique Pezzoni y nos hicimos muy amigos en seguida. Según el tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi comencé a traducir Respiración artificial en 1981, al poco tiempo de su publicación, pero no terminé esa traducción hasta doce años después, cuando la publicó Duke University Press”.
Piglia oficiaba como editor de manera formal (en Fondo de Cultura Económica dirigió desde 2012 la Serie del Recienvenido) e informal. “Conversar con él siempre me fue importante -agrega Balderston-. La idea de juntar las cartas de Pepe Bianco fue de él. También la conexión con Dolly Onetti, para la edición de Archivos de las novelas cortas de Juan Carlos Onetti. Me puso en contacto con personas que tenían acceso a manuscritos de Borges. Su entusiasmo me acompaña todavía. El libro que publiqué hace un año sobre ficción e historia, Leído primero y escrito después, es un homenaje a él y a Juan José Saer, grandes escritores y amigos entrañables”.
“Se extraña mucho a Piglia -dice el crítico, profesor y editor Maximiliano Crespi-. Con él la cultura argentina perdió un tipo de intervención sobre esa biblioteca monstruosa que por pereza y por convención llamamos ‘tradición’. Después de Borges, Piglia fue realmente el último lector. En libros como Crítica y ficción, La forma inicial o Las tres vanguardias, pero también hacia el interior de su obra narrativa, puso su inteligencia y su imaginación literaria a desplegar lecturas nuevas de los textos del pasado, produciendo allí donde otros veían letra muerta sentidos vivos e inesperados y poniendo al descubierto resonancias inauditas entre literaturas en apariencia distantes”. Según Crespi, Piglia entendió “cabalmente y desde muy joven el sentido último del adagio borgeano según el cual una literatura es lo que es por la manera en que es leída; fue el último escritor argentino que se abocó deliberadamente a reinventar el pasado literario para intervenir políticamente en su propio presente”.
El profesor y escritor Martín Kohan coincide con Crespi. “Los grandes escritores lo son por cómo han leído, antes que por cómo han escrito -destaca-. Y lo son por las escrituras que, con su escritura, han sido capaces de suscitar. Pero también, y por eso mismo, lo son por las lecturas que lograron motivar, por haber afectado o transformado las maneras de leer toda una literatura”. La vanguardia, afirmó Piglia, “destruye una tradición y ofrece otra”. Desde esa perspectiva leyó las obras de Héctor Libertella, Rodolfo Walsh y Manuel Puig.
Para Kohan, Piglia es uno de los grandes escritores argentinos. “No se trata meramente de la contaminación, o de la mutua productividad, entre la ficción narrativa y el discurso crítico, como se verifica por caso en las célebres páginas de Respiración artificial dedicadas al formalismo ruso -señala-. Se trata, más aún, de la más potente y lúcida articulación posible entre lectura y escritura, entre la condición del lector y la condición del escritor. Una novela como La ciudad ausente no podría haber existido sin la reflexión genial de lo que implicó Macedonio Fernández en la literatura argentina, una novela como Blanco nocturno no podría haber existido sin la visualización integral de lo que supone el policial como tradición de género, una novela como Plata quemada no podría haber existido sin pensar larga y dedicadamente en Bertolt Brecht”. Piglia le sugirió al profesor y escritor Noé Jitrik que le dedicara un volumen entero de la Historia crítica de la literatura argentina a la obra de Macedonio Fernández. “Sabedor de que los cánones no existen sino por sus desvíos, de que no hay verdadera centralidad sino desde una perspectiva del margen, Piglia encontró su propia centralidad en la literatura argentina de este tiempo: definió su lugar en el canon, se lo ganó”, concluye Kohan.
El cineasta y escritor Andrés Di Tella dio a conocer en 2015 el magnífico documental 327 cuadernos, protagonizado por Piglia. “Me enteré en la calle, cruzando Camargo, por Parque Centenario, de la muerte de Ricardo Piglia -dice Di Tella a LA NACION-. Me vino a la mente lo que escribió Bioy Casares en su diario cuando se enteró de la muerte de Borges, que también lo agarró caminando por la calle: ‘Estos son mis primeros pasos en un mundo sin Piglia’. Inmediatamente, no sé por qué, recordé lo primero que leí de él, las primeras palabras de su novela Respiración artificial, cuando aún no lo conocía: ‘¿Hay una historia?’. Me dejó desconcertado. Y ahí ya estaba toda la enseñanza de Piglia: contar historias donde nadie sabía que había historias. Como me dijo alguna vez: ‘Escribo para saber qué se puede escribir. La literatura como laboratorio, como experimento’”.
Di Tella y Piglia fueron amigos. “Después de treinta años de amistad, cada vez que voy a hacer una película, me sigo haciendo la misma pregunta: ¿hay una historia? -agrega-. La calle Camargo, que es de casualidad donde yo andaba cuando recibí la noticia, ya pertenece al universo Piglia: cada vez que paso por ahí, pienso en él. Camargo es, también, el nombre de la calle de una pensión donde Piglia había vivido de joven y donde sucedió un hecho fantástico, como una grieta que se abre en la realidad. Estas casualidades ya no me sorprenden. Ahora que no está más, la ciudad en la que vivo se llena de rastros de Piglia. La calle Camargo es, ahora, una historia”. Con discreción, el fantasma de Ricardo Piglia sigue proveyendo historias para la literatura argentina.
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