Científicos argentinos no se sienten valorados
Según afirmaron a The Economist
LONDRES (The Economist).- La ciencia es importante para la Argentina. En poco más de cincuenta años ha producido tres ganadores del premio Nobel. No está mal para un país del segundo mundo, de 37 millones de personas. El año pasado, para felicidad del Gobierno, incluso logró vender un reactor nuclear de diseño local a Australia. Pero los científicos piensan que no se los valora.
Según Roberto Perazzo, profesor de física de la Universidad de Buenos Aires (UBA), uno de los principales centros de investigación del país, a los argentinos "les encanta el éxito, sea el de Maradona, de un corredor de autos o un trapecista". Por tanto les gusta que sus científicos obtengan premios; pero no creen que puedan contribuir mucho a la mejora de la sociedad.
El profesor Perazzo señala las pruebas. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) está al borde del colapso; su biblioteca está atrasada, los fondos para investigación han caído un 30%, el personal se ha visto reducido con tres planes de retiro voluntario y el Gobierno ha ordenado congelar las vacantes. Incluso, los científicos que prepararon el combustible para el nuevo reactor australiano han partido.
La cuestión de base es la escasez de fondos. La Argentina dedica apenas un 0,35% de su PBI a la ciencia y la tecnología. Sus investigadores miran con envidia a Brasil, que gasta más del doble de esa proporción y casi cinco veces en términos reales. El año pasado, Brasil dio a conocer la secuenciación del genoma de una bacteria que ataca a las naranjas, recibiendo plácemes mundiales.
El 19 del actual, Dante Caputo, el secretario para la Tecnología, la Ciencia y la Innovación Productiva, renunció sorpresivamente. Venía sosteniendo que pese a su chaleco de fuerza fiscal, el Gobierno pensaba aumentar en un 5,4% los fondos para ciencia este año, a alrededor de US$ 700 millones y que habría incrementos similares en los años por delante. También quería canalizar los fondos de investigación por medio de las universidades, que no controlan la investigación científica desde que fue quitada de su órbita por un gobierno militar en tiempos de la junta.
Muchos científicos aprobaban el plan de Caputo en términos generales, pero estaban preocupados porque las universidades podían estar demasiado desorganizadas como para manejar la cosa adecuadamente. También consideraban que no se los había consultado. Al irse, Caputo lamentó que ni el Gobierno ni los científicos lo hubieran apoyado.
La historia ha hecho que los académicos argentinos se alarmen u ofendan fácilmente. La desconfianza del régimen militar de los 70 hacia los intelectuales llegó a tal extremo que la represión de la "literatura subversiva" alcanzó incluso a libros de estudio de matemática.
Aun en los 90, relativamente más iluminados, Domingo Cavallo, ministro de Economía de merecida fama en su campo, dijo a los científicos que se fueran "a lavar los platos". El resultado es que el país tiene desde hace décadas una fuga de científicos, principalmente a Estados Unidos y a Europa, aunque también a Brasil, cuyos gobernantes, incluso bajo su propio régimen militar, apreciaban más su trabajo.
El flujo se interrumpió brevemente con la victoria, en 1999, del gobierno de la Alianza, cuyo manifiesto incluía un compromiso supuesto de elevar el gasto en ciencia al 1% del producto bruto interno (PBI). Al asumir, Caputo dijo que sólo prometía "tender a esa cifra" y que la inversión privada, actualmente equivalente a la mitad del gasto del Estado, debe aportar una gran parte. Pero han caído los presupuestos de investigación de muchas empresas, en particular luego de la ola de privatizaciones de los 90, cuando los nuevos dueños cerraron laboratorios y transfirieron el trabajo de investigación al exterior.
Enrique Oteiza, profesor de Ciencias Sociales de la UBA, señala una tendencia preocupante. En décadas anteriores, los científicos emigrantes eran principalmente figuras de renombre que escapaban de la conmoción política. A partir de los 90, la mayoría han sido investigadores jóvenes que no encuentran puestos al terminar sus estudios de posgrado.
En la última década, en gran medida como respuesta a la presión de instituciones financieras internacionales, la cantidad de puestos locales para investigadores se ha reducido casi a la mitad. Se piensa que alrededor de un tercio de los investigadores argentinos ahora trabaja en el extranjero; entre ellos, quizás, haya uno o dos futuros ganadores del Nobel.
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