Cien años del nacimiento de Yves Bonnefoy: “Borges ha sido bastante mal apreciado en Francia”
El poeta, que intentó desatar “el nudo triste de los sueños”, murió en 2016; una edición bilingüe con su obra se presentará el 5 de julio en la Alianza Francesa
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Aquel que intentó desatar “el nudo triste de los sueños” para poder transmitirlos como “palabras de comunión” nació hace cien años, en el seno de una familia obrera (su padre era ferroviario y su madre, enfermera); con el tiempo, Yves Bonnefoy (1923-2016) se convertiría en uno de los poetas, traductores y ensayistas más renombrados de Francia. Influido por Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y André Breton (del surrealismo heredó su afición por las escenas oníricas), desarrolló una poesía que hace equilibrio entre la concentración, los arquetipos que el pasado impulsa con fuerza y una lucidez paradójica. “Todos los textos de Bonnefoy -poesía, prosas, ensayos- contienen una serie de momentos comparables a los de una travesía, que preside un deseo dividido entre el recuerdo y la esperanza, entre el frío nocturno y el calor de un fuego nuevo, entre la denuncia del ‘señuelo’ y el alcance de la meta”, se lee en el prólogo del crítico Jean Starobinski a Poemas. 1947-1975 (El Cuenco de Plata), con traducción del escritor Silvio Mattoni. El 5 de julio a las 19, Mattoni y el escritor Arturo Carrera presentarán el libro y conversarán sobre Bonnefoy en la sede de la Alianza Francesa (avenida Córdoba 946).
“El territorio interior no es solo un ámbito geográfico de demarcaciones y de paisajes, sino que además abarca la totalidad de la experiencia humana, el arte, la literatura y todo aquello que tiene la facultad de conmover el espíritu”, sostuvo Bonnefoy en El territorio interior, bitácora donde expande las fronteras de una geografía singular, mediada y enriquecida por la percepción estética.
Traductor al francés de sonetos, tragedias y comedias de William Shakespeare (poemas suyos llevan epígrafes shakesperianos), Bonnefoy dio conferencias en varias universidades y en el Colegio de Francia, tras la muerte de Roland Barthes, se desempeñó como titular de la cátedra de Estudios comparados de la función poética (esos cursos fueron reunidos luego en Lugares y destinos de la imagen). Había publicado su primer libro, Tratado del pianista, en 1947, al que siguió Del movimiento y de la inmovilidad de Douve, en 1953. Escribió ensayos sobre arte (el Quattrocento, Goya, Alberto Giacometti, Joan Miró), música, escultura y mitología, poesía y traducción de poesía, W. B. Yeats y Shakespeare, Gérard de Nerval, Rimbaud, Breton y Paul Celan. En 1981, recibió el Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa; en 1987, el Premio Goncourt; en 2007, el Premio Franz Kafka y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en 2013.
“Le debo mucho a Rimbaud, pocos poetas me importaron de una manera tan esencial, como revelación de lo que es la vida, de lo que espera de nosotros, de lo que hay que desear hacer con ella -reveló en Nuestra necesidad de Rimbaud-. Por cierto, me resultaron absolutamente importantes Racine, que me reveló los poderes de la prosodia, Virgilio, que me permitió presentir abismos en la evocación más simple de lugares y cosas de la naturaleza, tras los cuales estuvieron Vigny, Shakespeare, Nerval, luego Yeats, luego Leopardi, y debo citar también a Mallarmé, a pesar de las objeciones que tuve que hacerle pero con gran afecto. No obstante, sé bien que dos obras, dos pensamientos, me ayudaron más y mejor que los otros a vivir, es decir, a intentar ser. En ellas encontré a dos amigos, si puedo usar este término –y créanme que lo hago sin orgullo. Dos amigos, Baudelaire, Rimbaud”.
Borges y el enigma de ser
Invitó a Jorge Luis Borges al Colegio de Francia en 1983 y también dio una conferencia sobre el gran escritor argentino que será incluida en La verdad de la palabra y otros ensayos, que El Cuenco de Plata publicará en 2024. “Desde fines de los años 50, su notoriedad se extendía más allá del círculo de los aficionados a la literatura difícil y pronto obtuvo una gloria que nuestra época no le reserva más que muy rara vez a quienes solo se dedican a escribir -remarcó-. Innumerables estudios han sido consagrados a Borges en diversos países, mucha simpatía rodeaba al hombre que fue, mucha emoción produjo su muerte. En una palabra, esa recepción fue tan generalizada y parece que incluso tan atenta que debería pensar, al tomar la palabra esta tarde, que no tengo nada más que hacer sino recordar algunas evidencias, matizándolas solamente con algunas observaciones que autorizaran mi lectura, necesariamente personal, o mis recuerdos de ciertos encuentros”.
“Y sin embargo, de ningún modo experimento esa sensación, y por el contrario tengo la impresión de que Borges, en todo caso en Francia, ha sido bastante mal apreciado, bastante duramente privado del derecho simple de ser él mismo, como para que hoy le debamos una reparación al igual que una celebración: lo que intentaré entonces hacer, no sin reflexionar un poco también sobre las causas que permitieron ese malentendido”.
A continuación, avanza en una lectura atípica de la obra borgeana, que se contrapone a la de los estudios literarios en Francia. “Y es el momento de advertir que la obra entera de Borges, cuentos pero también ensayos, está jalonada de nombres propios con una densidad extraordinaria, lo que atestigua su necesidad casi compulsiva de referirse a seres que existieron o que hubieran podido existir, y la mayoría de las veces en lugares y situaciones sin prestigio, que no nos hacen ver sino el enigma de que hayan sido –y de que ya no estén”.
Para Bonnefoy, cuando en sus ficciones y poemas Borges “se las arregla para dar una imagen contradictoria de su propia presencia, ambigua, inasible, es para dejar aún más como absoluto al ser que él siente que es, de manera necesariamente incomunicable”. “Lo que es trasciende toda ficción. Y toda ficción, asimismo, puesto que olvida esto, toda ficción es culpable. Pienso que Borges, lejos de valorar la ficción, no deja de denunciarla, de escandalizarse con ella, de intentar apartar de ella al escritor moderno”.
Poesía y reflexión
“Puede que Yves Bonnefoy sea el poeta francés más lúcido de la segunda mitad del siglo XX -dice a LA NACION el escritor y traductor Silvio Mattoni-. Aquí lo tradujo tempranamente Alejandra Pizarnik, en la década del 60, y podría decirse que ambos poetas se plantearon solucionar las imágenes heredadas del surrealismo, liberándolas del juego y del sueño para darles un peso más ligado a la experiencia vital. Por otro lado, a los grandes libros de poesía que escribió desde la década de 1940 hasta su último año de vida, L’Écharpe rouge, de 2016, se suman sus deslumbrantes ensayos sobre Shakespeare, cuyas principales obras tradujo al francés, y sobre Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé. Bonnefoy no desligaba de ninguna manera la escritura poética, la pausa que implicaba acaso la espera del poema, de una intensa actividad reflexiva. Se destacó también como crítico de arte, y sus ensayos sobre la pintura renacentista y barroca, italiana sobre todo, están entre las interpretaciones más brillantes de ese momento histórico. En Lugares y destinos de la imagen, intentaba pensar a la vez los problemas y los descubrimientos de la pintura y las iluminaciones y paradojas de la poesía europea moderna”.
24 juin 1923 : naissance du poète Yves Bonnefoy. Ce grand voyageur, jusqu’à la fin de sa vie, n’aura jamais cessé de tenter de retrouver, par l’écriture poétique, le goût et la fraîcheur des premières sensations.
— France Culture (@franceculture) June 24, 2023
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A cien años del nacimiento de Bonnefoy, que murió a los 93 años en París el 1° de julio de 2016, “queda sus libros, la historia de su escritura, sus amistades filosóficas, literarias, pictóricas; como la que tuvo con Borges, por ejemplo, a quien invitó a sus clases y con el cual existen largas entrevistas filmadas”, dice Mattoni y agrega: “Una semana después de la muerte de Bonnefoy se publicó su último libro de poemas, Ensemble encore (Juntos aún), título que parece una promesa y un llamado a los lectores futuros”.
Dos poemas de Yves Bonnefoy
La imperfección es la cima
Sucedía que hacía falta destruir y destruir y destruir,
sucedía que la salvación solo era a ese precio.
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Arruinar la cara desnuda que asciende en el mármol,
martillar toda forma toda belleza.
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Amar la perfección porque es el umbral,
pero negarla apenas conocida, olvidarla muerta,
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la imperfección es la cima.
En el señuelo del umbral
Golpea,
golpea para siempre.
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En el señuelo del umbral.
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Contra la puerta, sellada,
contra la frase, vacía.
En el hierro, sin despertar
más que esas palabras, el hierro.
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En el lenguaje, negro.
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En aquel que está allí
inmóvil, en vela
en su mesa, cargada
de signos, de fulgores. Y que es llamado
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tres veces, pero no se levanta
Traducción de Silvio Mattoni
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