La obra del prestigioso artista francés, fallecido el mes pasado, estuvo marcada por la traumática experiencia de la persecución nazi; sigue presente en la actual edición de Bienalsur
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Aún se escuchaban disparos el 6 de septiembre de 1944, días después de que las fuerzas aliadas entraran en la capital francesa, cuando Christian Boltanski nació en su casa de París. La misma donde su padre, médico de origen judío, había permanecido oculto en un subsuelo. Para salvarlo de la persecución nazi, su madre fingió que la había abandonado. Tres o cuatro años más tarde, desde un rincón, el pequeño escuchaba aquella historia y los padecimientos de otros amigos de la pareja que habían sobrevivido al Holocausto.
“Creo que ése fue mi trauma. Por eso no tuve hijos ni fui al colegio”, diría décadas después a LA NACION uno de los artistas más relevantes de la escena contemporánea, fallecido el mes pasado. Convencido de que “todos somos peligrosos y estamos en peligro”, y de que “no se puede luchar contra la desaparición”, hasta los 18 años no pudo salir solo a la calle. El arte y sus hermanos mayores (Jean-Élie, lingüista, y Luc, sociólogo), lo salvaron según él de terminar en un psiquiátrico.
Esos temas se convertirían en ejes centrales de una prolífica carrera internacional. “Su conmovedor y visionario trabajo con la escultura, la instalación, la fotografía y el cine siempre giró en torno a las ideas de memoria, ausencia y presencia, sufrimiento, muerte y pérdida, así como la forma en que las personas se conectan a través de sus historias y experiencias”, dijo semanas atrás en un texto difundido por Frieze el curador Hans Ulrich Obrist, director artístico de las Serpentine Galleries de Londres.
Esta última institución alojó por primera vez en 1995 la muestra Take Me (I’m Yours), curada por ambos, con aportes de varios artistas. Replicada luego en París, Copenhague, Nueva York y Buenos Aires, permitía al público hacer con las obras lo que se suele prohibir en un museo: tocarlas, consumirlas, usarlas, comprarlas, llevarlas sin cargo o intercambiarlas por objetos personales.
“La noción de obra como objeto prácticamente ha desaparecido para mí”, dijo Boltanski al presentarla en el Museo Nacional de Arte Decorativo como parte de Bienalsur 2017, cuando instaló también en Bahía Bustamante piezas de hierro concebidas para entablar un “diálogo” con las ballenas. El registro de esa intervención, junto con su proyecto Animitas en la Pinacoteca Vaticana y Les disparues, en el Museo Caraffa de Córdoba, participan de la edición actual de la bienal que él apadrinó. Un gesto similar al que inspiró en 2012 su evocación de quienes habitaron el Hotel de Inmigrantes: una forma de tener presentes a quienes ya no están.
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