Chico Buarque: "Cuando estoy escribiendo ni siquiera escucho música"
Sus canciones son parte de la historia de Brasil, pero es también un destacado escritor; la historia del hermano alemán que nunca conoció y que también fue cantante, su propia juventud y los años del exilio están en el centro de su nuevo libro, la novela de su vida
RIO DE JANEIRO.- Solamente hay algo más difícil que encontrar a un hombre que hable mal en Brasil de Chico Buarque: encontrar a una mujer que no esté enamorada de él. Sus fascinantes ojos de un color extraño entre el verde, el azul y el gris constituyen una leyenda nacional. Sus canciones son parte de la historia, de la herencia y de la identidad de un pueblo. Por eso intimida un poco acercarse al edificio de un barrio noble de Río de Janeiro donde vive. Lo que hay detrás de la puerta es un tipo delgado y tímido, sencillo y sonriente, que espera sentado en una silla e invita un café que él mismo acaba de hacer. El salón de su casa goza de una vista apabullante. Al fondo, en una esquina, hay una guitarra y un piano, al lado de una enorme foto en la que Buarque aparece junto a Vinicius de Moraes y Tom Jobim, dos de los míticos creadores de la bossa nova.
Sobre una mesa duerme la nueva novela del artista, recientemente publicada en español, El hermano alemán (Random House). En ella, Buarque (1944) relata su conmoción al enterarse, ya adulto y de sopetón, de que su padre, el famoso historiador brasileño Sérgio Buarque de Hollanda, tuvo un hijo en Alemania en 1930 cuando era corresponsal en Berlín para un periódico brasileño. Ni Buarque supo hasta entonces que tenía un hermano en Alemania ni ese hermano alemán supo jamás que estaba emparentado con uno de los cantantes4 más famosos de Brasil, ya que murió en 1981 ignorándolo casi todo. El escritor disfraza algo los hechos. Pero, sobre todo, se muestra la casa familiar, repleta de los libros de su padre, un hombre afable pero lejano, cariñoso pero distraído y algo ausente, siempre inmerso en interminables lecturas que llevaba a cabo envuelto en la nube de humo de un cigarro encendido. En la novela, el protagonista, álter ego del propio Chico Buarque, hojea uno de esos libros de la inmensa biblioteca y repara en un sobre perdido entre las páginas que contiene una vieja carta alemana que le pone sobre la pista de aquel hermano mayor que nunca conoció. En realidad, el descubrimiento no fue tan libresco.
-¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano?
-Lo supe en 1967, cuando tenía 23 años. Me acuerdo muy bien, incluso hay una foto de ese día. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a visitar al poeta Manuel Bandeira, que ya estaba muy viejito, a su casa en Río. Hablando de esto y de lo otro, Bandeira preguntó por mi padre, del que era muy amigo: "¿Qué, cómo está Sérgio? ¡Ah!, Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos? Se fue a Alemania, tuvo aquel hijo.." Y ahí soltó eso.
-¿Y qué hizo usted?
-Le dije: "Pero, ¿qué hijo?" Y ahí Vinicius replicó: "¿Pero tú no lo sabías lo del hijo?" Y yo: "Que no". Era un secreto de familia. Después de ese día hablé con mis hermanos y con mi padre. Con mi padre, sí, pero había siempre una barrera a la hora de preguntarle. Escribiendo este nuevo libro me he cuestionado por qué no le interrogué más. Existía un reparo, un impedimento. No es que él me prohibiera preguntarle, pero yo sentía cierta incomodidad en el tema. De mi padre y de mi madre.
-¿Eso se volvió una obsesión? Porque usted siguió investigando, sobre todo después de la muerte de su padre, en 1982. La editorial brasileña que iba a publicar el libro, Companhia das Letras, contrató a dos detectives para que lo ayudaran.
-No, no eran detectives [se ríe]. Eran historiadores. Uno de ellos, un brasileño que por casualidad se encontraba en Alemania cuando comencé a redactar el libro, hace tres años. Es verdad que fue contratado por la editorial. Él conocía a un documentalista alemán especializado en la inmigración alemana en el Estado de Santa Catarina. Descubrieron que mi hermano se llamaba Sérgio Günther y que había sido adoptado por una familia a los pocos años de edad. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo escribía, uno de mis hermanos, el que vive en el departamento de mi madre, que murió hace cinco años, encontró en un cajón unos documentos que contenían datos para tirar del hilo. Yo llevaba 50 páginas del libro escritas, que dejé como estaban. Pero la realidad se inmiscuyó en la redacción para siempre.
-La historia que usted narra en la novela es buena, pero la realidad en la que se apoya también.
-Sí, tendría que escribir otro libro porque, al final, la novela acaba compitiendo con la historia real, que es muy impresionante.
Es cierto. Por medio de esos documentos, Buarque se enteró de dos cosas: que su padre había intentado que las autoridades alemanas le remitieran a su hijo aportando la documentación pertinente o, al menos, lograr que le hicieran partícipe de una pensión que él prometía enviar. La segunda es que la madre biológica había decidido, en medio de la Alemania convulsa de la época, entregar al niño al Estado para que fuera adoptado. Una carta remitida a su padre en 1934 por la Secretaría de Infancia y Juventud de Berlín (y que terminaba con un terminante "Heil Hitler!") pedía a Sérgio Buarque de Hollanda que, a efectos de que su hijo fuera adoptado por la familia alemana Günther, debía remitir lo más pronto posible certificados que avalaran la religión católica del padre. Chico Buarque, al leer la carta, supuso, con asombro y espanto, que las autoridades alemanas exigían eso para que quedara demostrado que el pequeño Sérgio no llevaba en las venas sangre judía. De lo contrario, en vez de a una familia cualquiera podía haber sido trasladado a un campo de concentración. Los historiadores lograron, en 2013, identificar al hermano, Sérgio Günther, fallecido en 1981, y localizar a su ex mujer, a su hija y a su nieta. Chico Buarque viajaba a Berlín para conocer a la otra parte de su familia y saber más cosas de su medio hermano.
-Y se enteró de que su hermano había sido cantante?
-Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y como presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante sentí una emoción muy fuerte. Y cuando oí un disco suyo me di cuenta de que tenía la voz grave de mi padre. Sonaba igual.
-¿Tenían más cosas en común?
Los dos murieron de un cáncer de pulmón. Mi padre fumaba muchísimo. Cuando conocí a la familia de mi hermano, su viuda (una de sus viudas, porque se casó más de una vez) me explicó que Sérgio Günther fumaba cigarrillos a los que les arrancaba el filtro. Exactamente como mi padre. Cosas así que dan un poco de escalofrío. Todos allí me contaron que mi canción A banda había sido traducida al alemán y era muy conocida, con una letra cambiada y algo absurda, eso sí. Así que no es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de haberme conocido un poco, ¿no?
-En el libro, el protagonista parecido a usted roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía también?
-Sí. Iba con una pandilla de adolescentes del barrio, eran los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular por la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Fui al calabozo por eso una vez. Tuve suerte porque el día en que me detuvieron mis padres estaban viajando y la que fue a buscarme fue mi hermana.
-Paralelamente, era muy buen lector, ¿no?
-Sí, es verdad. También fue una manera de acercarme a mi padre. Antes de ser músico quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de dedicarme a la literatura no la abandoné. En los 70 publiqué mi primera novela; en los 80, la segunda. Desde entonces alterno las dos cosas. Cuando estoy escribiendo ni siquiera escucho música.
¿Son actividades tan diferentes?
-Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi música. Tal vez en las traducciones se pierda algo, pero mis textos tratan de llevar cierto ritmo musical.
-Se dice que cada vez escribe más y compone menos.
-Compongo menos que a los 20. Es normal. La música popular es más un arte de juventud, con el tiempo uno va perdiendo, no el interés, pero ella ya no fluye con la abundancia de aquellos años primeros. Tengo que esforzarme más, buscar más. Al principio todo lo que te rodea sirve para hacer una canción. Después todo se va volviendo más insípido.
-¿Por qué la música brasileña es tan conocida y la literatura no?
-Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y también que los escritores brasileños juegan con una desventaja, porque el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es fácilmente exportable, no necesita traducción.
-Para terminar: ¿cómo se vive sabiendo que es el hombre más deseado del país?
-De eso no sé nada. Soy tímido, un ciudadano serio, un hombre de familia. Las historias se inventan, se levantan leyendas que no tienen que ver mucho con la realidad. No soy el seductor del que hablan.
La entrevista termina y el artista trata de llamar a un taxi para el periodista por medio de una aplicación del móvil. Pero fracasa. "Deje, le acompaño." Se pone unos pantalones cortos, una gorra que oculta su rostro y se encamina, calle abajo, por Río de Janeiro, hablando de los padres, de los libros, de las familias y de la música.
El hermano alemán (Random House), novela de búsquedas, que entrelaza realidad y ficción
Antonio Jiménez Barca