Treinta y tres años, tres meses y dos semanas después de la explosión de la planta de energía atómica de Chernóbil, el que es considerado el desastre nuclear más grande de la historia vuelve a ser noticia. Lo trae a la memoria Chernobyl, la miniserie que HBO estrena el viernes 10 de mayo y que cuenta a lo largo de cinco episodios los sucesos del sábado 26 de abril de 1986 y sus terribles consecuencias radiactivas.
Aquel día, el mundo puso sus ojos en una localidad del norte de Ucrania –por entonces parte de la Unión Soviética–, ubicada 14 kilómetros al norte de la ciudad de Chernóbil y muy cercana a Prípiat, hoy un pueblo fantasma que por aquel entonces debía su trascendencia a la instalación, en la década del 70, de la central Vladímir Illich Uliánov, alias Lenin. Y de algún modo esa mirada perpleja continúa, porque a pesar de las décadas transcurridas, el recalentamiento y posterior estallido del reactor número 4 del establecimiento, que transformaron el nombre Chernóbil en sustantivo, siguen proyectando sus sombras nefastas sobre la humanidad. Esa nebulosa que continuó expandiéndose en un relato que minimizó consecuencias o, peor, consideró que podían ser controladas. Un delirio sin otro sustento que el afán de no perjudicar al sistema soviético: Chernóbil produjo 400 veces más lluvia ácida que la bomba caída sobre Hiroshima y unos cuatro mil muertos.
Craig Mazin, creador y guionista de Chernobyl, encaró con meticulosidad el trabajo y decidió hacer una disección de la catástrofe con la explosión como centro. Según adelantó en varias notas periodísticas, en la serie no hay, como en Titanic (la comparación es suya), una trama contándolo todo desde el principio y confluyendo hacia un desenlace fatal. El hombre investigó muchísimo y el resultado es una ficción con multiplicidad de voces enfocadas en el mismo asunto: buscar el error humano que desencadenó la tragedia. Un suceso como éste requería de una complejidad que fuera más allá del mero accidente o de la sintética división entre buenos y malos. Al fin y al cabo, en las horas posteriores al accidente, se imponía una causa humanista: que la radiación no llegara a Europa y provocara una catástrofe mundial.
Los protagonistas de Chernobyl son Emily Watson, Jared Harris y Stellan Skarsgård. El trío de excelentes actores interpreta a una serie de personajes, que son como vértices de un triángulo con distintos intereses: mientras la actriz de Contra viento y marea está a cargo de Ulana Khomyuk, una científica soviética que pone en juego su vida y su reputación para que se sepa la verdad, Harris y Skarsgard encarnan a Valery Legasov y Boris Scherbina. Estos últimos existieron en la vida real (Khomyukm en cambio no) y su papel fue crucial en los días que siguieron a la catástrofe aunque desde lugares diferentes: Legasov, eminente científico, sufrió desde su posición en la comisión investigadora las presiones del gobierno soviético para que la verdad de los hechos no saliera a la luz o fuese atenuada; Scherbina fue vice primer ministro soviético y el designado por el Kremlin para encabezar dicha comisión. Es decir, todo un burócrata. Pero ninguno es en Chernobyl del todo héroe ni del todo villano. Como dijo Harris al diario The Telegraph: "Creo que los héroes de la historia son personas como los mineros, que terminan sacrificándose. No tienen otra opción, pero lo hacen voluntariamente porque aman a su país. El resto de nosotros está manchado de una u otra forma, somos cómplices de alguna manera".
De todos modos la serie, no se empantana con historias personales y se propone mostrar cómo algo creado por el hombre termina, por diversas circunstancias, lejos del alcance de su mano.
La reconstrucción
Obsesivo, Craig Mazin recreó hasta el último detalle no solo los escenarios reales, sino también las consecuencias físicas que los afectados directos sufrieron en carne propia. Hasta se confeccionaron prendas de vestir con tela rescatada de una fábrica que cerró a finales de los 80. En todo eso trabajaron arduamente ambientadores y constructores, maquilladores y vestuaristas. Para que la sensación de realidad fuera exacta incluso se llegó a convocar a aquellos trabajadores voluntarios (otros no lo fueron tanto) que fueron llamados a poner en orden el caos producido en la central. Una tragedia que, como asegura Mazin, jamás debería haber sucedido.