César Vallejo, el escritor “más triste del mundo” que ascendió al paraíso de la literatura
A 130 años del nacimiento del autor de “Trilce”, uno de los libros más vanguardistas que dio el siglo XX, la obra y la vida del escritor peruano siguen convocando a nuevos lectores
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Hace 130 años, en el norte de Perú, nació uno de los grandes poetas en lengua española: César Vallejo (1892-1938). Fue el menor de once hermanos de la pareja de Francisco de Paula Vallejo Benites y María de los Santos Mendoza Gurrionero, que querían destinarlo al sacerdocio (con su consentimiento, por lo menos hasta la juventud). Pero lo esperaba otro paraíso: el de la literatura. En Lima, adonde viajó en 1911, comenzó a estudiar la carrera de Medicina, pero volvió al norte y retomó la de Letras en la Universidad de Trujillo. Allí se graduó en 1915 con una tesis sobre el romanticismo en las letras castellanas. De regreso en Lima, en 1919 dio a conocer su primer libro, Los heraldos negros. Al año siguiente regresó a visitar a su familia en el pueblo natal, donde fue injustamente acusado de vandalismo y saqueo. Estuvo preso más de cien días: esa experiencia moldeó relatos y poemas. En 1922, apareció Trilce, una de sus obras maestras, y un año después, los cuentos de Escalas melografiadas y su novela corta Fablas salvajes. En 1923, Vallejo viajó a Europa con su amigo Julio Gálvez. Nunca regresaría a Perú, donde la causa judicial en su contra permanecería abierta.
Vivió varios años en París, donde escribía artículos para revistas limeñas y el diario El Comercio. En 1926, con el ensayista y poeta español Juan Larrea, editó la revista Favorables Paris Poema, en la que colaboraron los poetas chilenos Vicente Huidobro y Pablo Neruda, el francés Pierre Reverdy, el rumano Tristán Tzara y el español Gerardo Diego, entre otros. En 1928 viajó a Rusia y “se convirtió” al marxismo. Ese mismo año se casó con la escritora francesa Georgette Philipart Travers (París, 1908-Lima, 1984), a cuya dedicación se debe la difusión de la obra vallejiana (aunque también se la describió como una mujer despótica e intratable). Vallejo estuvo entre varios fuegos a lo largo de su vida, y casi siempre con dificultades económicas. Por sus simpatías con la Unión Soviética fue expulsado de Francia y se exilió en España, donde Trilce fue reeditado; allí publicó la novela Tungsteno y el ensayo político Rusia en 1931. De regreso en París, escribió cuentos, ensayos, poemas y tres obras de teatro, que recién se conocieron luego de su muerte. En España, los republicanos -junto a quienes combatió- publicaron los quince poemas de España, aparte de mí este cáliz, cuya edición fue destruida por las fuerzas del franquismo, en otro caso triste y célebre de biblioclastia (el libro se publicó en México en 1940). Poemas humanos, que reúne textos escritos entre 1932 y 1938 (y guardados en cajones por el poeta, según reveló su viuda), también se lanzó luego de su muerte, en París, en 1938. Tenía 46 años. Como las de tantos otros escritores, su obra alcanzaría prestigio internacional en forma póstuma.
“Protagonista de hechos de su país natal, partícipe de los movimientos renovadores, interlocutor de Víctor Haya de la Torre y de José Carlos Mariátegui, llegó a Lima después de Trujillo y de su natal Santiago del Chuco -sintetiza Susana Cella, escritora y profesora de la cátedra de Literatura Latinoamericana II de la Universidad de Buenos Aires (UBA)-. En 1918 dio a conocer Los heraldos negros, algo así como una revisión y viraje respecto del prevalente modernismo hispanoamericano. Pocos después, y con la experiencia de la cárcel, publicó el libro que lo colocaría en la cúspide de la poesía moderna en lengua castellana, Trilce. La recepción en su tierra, salvo honrosas excepciones como la de Antenor Orrego, fue negativa”. Para Cella, la poesía de Vallejo es hoy insoslayable. “Sigue incentivando palabra poética, sigue absolutamente vigente”, dice.
“Toda la obra poética de Vallejo me parece esencial -dice a LA NACION Carlos Battilana, escritor y profesor de Literatura Latinoamericana en la UBA-. Trilce es la expresión del límite del lenguaje más allá del límite. Algo inédito que permite que las zonas presuntamente ilegibles sean un estímulo que nos lleve a vislumbrar algo de sus signos. Un libro que no se deja absorber del todo, ni mucho menos domesticar, por el código de intercambio crítico admitido. Nunca un libro llegó tan lejos en la poesía latinoamericana como Trilce. No obstante, mi debilidad es su libro anterior: Los heraldos negros, que plantea una indecisión entre el lujo verbal del modernismo y la gravitación de la vanguardia. No solo hay sonetos, versos medidos y un discurso preciosista que remiten a la tradición modernista sino también rupturas que ya se presentan de modo explícito en el primer verso del libro: ‘Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!’. En esa indecisión, en esa falta de certeza reposa lo que más me gusta del libro”. A partir de un lenguaje a la vez raro y coloquial, que luego enlaza asociaciones semánticas, rítmicas y sonoras, los poemas de Vallejo transforman la experiencia de lectura de modo alucinatorio.
Con Trilce, inventó una lengua. “Hay una matriz en ese libro de la que parte la enunciación: reformula un pacto de lectura en el ámbito de la poesía latinoamericana -agrega Battilana-. Por eso, tiene que superar a su admirado Rubén Darío, el ‘Darío de las Américas celestes!’. Ya en Los heraldos negros, la saga del cisne y del búho, símbolos del modernismo y el posmodernismo respectivamente, se transfigurará en el emblema del avestruz como anuncio del futuro. Esa ave no representa el ideal ni la sabiduría. Es un símbolo privado, sin consenso colectivo, que Vallejo asocia a la melancolía, a ese pasado lingüísticamente lujoso que debe abandonar. No pide permiso a la tradición ni muestra credenciales de respeto a los gendarmes de la cultura y los símbolos se vuelven herméticos, singularísimos, lejos del consenso poético. Los símbolos de la cultura ya no procederán de una convención previa sino de la efusión personal del poeta. Por esa causa, para explorar poéticamente un nuevo territorio en la lengua, más que traficar con palabras flamantes (avión, telegrafía, cinema, etcétera), Vallejo señalaba que era necesario explorar los ritmos, los flujos y la sensibilidad de un temperamento desconocido. Por un lado, trabajaba con la lengua oral para volverla extraña y no una mera inercia mimética. Por otro, atentaba contra la palabra literaria concebida como resplandor ornamental de la cultura”.
El escritor y periodista limeño Daniel Titinger, autor de libros de crónicas como Dios es peruano, Cholos contra el mundo y No quiero salir de casa, publicó en 2021 El hombre más triste del mundo. Retrato del poeta César Vallejo (Ediciones UDP). “Fue un poeta revolucionario, y lo digo en el sentido literario, vanguardista: fue un pionero de la vanguardia en la poesía en español, años antes de que se hablara de la vanguardia en España -dice Titinger a LA NACION-. Sus versos son humanos, muchas veces crípticos, pero traspasan la piel y el hueso. Está a la altura de los mejores poetas del mundo, no solo en español, y debería leerse y hasta venerarse. Sin embargo, en Perú, salvo una élite lectora, a Vallejo no lo leemos. No somos un país que consuma poesía. Cuando hablo de país, generalizo. Existe una universidad que se llama César Vallejo y un equipo de fútbol que se llama César Vallejo, ambos del mismo dueño, un tipo que una vez declaró que no leía libros [el empresario, político y filósofo César Acuña Peralta]. Existen cientos de calles y avenidas que se llaman César Vallejo. Pero estoy casi seguro que si preguntáramos en la calle quién fue Vallejo, la mayoría diría que es el dueño de esa universidad. Pero es un ícono para sus lectores, para quienes encontramos en la literatura una forma de explicar la naturaleza humana, para quienes amamos los libros. Y da lo mismo si el lector es peruano, argentino, chino o ruso. A Vallejo se le ha leído en casi todos los idiomas”. La película sueca Canciones del segundo piso, de Roy Andersson, está inspirada en el poema “Traspié entre dos estrellas”, de Vallejo.
El hombre más triste del mundo surgió por encargo del sello de la Universidad Diego Portales, de Chile, y fue editado por Leila Guerriero, “quien no solo es mi amiga del alma, sino también una escritora admirable y una editora genuina”, acota Titinger. “Como pasa con cualquier encargo, uno también puede decir que no -razona el autor-. Pero dije que sí, con miedo al fracaso, porque solo había leído a Vallejo y con eso me bastaba para quererlo como se quiere a un amigo. ¿Quién había sido, sin embargo, Vallejo? Existen cientos de biografías sobre él, pero ninguna responde a esa pregunta que me obsesionó durante casi siete años. En mi libro, que es más un perfil que una biografía, trato de explicar quién fue, con el inconveniente de que Vallejo fue, al mismo tiempo, muchas personas. Me enfrenté a un dios, a un monstruo, a un peruano en Europa que no era más que eso: un peruano en Europa hasta que se hizo célebre, después de su muerte. Mi escritura trata de comprender al ser humano”.
Titinger señala que Vallejo fue, “por ratos, un ser abominable, malo, torpe, vividor, traicionero; y por ratos, un hombre bueno, sensible, amigable; cauto y derrochador; libre y prisionero de sus propias circunstancias”. El autor estima que podría haberse quedado veinte años tratando de culminar su libro, que incluye testimonios de familiares del poeta, de especialistas y fanáticos, y también hallazgos inesperados, como los que contenía un maletín que la viuda de Vallejo le confió, antes de morir, a una vecina y en el que se conservaban documentos, fotos y cartas. “La obra de Vallejo nunca dejará de ser enorme, monumental, genial. El ser humano, sin embargo, por qué tendría que serlo. Lo que un lector debería encontrar en mi libro es un retrato del ser humano. Y ojalá que eso traiga nuevos lectores de Vallejo”, concluye. En ellos revive la voz del máximo poeta peruano.
Un poema de César Vallejo
Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tanta vida y jamás!
¡Tantos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo este; una frente esta, aquella... Y repitiendo:
¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dice casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y que está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tanta vida y jamás y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!
De Poemas humanos
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