César Aira: “Yo doy por terminada mi vida. No voy a adaptarme al nuevo mundo”
El escritor argentino, que recibió hoy en Sevilla el premio Formentor, reflexiona sobre el humor, la edad y la relación de la escritura con las otras artes
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César Aira es un torrente de pensamientos e ideas que va volcando en sus decenas de libros a un ritmo extraordinario sin reducir la calidad, la intensidad, la complejidad y la inteligencia de una obra tan prolija como rica. Hay humor fino —muy fino— en su trabajo, hay un desafío constante a las certezas del lector y un enrevesamiento curioso que nunca sabes dónde te va a llevar, aunque sí que será a buen puerto. Aira, nacido en Coronel Pringles (Argentina) en 1949, vive en cierto aislamiento en Buenos Aires, donde no usa el teléfono y responde por escrito, lo que, habida cuenta de su estilo, no deja de ser un regalo. Este sábado recoge en Sevilla el premio Formentor.
-El jurado ha destacado en su estilo “las claves jazzísticas de la improvisación”. ¿Se reconoce en esta definición?
-Sí, hay improvisación, pero no de la espontánea y veloz sino de la pensativa y lentísima. Soy muy lento en general, si quiero apurarme se me nubla el entendimiento. Es improvisación en cámara lenta.
-En sus libros usa herramientas como la ironía, la parodia, en ocasiones disparates a los que dota de sentido… ¿Cómo elige sus herramientas? ¿Elige principalmente el humor?
-Desconfío del humor. Todo el que los lectores creen encontrar en mis libros es involuntario. Me tomo muy en serio mis invenciones, y si a los lectores les dan risa es porque carecen del gusto por la fantasía.
Lo cierto es que libros como El congreso de literatura, en el que su alter ego se entretiene encontrando un antiguo tesoro cifrado, clonando al escritor Carlos Fuentes y arreglando después el sindiós que ha generado, es hilarante, disparatado, sin freno para un brillo que no remite hasta el final. Cómo me hice monja o La mendiga también nos arrastran a una fantasía desconcertante, conviene dejarse llevar. Por ello él mismo define su obra como un tipo de cuentos para adultos. Uno diría que él mismo se lo pasa bien, pero lo niega. “Divertirse escribiendo es lo peor que se les puede hacer a los lectores. Sufrir es igualmente frívolo. Creo que lo conveniente es mantenerse frío y vigilante. La literatura es un arte difícil, que no perdona los extravíos narcisistas”, responde.
También escribió que la literatura podría ser el puente de plata tendido entre lo hecho y lo no hecho, entre esos dos ámbitos que establecen entre sí una sugerente asimetría. ¿Así lo ve? ¿Qué es la literatura?, le preguntamos. Pero nos ofrece una respuesta que nos vuelve a llevar al humor. “Qué pregunta difícil. Yo esperaba que cuando me volviera importante y ganara premios empezarían a hacerme preguntas fáciles, de las que se les hacen a las celebridades: mi color favorito, el nombre de mi gato, o si me gusta más el verano o el invierno. Por lo visto, no soy tan importante, y debo seguir dando prueba de cociente intelectual”.
Su cociente intelectual se manifiesta también en sus ensayos, en los que desliza construcciones articuladas especialmente sobre el arte (Sobre el arte contemporáneo) y múltiples reflexiones (Continuación de ideas diversas).
-También escribe que la literatura contemporánea, a diferencia del arte, no tiene un enemigo propio. ¿Es así?
-Efectivamente, en un coloquio sobre arte contemporáneo hablé sobre la existencia, tan notoria, del Enemigo del Arte Contemporáneo, el que opina que todos los descendientes de Duchamp son unos farsantes que se están burlando de un público crédulo y esnob. Los escritores no tenemos esa clase de enemigos encarnizados por la simple razón de que en nuestro oficio no se juegan grandes cantidades de dinero como en el arte, y es el dinero el que provoca el enojo.
-¿Le habría gustado dedicarse al arte?
-Es lo que hice. Todo el espectro de las artes, la plástica, la música, la escena, el cine, se pueden hacer por escrito, o soñar por escrito, y no se pierde nada. Al contrario, es pura ganancia.
-Bromeaba en una ocasión en que fue finalista de un premio con que había imaginado tantas formas de gastar el dinero del galardón que, al no conseguirlo, se sintió pobre. ¿Se siente rico con este? ¿Podrá realizar algún sueño? ¿Lo tiene también gastado en su imaginación?
-El dinero cumple deseos, pero la provisión de deseos que uno tiene no es infinita y con el tiempo llega a agotarse, y entonces el dinero pierde sentido.
"Me parece patético que traten de verle algo bueno a esta pandemia, que es lo peor sin atenuantes que nos ha pasado"
-El jurado también ha destacado su “ímpetu narrativo”. ¿Se definiría así? ¿Se identifica con ese “ímpetu narrativo?
-Ese ímpetu es algo que he estado notando por su ausencia estos últimos años. La edad y las desgracias familiares que he sufrido me han puesto melancólico, y para escribir se necesita no sé si ímpetu, pero sí un cierto entusiasmo. Creo que la alegría y la confianza son importantes, por eso sostengo que el estado ideal para un escritor es ser joven, lo más joven posible.
Aira vive generalmente sin teléfono, sin Skype, sin Zoom, ni todos los canales por los que la mayoría hemos permanecido comunicados durante la pandemia, pero niega que esté aislado. “Es muy sintomático de nuestra época creer que por falta de esos aparatos uno vive aislado. Yo creo lo contrario, que son ellos los que aíslan, los que nos impiden levantar la vista a las muchas riquezas del mundo, y a lo que tiene de bueno el prójimo. Yo crecí en el campo, en contacto muy estrecho con la gente y con las cosas, y no pienso perderlo a cambio de un teléfono o una pantalla”.
-¿Y nos habrá servido para aprender algo bueno esta pandemia?
-Me parece patético que traten de verle algo bueno a esta pandemia, que es lo peor sin atenuantes que nos ha pasado. Y todavía peor es que ha dado la ocasión, o la excusa, para llevar al paroxismo las prohibiciones y controles que ya venían acumulándose. Por mi parte, yo doy por terminada mi vida. No voy a adaptarme al nuevo mundo.
Intentaremos no creerle demasiado.
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