Centro Editor: los 50 años de la fórmula para hacer libros masivos y de calidad
Una muestra en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional revive la historia del CEAL, esa aventura irrepetible que creó Boris Spivacow con un equipo intelectual de lujo
Una fábrica de cultura. Así definen los investigadores de la Biblioteca Nacional al Centro Editor de América Latina, editorial fundada a fines de 1966 por Boris Spivacow que publicó cerca de cinco mil títulos a lo largo de treinta años. Una muestra antológica, que inaugura hoy en el Museo del Libro y de la Lengua, rinde homenaje a este proyecto intelectual único que ofreció a un público masivo contenidos de calidad escritos por intelectuales en un estilo sencillo y didáctico mucho antes de que se pusieran de moda los libros de divulgación.
La exhibición, montada en la sala Julio Cortázar, apunta a reconstruir el proceso de producción del Centro Editor, que fue al mismo tiempo industrial y artesanal: industrial por el gran volumen de publicaciones y la gran tirada de cada una (entre 10.000 y un millón de ejemplares, según el título) y artesanal porque se desarrolló a fines de la década de 1960, cuando todavía no había computadoras ni fotografía digital.
El armado de la muestra reproduce una redacción de aquella época: hay mesas de diseño y armado de páginas, gabinete de revelado, tablero de arquitecto para el director de arte encargado de las portadas de los libros y los fascículos. El método de trabajo de Spivacow y equipo fue más parecido a una redacción periodística que a una editorial. "Centro Editor fue pionera en insertarse en la industria cultural para hacer publicaciones de calidad. Spivacow no se planteó la disyuntiva entre calidad y cantidad. Logró las dos cosas", explicó Judith Gociol, del equipo de la BN, que estuvo a cargo entre 2006 y 2011 de un proyecto de investigación centrado en Spivacow, Eudeba y el Centro Editor. De ese proyecto surgió la mayor parte del material ahora expuesto por primera vez al público; otra parte proviene de donaciones recientes, como la de la familia de Aníbal Ford, que participó del CEAL.
"Spivacow tenía una idea clara del lector al que dirigía los contenidos: un lector culto, de formación integral, y, al mismo tiempo, se proponía llegar a la mayor cantidad de gente posible. De ahí surge el concepto «Un libro al precio de un kilo de pan» que marcó el espíritu del CEAL, pionero en vender fascículos culturales a precios accesibles en los quioscos de diarios y revistas", completa Gociol.
En una pared se exhiben los principales títulos editados por el sello: Los hombres, Atlas total, Pintores argentinos del siglo XX, El país de los argentinos, La vida de nuestro pueblo, Polémica, Capítulo y Los cuentos del Chiribitil, entre otros. Fueron en total 79 colecciones dedicadas a la literatura clásica y contemporánea, la teoría crítica y literaria, el arte y las ciencias sociales, compuestas por entre 100 y 400 títulos cada una, con una tirada inicial de veinte mil ejemplares. Del volumen de publicaciones surge el título de la muestra: Una Fábrica de Cultura.
En una de las mesas se destacan las libretas de Spivacow, que registraba en forma minuciosa los detalles de cada colección: tema, contenidos, colaboradores, cantidad de fascículos, costo de producción y de distribución. "Tenía una idea realista de la edición, estaba muy lejos del editor romántico. Para conseguir dinero, les mandaba cartas a intelectuales en las que les contaba el proyecto y les pedía colaboración y apoyo financiero. También llegó a vender acciones de la empresa a empleados y a colaboradores, como Aníbal Ford", completó la curadora. Las acciones que pertenecieron a Ford están expuestas, junto con una carta de Spivacow a Álvaro Yunque y una serie de recibos y cheques que dan cuenta de que el editor era, al mismo tiempo, contador y tesorero.
Si bien por entonces existía un mercado ávido de las publicaciones del CEAL, Gociol resalta que cuando caían las ventas o una colección no resultaba exitosa Spivacow y equipo salían a buscar lectores. "Cuando no había público, lo inventaban", dice la investigadora. Así, los fascículos llegaban a escuelas, hospitales, ferias barriales.
La calidad de los contenidos era, para Spivacow, tan importante como el estilo de los textos: por eso les pedía a los intelectuales que escribieran con un lenguaje sencillo, apto para todo público. Entre los principales colaboradores figuran Ford, Beatriz Sarlo, Graciela Cabal, Jorge Lafforgue, Jorge B. Rivera, Luis Gregorich, Jaime Rest y Oscar Díaz como jefe de arte. Hay un sector en homenaje a Díaz, con un tablero de trabajo y elementos que le pertenecieron, como reglas y plantillas de tipografías. Otro sector rinde homenaje a los fotógrafos, con cámaras y negativos con imágenes de la época.
En una mesa de revelado fotográfico hay cubetas de colores. En cada cubeta se ve una escena de una secuencia histórica: la quema de libros del Centro Editor ordenada por un juez durante la dictadura militar, después de un juicio que duró dos años y que resolvió que el 30 por ciento de los títulos secuestrados en un operativo en 1978 eran "peligrosos para la seguridad nacional". Así fue como en 1980 se quemaron 24 toneladas de libros del CEAL en un baldío de Sarandí. La filmación de aquella barbarie se proyecta en forma continua en la sección Víctimas del Horror.
Las cifras de un fenómeno
5000
títulos publicados en treinta años
entre libros y fascículos de cultura general que se vendían en kioscos de diarios
79
colecciones temáticas
que incluían entre 100 y 400 títulos cada una, con una tirada inicial de 20 mil ejemplares que en algunos casos alcanzó el millón
1
libro al precio de 1 kilo de pan
Era el concepto comercial de Boris Spivacow para vender sus colecciones de calidad a un público masivo