El fotógrafo Guillermo Srodek-Hart se encontró con situaciones y relatos inquietantes mientras registraba cascos de estancia abandonados, que protagonizan su muestra actual en Ungallery
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Anochecía en Tres Arroyos el 14 de abril de 2018, mientras Guillermo Srodek-Hart preparaba su antigua cámara de placa para registrar la fachada de la casa abandonada. El fotógrafo dice preferir esa hora en la que no hay sombras definidas y el ambiente se torna tenebroso. Aunque no esperaba encontrarse con algo tan siniestro. “Hay una historia... Dicen que acá vive el fantasma de una nena”, le advirtió al despedirse el cosechador que lo había llevado hasta allí.
“Me contó que se la habían olvidado jugando sola, en el parque; la encontraron ahorcada en una hamaca. La misma que empezó a moverse cuando cayó la noche -recuerda, en diálogo con LA NACION-. Mi perro se puso nervioso, y de la casa salió una lechuza de campanario gigante que pasó volando muy cerca de la cabeza. Suelen anidar en casas abandonadas como estas, que fueron construidas entre 1890 y 1920. Todas están embrujadas y llenas de murciélagos”.
Al decir esto señala una de las fotografías exhibidas hasta el 16 de este mes en la galería Ungallery, de Retiro, como parte de la exposición Instalaciones rurales. Muestra los restos de la estancia Martín Fierro, ubicada desde comienzos del siglo pasado al sudeste del pueblo Micaela Cascallares. “Dicen que ahí vivió un chico que se enamoró de una azafata –cuenta Srodek-Hart, citando los relatos que pasan de boca en boca a través de generaciones-. Pero como su madre era muy católica y creía que ese era un ‘oficio de prostitutas’, no aprobó la relación. Él se terminó suicidando, en un cuarto donde ahora hay un catre quemado”.
Otra historia de pasión no correspondida quedó sepultada en las ruinas del Castillo Zubiaurre. También comenzó a construirse a principios del siglo XX en el paraje rural del mismo nombre, en Coronel Dorrego. Según la historia reconstruida por la escritora Diana Arias en su libro Amores inmigrantes, fue un proyecto del español Juan Abelardo para formar una familia con Enriqueta Bonora. Solo que no estaba en sus planes que la hija del hacendado quien hacía negocios no aceptara su propuesta.
“Tu padre nos autorizó a contraer matrimonio”, le habría dicho Abelardo, mientras le mostraba una acuarela que representaba el futuro castillo. Ella, enamorada de otro hombre de bajos recursos rechazado por su familia, dijo que no y se desmayó; él terminó habitando la mansión con sus hermanos. “El castillo actualmente forma parte de una propiedad privada -escribió el año pasado Alejandro Gorenstein en LA NACION- y no permite el ingreso de turistas”.
No es fácil llegar hasta estos sitios, confirma Srodek-Hart. “Nadie sabe dónde están muchos de estos lugares pero me gusta la aventura, andar solo, hablar con la gente –explica-. Necesitás las coordenadas e instrucciones de los lugareños, es un trabajo colaborativo. Me ayudaron mucho el gomero local, que me escribió las coordenadas en una servilleta, y los fumigadores, que ven todo desde el aire”.
Claro que cuando inició esta serie, en 2017, ya había aprendido a abrirse caminos: nacido en Buenos Aires en 1977, estudió arte en Boston entre los veinte y los treinta años. Expuso en varios países y representó a la Argentina en una muestra curada por el prestigioso curador Alfons Hug en el Instituto Italo Latinoamericano (IILA) durante la Bienal de Venecia de 2013. En 2015 la editorial Prestel publicó el libro Stories, con la serie iniciada una década antes sobre la transformación de la vida rural argentina. En 2018 participó en FOLA de la muestra Congruencias, que incluyó también fotografías de Jim Dow, Fernando Paillet y Walker Evans, y el año pasado su registro del Castillo Zubiaurre –ahora exhibido en Ungallery- fue seleccionado para el Premio Fortabat.
Nada lo preparó, sin embargo, para lo que encontró en el interior de aquellas casas derruidas. Como una siniestra muñeca de trapo negra, con largas trenzas grises, que colgaba de una pared. O el mueble con espejo frente al cual se fotografió con dos sobrinas, el 16 de abril último. Una de ellas no aparece en la foto. Tal vez sea por eso que, cuando lo acompañan en sus expediciones los chicos del campo, se protegen con imágenes del Gauchito Gil, rosarios, facones, machetes y pistolas de plástico, además de llevar la Biblia en el bolsillo.
“Cuentan que La Independencia, cerca de Aparicio, fue construida por uno de los terratenientes más ricos de la zona, de apellido Vilela -relata Srodek-Hart-. El hijo se asentó allí con su familia, a unos 5 kilómetros de la casa del padre. Algo pasó, y el matrimonio no duró mucho. La mansión fue abandonada y, con el tiempo, se habría usado como una suerte de prostíbulo donde los señores acomodados y, arreglados con la policía, llevaban mujeres con discapacidades mentales y armaban fiestas. Hoy, cuando entras a La Independencia, el aire es completamente frío aunque afuera haga calor. Dicen que los espíritus de aquellas pobres chicas aún quedaron allí, atrapadas en las habitaciones como almas en pena”.
Y eso no es todo. “Muy cerca de ahí, en una casita muy humilde que dicen era de la familia de la panadera del pueblo, parece que había nacido un varoncito ‘monstruo’. Padecía alguna malformación genética, y mentalmente estaba muy mal también. Cuentan que el pobre chico vivía encadenado abajo de un árbol, a unos metros de la casa”.
También se dice que, hace más un siglo, una familia se mudó cerca de Reta y le fue tan bien que construyó una mansión, llamada “Lo de Picado”. “Lamentablemente, la tercera generación quedó en manos de un heredero que hizo muy malos negocios y perdió todo –cuenta el fotógrafo-. Aseguran que entraba al campo que alguna vez fue de su familia arrastrando un carro, pedía permiso a los nuevos dueños -que para ese entonces habían dejado que a la mansión se la devorara el monte-, y el hombre, devenido en chatarrero, se metía en la casa donde se había criado para llevarse los mármoles y la grifería para venderla en el pueblo”.
“Con el Covid, el mundo empezó a parecerse a esto: un mundo en el que parece haberse extinguido la raza humana”, observa Srodek-Hart. Rodrigo Alonso coincide, en el texto que acompaña la muestra curada por Jen Zapata: “En sus imágenes apreciamos los vestigios de un modelo industrial en pugna con una naturaleza que reclama la restitución de su reinado. Si bien estas imágenes fueron capturadas poco antes de las cuarentenas globales, su lectura cobra una nueva dimensión en los tiempos pospandémicos, que exigen redefinir contratos entre ecología y humanidad”.
Para agendar
Instalaciones rurales de Guillermo Srodek-Hart, con curaduría de Jen Zapata. En Ungallery (Arroyo 932), hasta el 16 de septiembre. Entrada gratis.
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