Pintores, escritores, pensadores no son habitantes comunes: sus moradas inspiran y, a la vez, resultan testigos privilegiados de obras que los trascienden; conocer la vivienda de un artista es, de alguna manera, como abrir un libro con historias e imágenes para atesorar
Algo flota en el aire de las casas que habitaron artistas, escritores y grandes pensadores, y se advierte a poco de conocerlas. Puede ser el olor de una biblioteca, los colores de un mural, la poesía de una vista que entra por la ventana. Muchas veces, estas sensaciones se perciben con solo dar el primer paso. En Isla Negra, por ejemplo, los caracoles que recubren el piso de la entrada les avisan directamente a los pies del visitante –por si no lo sabían– que Neruda era un enamorado del mar. Pero hay también una o más capas profundas, íntimas e interesantes, que le piden al curioso que transite el camino de los pasillos para redescubrir y desentrañar las historias que cuentan aquellas paredes.
En Buenos Aires, de los jardines del escultor Rogelio Yrurtia, en Belgrano, a los cuartos de Ricardo Rojas, en Barrio Norte; de las viviendas de Sarmiento y Xul Solar en el Tigre a la música de Carlos Gardel, en el Abasto, o el taller de Raquel Forner en San Telmo, se multiplican las posibilidades de ingresar y reconocer la vida y la obra de grandes personalidades a través de casas que son museos con todas las letras. Como la primera residencia presidencial del país y uno de los edificios de origen colonial que se conservan en la ciudad, donde vivió Bartolomé Mitre junto con su esposa, Delfina Vedia, y sus seis hijos entre 1859 y 1906. Esta lista es larga y bien vale la pena tenerla a mano para planear una salida diferente, ahora que los espacios culturales comenzaron de a poco a reabrir. Sin embargo, de otras viviendas apenas quedan su recuerdo, sus fantasmas o una placa de bronce o mármol adherida a la fachada del edificio que avisa a cualquiera que pase que ellos vivieron allí: Borges, Manucho, Bioy y Ocampo, tantos más.
Esta lista es larga y bien vale la pena tenerla a mano para planear una salida diferente, ahora que los espacios culturales comenzaron de a poco a reabrir.
Atractivo internacional, quién no se ha dejado tentar por la idea de entrar en "la casa de..." y ver en directo, por ejemplo, el azul Frida que envuelve corsés, pinceles y medicinas en Coyoacán, uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de México. O el diván de Freud en Londres. O la colección de monstruos, muñecos, obras de arte y una jugosa memorabilia espeluznante que el cineasta Guillermo del Toro tiene en su mansión de California –y que ha salido de gira para delicias de los fans del género fantástico y de terror que la han visto en distintas partes del mundo–. Cartagena, por ejemplo, es casi como una gran ciudad casa para García Márquez, aunque el Nobel sea oriundo de Aracataca y haya pasado sus últimos años en México. Por supuesto, además de sus tramas y personajes, él mismo residió allí, cerca de la muralla, en una morada color ladrillo que todos conocen: imposible que alguien no sepa indicar de memoria cómo llegar. Otro clásico del género, muy cerca de Cadaqués, en la Costa Brava catalana, es la barraca de pescadores donde Dalí hizo que se fundieran los relojes. Sencillamente irresistible, así es esta pasión que se proyecta al infinito y desconoce límites y latitudes.
Como refugios, incluso, forzosos, en este año de sorpresiva pandemia los hogares volvieron a revalorizarse. A propósito, tuvieron su revival Casas de artistas, un dúo de libros que publicó Mónica Testoni en la última década, y que llevan por subtítulo "Aquí viven-Aquí trabajan", un concepto que le convidó el publicista Ramiro Agulla, quien junto con Pablo del Campo aportaron su buen olfato para la elección de las imágenes de tapa. Testoni germinó la idea de reunir diferentes casos a la manera de un reportaje en la intimidad, con entrevistas y despliegue fotográfico del ámbito cotidiano en que vive y crea un artista. Forma parte del volumen amarillo, el primero, sobre pintores argentinos (de Luis Felipe "Yuyo" Noé y Renata Schussheim a Pablo Siquier, Nicola Costantino y Gachi Hasper), el capítulo dedicado al gran Guillermo Roux y su compañera y socia de la vida, Franca Beer. Se titula "El pintor y la dama" y se adentra en la casa de Martínez, "barrio tranquilo de calles circulares con naranjos y tipas, casas en dos plantas, rejas y escaleras por la incipiente barranca que luego baja al Río de la Plata". Con la misma premisa de "dejar pinceladas de personalidades" y aproximarse "a las maneras de vivir del arte en el siglo XXI", Testoni también relevó la escena contemporánea de Uruguay a través de viviendas que son talleres.
Libros, películas y fotografías: las casas pueden contar detalles biográficos desconocidos de sus habitantes. Aunque cerradas, muchas están hoy más cerca que nunca: tecnología y Covid han coincidido en tiempo y forma, multiplicando las opciones de hacer recorridos virtuales.
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