Cartografías falsas con nuevas constelaciones jamás imaginadas
Con “La invención del cielo” el fotógrafo Marcelo Grosman pone en cuestión los saberes científicos sobre la bóveda celeste
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Construir nuestro propio cielo, más allá de cualquier criterio establecido. Desplegar un espacio –de práxis y pensamiento— que vaya contracorriente y permita reencontrarse con los propios deseos. Eso es lo que se propuso el reconocido fotógrafo Marcelo Grosman con su instalación La invención del cielo. Para esto el artista creó cartografías falsas o apócrifas con nuevas constelaciones jamás imaginadas, que ponen en cuestión la verdad de saberes científicos hegemónicos y de las imágenes que vemos y consumimos.
La exhibición, que se despliega en la gran sala de la planta baja de Fundación Andreani y que puede verse hasta fin de mes, está conformada por piezas tecnológicas low tech de proyección e impresiones de cartografías antiguas, intervenidas con fotografías, sobre papeles y vidrios. A partir de atlas e imágenes históricas del siglo VIII hasta fotografías del siglo XX, Grosman trabajó con programas de diseño superponiendo imágenes, imprimiendo y volviendo a intervenir varias veces cada pieza.
Hay una serie de obras (surgidas de fragmentos de fotos y gráficos, e imágenes de telescopios) dobladas y prensadas para conservar la memoria de los mapas en papel. Hay también más de un centenar de vidrios con impresiones de gráficos astronómicos científicos o del recorrido de las estrellas, su numeración y denominación. Incluye fotos de telescopios como el Hubble y James Webb, y algunas anotaciones científicas que dotan a la serie de supuesta legitimidad otorgada por una práctica científica.
Grosman considera que el arte es una forma de indagación y conocimiento: “Estamos conformados por el eco de imágenes del pasado y del presente”, sostiene. Por esta razón trabaja con imágenes de distintas épocas, que nos condicionan y al tiempo nos constituyen de modos que solemos ignorar. Como en una especie de gabinete científico, los espectadores pueden usar una serie de lupas, que se encuentran sobre mesas transiluminadas, para ver en detalle las obras. Hay retroproyectores antiguos –de los que se usaban en ámbitos educativos o de investigación— que proyectan un mural-collage que cambia todos los días.
Considera que muchas de las imágenes aceptadas y legitimadas de los Atlas celestiales son, más que elaboraciones científicas, “proyectos estéticos o programas políticos”. “Me interesa trabajar esta relación habitual de las imágenes con las producciones hegemónicas o con la representación del poder”, dice el artista en diálogo con LA NACION. Y añade: “En el resultado final prevalece la subjetividad y la visión sobre lo relativo a lo humano (la necesidad siempre de narrativas hegemónicas) antes que la representación pura de lo científico”.
“¿Qué pasaría si dibujáramos nuevas constelaciones, otras versiones del cielo y el cosmos dejándonos guiar por una lógica contrahegemónica, que convocara a la celebración de los cuerpos, la amistad y el cuidado? Si proliferaran interpretaciones y representaciones individuales o colectivas del cielo, pero no una… sino dos, tres, muchas… Habida cuenta de que toda imagen se esgrime frente a otras ya existentes (y más poderosas): ¿qué micropolíticas deberían practicarse hoy, para reinventar una porción de cielo, y, en definitiva, de mundo?”, se cuestiona el artista junto con Virginia Castro en el texto de la muestra.
En su producción, el artista indagó en el uso de las imágenes para controlar el cuerpo: desde la propaganda hasta el primer uso de la foto como identificación policial. En Guilty!, a partir de fotos clásicas de frente y de perfil tomadas del aparato judicial-policial, construyó retratos que condensan todo lo contrario a un identikit: son piezas borrosas, difusas, enigmáticas. En sus series Biopolítica y El combatiente exploró la tensión entre verdad y ficción en la imagen fotográfica, tema que le apasiona y sobre el que ahora vuelve.
“La astronomía –escriben en el texto de la muestra— sería el escenario privilegiado de los conflictos y colaboraciones entre subjetividad y ciencia, pero también de la relación instituyente entre representación, tecnología y poder. Y una demostración de la capacidad de la imagen en alianza con la palabra para instaurar versiones del cielo y el universo”.
Sobre el gesto fundador de la astronomía de cartografiar la bóveda celeste, ordenar, tipificar y darles nombres de dioses, bestias, criaturas reales o imaginarias y objetos inanimados, considera que “fue pura subjetividad, pero que persiguió fines pragmáticos: gobernar los cielos para gobernar los mares, gobernar los mares para gobernar la tierra, gobernar la tierra para gobernar los cuerpos”.
En La invención del cielo nos sumerge en un laboratorio vintage donde es posible acercarnos a las más antiguas imágenes del cosmos y las formas legitimadoras que se impusieron con el tiempo. A partir de mecanismos sofisticados y científicos –ligados a la tecnología de otras épocas— Grosman nos lleva a un cielo reparador: a la invención de otro cielo, el propio.
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