Cartas para escuchar
Un agente de prensa de esos que 25 años después ya sabe cómo y con qué acercarse a esta orilla –de los pocos que hoy envía correos con destinatario, que sabe a quién le habla y no persigue a toda costa su “asunto”– me escribe por el libro de un artista. “Y te quiero conversar sobre las cartas, uno de tus temas”, agrega. Leo tarde su mail y enseguida levanto la vista con gesto ingenuo sobre mi hombro izquierdo. ¡A ver: parece que me estuviera espiando! Si me disponía a disfrutar –no cabe otro verbo– de un ejemplar último modelo que actualiza los antiguos epistolarios.
Lleva unas semanas en línea la justa aventura titulada Trece cartas a Rusia, una serie de programas de una hora que Radio Nacional de España (RTVE) estrena los jueves. Están dedicados a compositores, voces y artistas “merecedores de admiración y respeto, que tanto ellos como el pueblo ruso no son responsables de la política actual del Kremlin”, esclarece la misión en un breve párrafo. Lo contrario de la ridícula cancelación a Tchaikovsky y su Lago de los cisnes, por poner un por ejemplo, que sobrevino a la guerra. El podcast supone un contexto de correspondencia entre un narrador y una mujer a la que conoció y amó: Tatiana Mijaílovna, donde quieras que estés. “Son cartas de amor y de exaltación de la cultura rusa”.
Desemboco en esta rockola siglo XXI casualmente –o nada casualmente– a través del tobogán enrulado que es el buscador de Google, yendo tras un dato escurridizo sobre Anna Pavlova que preciso para apostillar los epígrafes de una hermosa colección de fotografías. Son retratos de estudio tomados por el viejo Frans van Riel –lo de viejo es por sabio, pero también para diferenciarlo de su hijo, que se llamaba igual–, tomados durante una de las visitas que la bailarina hizo a Buenos Aires, en 1919. Se exponen actualmente en la galería de Juncal 790.
Y como suele pasar ahora, llego al sitio por una razón y me quedo por otra: la tercera y cuarta de esas trece cartas están dedicadas a los Ballets Rusos de Diaghilev, esa “bomba estética” que explotó en Europa en 1909 y que por dos décadas completas fue una completa revolución artística. Reavivando en voz alta los recuerdos para su querida, queridísima, el relato del dramaturgo y crítico musical Santiago Martín Bermúdez despunta el primero de los dos episodios sobre la sensacional troupe de talentos comandada por un visionario con Le pavillon d’Armide. Obra con coreografía de Fokine y decorados de Benois, quien –cuenta– convenció a Cherepnin de que hiciera la música que ahora oímos, basándose en un guion de Teófilo Gautier. La carta invita a escuchar el cuarto y último cuadro de Petrushka, lo que le da pie para hablar de un joven compositor en ascenso, Igor Stravinsky, a quien retomará en la segunda misiva entre fragmentos de La consagración de la primavera y comparaciones con otro talento, Prokofiev, visto como su sucesor. Finalmente deja a todos rendidos ante la historia de Apollo y las musas. Y parafrasea galante a Neruda al despedir a su amada: “es tan bello el amor y es tan largo el recuerdo”. (Ni corto ni olvido, lo suyo es de un optimismo neto).
En el siguiente episodio el español está seguro de que a Tatiana le encantaría ver alguno de esos libros con dibujos, figurines y escenografías de una compañía que siempre fue a la vanguardia. Y le cuenta la historia de La siesta del fauno, de Debussy, que en poco más de diez minutos Nijinsky convirtió en un escándalo. “Al principio Diaghilev no estaba muy de acuerdo –especula el narrador–, aunque luego podría haber pensado que tal vez un escándalo no le vendría mal a los Ballets Rusos”. ¡Pero qué estrategia más actual! Sin embargo, ninguna de todas estas maravillas ocurre hoy, empezando por las cartas, en vías de extinción. Un meme enviado por WhatsApp explicaría el remate así: “Quedate con el que te pone la música de ‘El joven príncipe y la joven princesa’, de Sherezade, y te dice “Te seguiré escribiendo, ojalá pudieras escribirme tú a mí”.
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