Hizo las cuentas, y calculó que tenía el éxito asegurado. Si el valor de una muestra se medía por la cantidad de gente que la veía, bastaría con colgar sus cuadros del alambrado de las vías. Y llamar la atención de los pasajeros de los cuatro trenes que pasaban por día por la estación Altamirano, camino a Mar del Plata.
Esa fue la primera exposición de Carlos Regazzoni, fallecido días atrás, según contó en 2013 en el programa radial de Fernando Peña. Para entonces ya era famoso por realizar imponentes esculturas con desechos ferroviarios y por el espíritu provocador que lo condujo a vivir en vagones abandonados de Retiro, debajo de las gigantes hormigas trepadoras que dejó como legado.
"El Gato Viejo" se llamó el bodegón precario en el que recibía a más de treinta personas por noche. Allí cocinaba a pedido liebres, jabalíes, avestruces, gansos y pato a la naranja, su especialidad. "Una vieja reservó y no vino a comer. Como yo tenía el teléfono, la busqué y le tiré la comida en la puerta de la casa", aseguró también por Radio Metro, antes de jactarse al aire de su hábito de toquetear mujeres para "sacárselas de encima".
"¿No habrá algún galponcito?", dice haberle preguntado en la década de 1980 al jefe de estación de Retiro, que lo reconoció por haberlo visto en Crónica. "Sacó una llave; yo la miraba como la pera de la calesita -relató-. Después me fui robando los otros galpones".
Llegó allí por casualidad, luego de que lo confundieran con personal de mantenimiento cuando quiso mostrar sus obras. Se retiró ofendido, dispuesto a echar su trabajo al Riachuelo. Encontró así el lugar donde viviría con sus siete hijos.
"Se nos fue un grande! Abrazo Pa!", anunció hace tres semanas en su cuenta de Twitter el mayor de ellos, Carlos Javier, médico y político que dirigió el PAMI durante el gobierno de Mauricio Macri. "Vos encará tu campaña a través del arte -le aconsejó el padre en una entrevista conjunta con Víctor Hugo Ghitta, para LA NACION-. Si supieras todos los condimentos que tiene una visión artística para un país: criterio, lógica, belleza, desafío, ingenio, tesón".
Esos valores admiraba este artista autodidacta nacido en Comodoro Rivadavia, que pasó de vender kerosene en Longchamps a vivir más de una década en Francia, donde alcanzó la cima de su carrera, y a tener su propio programa de televisión. Lo que queda en la memoria de su hijo Carlos, sin embargo, son las noches de campamento en la playa en las que tomaban sopa mientras Regazzoni aullaba a la luna, como un lobo.
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