Carlos Fuentes: entre el terror y la belleza
A propósito de la aparición en Buenos Aires de su libro de cuentos Inquieta compañía (Alfaguara) y de su conjunto de ensayos sobre arte Viendo visiones (Fondo de Cultura Económica), el escritor mexicano habla de la literatura fantástica, de la influencia del cine sobre su obra y de su temprana y abandonada vocación de caricaturista. Además, se refiere a la mujer como "diosa de la intuición" y al profundo erotismo de la castidad en los cuadros de Zurbarán
Encontrar a Carlos Fuentes es uno de los ejercicios más arduos para un periodista. Su vida está signada por los viajes y conseguir el número de teléfono del lugar donde se encuentra es casi una hazaña. Aunque, en este caso, las cosas fueron más sencillas porque, casi milagrosamente, el escritor se encontraba en su casa de México. Ya durante la niñez y la juventud, Fuentes atravesó una y otra vez las fronteras. Vivió en varios países americanos porque debió seguir los destinos de su padre diplomático. Por si fuera poco, el que es hoy uno de los intelectuales mexicanos más importantes, candidato al Premio Nobel, nació en Panamá, en 1928. Autor de novelas, de cuentos, de ensayos y de obras de teatro, Fuentes conoció el éxito desde muy joven y fue miembro destacadísimo del boom de la literatura latinoamericana. Recibió los premios Biblioteca Breve, Rómulo Gallegos, Alfonso Reyes, Cervantesy Príncipe de Asturias, entre otros. Sus obras, siempre distintas, le ganaron el favor de los críticos y del público, que celebra sus apariciones como si se tratara de una estrella de cine. La desenvoltura y la elegancia con que habla en sus conferencias y en entrevistas por televisión se corresponde con la calidad de su prosa escrita que puede alcanzar con igual maestría el registro más poético y refinado, y reproducir, con un oído infalible, el habla coloquial.
En estos días, han aparecido en Buenos Aires dos nuevos libros de Carlos Fuentes, muy distintos y, en cierto sentido, complementarios: Inquieta compañía (Alfaguara), integrado por seis relatos largos y Viendo visiones, un conjunto de ensayos sobre arte (Fondo de Cultura Económica).
Fantasmas, alimañas, vampiros, casas tenebrosas, cementerios enterrados en un barrio del Distrito Federal de México, misteriosas residencias perdidas en el desierto: ésos son los personajes y los escenarios de los cuentos que integran Inquieta compañía. El clima enrarecido y sombrío de los relatos está matizado por toques de humor delirante y paródico.
"Busqué provocar en el lector un temblor que le recorriera la espina dorsal, pero también la sonrisa -comenta el autor, por teléfono, desde México-. Con estos cuentos vuelvo al género fantástico, una de las vetas de mi obra, que siempre me interesó. En 1962, por ejemplo, publiqué dos novelas, una fantástica, Aura; la otra, realista, La muerte de Artemio Cruz. Los que frecuentan mis libros saben que soy un admirador de Balzac. Como él, tengo la pretensión de registrar en mis páginas la sociedad de mi época. Balzac decía que quería competir con el registro civil, con Dios, en la creación de personajes. Pero además de tener en su cabeza a todos los seres que iban a representar la comedia humana, también reservaba un costado fantástico para su trabajo. De esa inclinación surgieron Séraphita, La piel de zapa y Louis Lambert."
-En Viendo visiones, usted dice que Las meninas es quizás la obra más perfecta de la pintura sólo porque se niega a la perfección de lo concluido, porque es una obra que se presta a múltiples interpretaciones desde el punto de vista de quien la contempla. ¿Cómo se relaciona esa afirmación con la literatura?
-Es cierto. En Las meninas el espectador se puede formular muchas hipótesis acerca de cada uno de los personajes, acerca del punto de vista desde donde está pintado el cuadro, acerca del caballero que se encuentra en el fondo, en el marco de la puerta: uno no sabe si acaba de entrar o está por salir, por ejemplo. Y así con cada uno de los detalles de ese óleo. En la literatura, ocurre lo mismo. Hay que dejarle al lector la libertad y el honor de continuar la obra. El primer lector de un libro es el próximo lector. El escritor, al igual que el lector, es como Scherezade. Para salvar la vida, debe dejar inconcluso el final del relato y proseguirlo al día siguiente. Cada lector completa lo que dijo el escritor y, sin embargo, siempre deja inconclusa la obra. Otro lector la completará de otro modo. La obra está abierta, como dice Umberto Eco. El género fantástico se presta maravillosamente para este tipo de resultados. Está animado por la pregunta de Coleridge: ¿qué pasa si sueño con una rosa y, al despertar, me encuentro con esa rosa en mi mano?
-Sus cuentos abundan en alusiones al cine. Por ejemplo, las dos tías, las viejecitas de "La buena compañía", tan temibles y al mismo tiempo tan simpáticas, comparten algunos rasgos siniestros con las de ¿Qué pasó con Baby Jane. Uno tiene la impresión de haberlas visto en muchas películas. Pero quizá provengan de su propia experiencia. ¿Se inspiró en sus tías o en tías conocidas?
-No, mis tías eran muy distintas. Las tías más bien terroríficas, pero pintorescas, de mi relato me hacen acordar a a las ancianas de Arsénico y encaje antiguo. Como corresponde, hay una buena y una mala. Pero, en realidad, ninguna de las dos es buena y se portan bastante mal con el sobrino llegado de Francia que las visita. Todos conocemos ancianas muy intencionadas. A mí, las abuelitas me espantan mucho. Les tengo aprensión. Por ejemplo, en el cine argentino había una terrible, Felisa Mari, una actriz extraordinaria, pero que siempre trataba pésimo a sus nietas y sobrinas. Recuerdo cómo la hacía sufrir a Mirtha Legrand, que era tan dulce y tan inocente.
-Y esas dos tías no son las únicas señoras de edad temibles en sus relatos
-Así es. En "La gata de mi madre", otro de los cuentos, también hay una mujer mayor terrible. Más terrible aún porque la defiende un gato satánico. El título de ese relato tiene dos sentidos porque, en México, la palabra "gata" designa no sólo a un felino, sino de un modo muy peyorativo también a las mujeres de servicio. En la casa, vive una "gata"-sirvienta- y un gato que Leticia Lizardi, la hija, detesta. Ese animal responde al aspecto empecinado de sus congéneres que no escuchan a los patrones. En este caso, el gato tiene un poder infernal y consigue tener a raya a los muertos, a los fantasmas, a las ratas que por centenares van ocupando lentamente la casa en que se mueven Leticia, su madre y, más tarde, el apuesto esposo de Leticia. En el relato, es como si los personajes estuvieran disfrazados de seres humanos pero debajo del disfraz, se esconde una realidad monstruosa. En uno de los ensayos de Viendo visiones, "El ojo grabado", me refiero al disfraz y digo que suele ser una de dos cosas: la manifestación de nuestro ser oculto o una deformación de nuestro ser, una burla, una caricatura de la personalidad. Eso se ve muy bien en Goya. Las máscaras goyescas pueden tener cabezas de asnos y de monos. En los Caprichos, los grabados del pintor español, hay una sátira social, pero también un regreso a una naturaleza perversa y pervertida. Los personajes de "La gata de mi madre" son así, ocultan detrás del perfil civilizado un estado original salvaje y feroz. Así como en el libro hay un enfrentamiento de especies animales, de muertos y de vivos, hay un enfrentamiento de clases. En Viendo visiones digo algo que puede aplicarse a muchos de estos relatos. ¿Podemos confiar en una naturaleza que sólo nos da la vida para pagarla con la muerte? ¿Podemos llamar "civilización" a un sistema basado universalmente en la supresión de una existencia por otra para sobrevivir?
-Las mujeres tienen un papel muy destacado en estos cuentos.
-Sí, así es. Por ejemplo, en "Calixta Brand" o en el primer relato, "El amante del teatro", o en "La bella durmiente". Para mí, las mujeres representan un enigma. Tienen la intuición, son las diosas de la intuición, mientras que los varones somos seres más bien racionales. La actriz del primer cuento ve lo que no ve el protagonista, más aún, ve lo que no ve el narrador. En "Calixta Brand", el marido, que al principio, está enceguecido de amor por su esposa, después se siente humillado por la superioridad de ella. Ella tiene una inteligencia que, aun en las peores condiciones, aun en los momentos más terribles de su enfermedad, la eleva por encima de él y de la realidad. En ese relato hay también un árabe que, en verdad, es un ángel. Quise que fuera árabe porque los árabes aman el agua, mientras que los castellanos la odian o la odiaban. Ese amor de los árabes por el agua se ve en los maravillosos jardines que dejaron en España y por todas las tierras adonde llegaron. El marido contrata a ese joven para que cuide de Calixta, su mujer enferma, y el muchacho se hace cargo de ella y del jardín que Calixta tanto amaba. El la salva del machismo destructor del marido. Las mujeres no son ni buenas ni malas, son seres extraños que los hombres no acabamos de comprender.
-El cuento "La bella durmiente", en el que un ingeniero nazi mantiene en estado de vida latente a una mujer encerrada en una mansión moderna, erigida en el desierto mexicano, tiene una atmósfera wagneriana. Parece una reescritura de Tristán e Isolda. ¿Le gusta Wagner?
-Mucho. Me gusta tanto que hace poco fui especialmente a Nueva York para asistir a una función de La walkiria. Quizá mi relato se parezca a Tristán e Isolda porque pienso que la muerte es una de las condiciones del amor y el erotismo. Por otra parte, es cierto que hay un clima muy alemán en La bella durmiente no sólo porque uno de los personajes, el ingeniero Bauer, es un alemán; no sólo porque en la sala principal de la residencia hay tres retratos, uno de Hitler, otro del Kaiser y otro de una celebridad no alemana, Pancho Villa, sino porque en realidad, esa casa tan extraña existe y pertenece a una familia alemana. Parece increíble, pero es cierto. Yo estuve allí. Me llevaron unos amigos mexicanos. Cruzamos un desierto eternamente crepuescular, había una luz muy especial en el paisaje. Y de pronto, vimos esa mansión de estilo moderno. Y en una de sus salas estaban los retratos del Kaiser, de Hitler y de Pancho Villa.
--¿Era una casa ocupada o abandonada?
-Los dueños no estaban. Pero la casa estaba cuidada por caseros. Y la audacia de que ese trío de retratos estuviera expuesto con tanta naturalidad se explica por el aislamiento de esa familia.
-En los cuentos, la ciudad de México tiene una presencia muy notable, a pesar de que la acción transcurre más bien en interiores, y, al mismo tiempo, es como si usted describiera ciudades muy distintas.
-México es la ciudad más antigua de América latina. Fue fundada en 1325. Y es la superposición de varias ciudades, de varios pasados. Sobre la ciudad azteca está la virreinal; sobre ésta, la afrancesada, la del art nouveau; y sobre ésta, la actual, la influida por los norteamericanos. Hay una abundancia de estilos arquitectónicos que responde a las modas de distintas épocas. Uno pasea por las calles de la capital y ve una multitud de pretéritos, fachadas que son los restos de un antiguo esplendor. Cuando se echan abajo edificios para construir el metro, lo que ustedes llaman el subterráneo, surgen esos pasados. La construcción se debe detener porque descubren un templo azteca y el curso del metro debe cambiar. Si se quisiera rescatar una de esas tradiciones, por ejemplo, la azteca, habría que eliminar otra, la virreinal o la francesa. En ese sentido, es como Roma. Cada edificio encierra una historia. Por supuesto, todo eso es muy sugestivo para un escritor.
-La mayoría de los personajes de Inquieta compañía están enclaustrados.
-Los monstruos, en general, siempre están enclaustrados. Los fantasmas están unidos a un edificio, a una tumba, a un espacio que los contiene y del que no pueden escapar. Hay una huella del marqués de Sade en ese sentido en estos relatos. Así como la muerte, el encierro es una de las condiciones del placer y del erotismo. En las películas de Buñuel, piense usted en la importancia erótica que tienen los conventos. Sin embargo, uno de mis monstruos, el protagonista de "Vlad" (es decir, Drácula) es viajero. Abandona los Cárpatos para ir en busca de sangre. Y se va a México donde lo esperan veinte millones de personas para darle su sangre. Como usted sabe el personaje literario de Drácula se inspira en un noble centroeuropeo que empalaba a sus enemigos, que mataba niños. ¿No resulta casi irreal que Ceausescu, el dictador, haya mandado imprimir una estampilla con la imagen del Empalador? Un monstruo le rendía así homenaje a otro.
-Usted se refiere a Drácula también en Viendo visiones.
-Sí, es cierto. Lo hago en el ensayo dedicado a José Luis Cuevas, "El ojo del deseo". Según Roland Barthes, en el universo del marqués de Sade sólo se viaja para encerrrarse, para aislarse y proteger la lujuria. Y Drácula no hace otra cosa cuando abandona Transilvania y se hace transportar en un barco de la muerte, dentro de un féretro lleno de la tierra original, a la metrópoli imperial y burguesa. Drácula busca la sangre, pero también el amor, quiere ser reconocido por los seres que desea, aunque ese reconocimiento signifique la muerte de lo que ama. El amor sólo es unión si primero es reconocimiento de la separación original, del hecho de que amamos a otro.
-Las descripciones de la naturaleza y de las ciudades en sus libros son muy plásticas. ¿Usted pinta o ha pintado?
-Tengo una memoria plástica, pero proviene sobre todo del cine. Me apoyo en las imágenes para dar sensación de objetividad. Hasta los dieciocho años yo no sabía si iba a ser caricaturista o escritor. Hice muchas caricaturas y todavía hoy varias me parecen buenas. En mi casa, tengo un mural armado con ellas. Hoy he perdido aquella destreza; pero acostumbro dibujar a los personajes que describo en mis libros.
-¿No le interesa la fotografía? Las viejecitas de "La buena compañía" están tan bien retratadas que uno podría creer que las describió con una foto delante.
-Soy un mal fotógrafo. Mis rollos saldrían velados. Y, por otra parte, esas viejecitas jamás se dejarían fotografiar.
-¿Cuál es el hilo que une los ensayos de Viendo visiones?
-Ese libro es el resultado de treinta años de paseos por museos y galerías. No es una historia del arte. Sólo me ocupo de algunos artistas, de distintas épocas y países: desde Piero della Francesca, Velázquez, Rembrandt y Zurbarán hasta Valerio Adami, Frida Kahlo y Fernando Botero. En cada uno de ellos, analizo cierto aspecto. Por ejemplo, en Zurbarán me interesa destacar la castidad. A pesar de haber pintado muchos santos y santas, en él lo más importante es la moda. No hay que olvidarse de que su padre era un comerciante en telas. Lo que capta el ojo son los drapeados de los mantos, las texturas de los brocados. Hay una sensualidad extraordinaria en las luces que refulgen sobre los rasos. Uno parece sentir en los dedos la caricia afelpada del terciopelo. Algunas de sus santas, que deberían aparecer vestidas como miserables, lucen como verdaderas reinas. Son como modelos de Yves Saint-Laurent, secuaces de Cindy Crawford. Toma a las santas como pretexto para mostrar su técnica fabulosa. Por otra parte, esas mujeres castas envueltas en vestimentas superpuestas son muy provocadoras. La castidad es lo más excitante, porque lo oculta todo. Para imaginarse el cuerpo de una de esas modelos, hay que sacarles capas y capas de ropa. Y eso es muy erótico.
-En un curioso contraste, usted le dedica un ensayo a Valerio Adami, el pintor italiano.
-Es muy amigo mío. Con él he convivido en su casa del Lago Maggiore. En mi texto quise evocar literariamente las posibilidades plásticas de su obra. Sus pinturas son una especie de profanación de los significados de la realidad en que vivimos. Las sociedades que perseguían y reglamentaban al artista le concedían la posibilidad del escándalo. Pero en la actualidad, el artista es incorporado al orden establecido, se le rehúsa el escándalo y se le quita toda significación a su obra. Valerio Adami se rebela contra esa falta de limitaciones. Desarregla todos los signos, denuncia todo lo seguro y lo convierte en una pesadilla.
Detrás del terror, de la parodia y del humor de Inquieta compañía, Fuentes despliega esa misma voluntad de "desarreglo de todos los signos". En el ensayo sobre Frida Kahlo de Viendo visiones, el escritor mexicano dice algo muy revelador sobre los creadores, que ilumina toda su producción: "Don Quijote, Las meninas, Los caprichos de Goya, El aleph de Borges, la pintura de Matta, Lam o Tamayo, Cien años de soledad añaden a la realidad algo que antes no estaba allí. Este es un proyecto mucho más consciente y agudo en sociedades donde la realidad tiene escasa representación política. El artista es, entonces, quien le da a la sociedad lo que un sistema autoritario o represivo le quita, o no le permite manifestar".
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