Carl Honoré: "Llegamos a la pandemia infectados por dos virus: la prisa y el culto a la juventud"
La vida lenta, con la espera como denominador común de actividades cotidianas como hacer las compras o un trámite bancario, irrumpió de repente en la sociedad a nivel global cuando nadie lo esperaba. Ni siquiera Carl Honoré, gurú del movimiento slow, que lleva siete semanas de confinamiento en su casa de Londres junto a su esposa y sus dos hijos. Vaya sorpresa para el autor del best seller Elogio de la lentitud que recorre el mundo hace más de quince años para predicar sobre los beneficios de desacelerar: ni él puede creer lo que estamos viviendo.
Con sobrecarga de tareas puertas adentro y contactos mediatizados por la pantalla, es momento de bajar un cambio y repensarnos tanto a nivel social como individual. Es lo que cree Honoré, que proyecta el mundo pospandemia con una mirada optimista. "Estamos todos inmersos en un taller de lentitud impuesto que nos está rehumanizando. El lado luminoso de la experiencia tenebrosa de la pandemia es redescubrir el placer de estar con otros, pasar más tiempo con la pareja y los hijos, encontrar el tiempo justo para dedicar a cada actividad en cada momento. La cultura de la prisa, a la que estábamos acostumbrados, nos convierte en máquinas de hacer cosas y nos desconecta de nosotros mismos y de los demás. Tengo tendencia a creer que, cuando termine la emergencia sanitaria, vamos a querer preservar algunos hábitos nuevos que adquirimos con la lentitud forzada por la cuarentena".
–¿Imaginó alguna vez que vería al mundo en modo lento, aunque fuera forzado?
–Estamos en una situación bastante paradójica: he soñado durante muchos años con una gran desaceleración, pero nunca me había imaginado algo por el estilo. Ni tampoco lo hubiera querido. Obviamente que la pandemia es un horror, pero como soy optimista trato de verle el lado positivo. Creo que, incluso dentro de esta lentitud obligatoria, estamos pasando por un gran taller de experiencias. La parte mala es la gente sin trabajo, sin generación de ingresos, alejada de sus seres queridos.
–¿Cómo lo afecta esta situación crítica en lo personal?
–A pesar de las circunstancias, estoy bastante bien. En Londres hemos tenido libertad para salir de casa. No estamos ciento por ciento encerrados: podemos salir a correr, a andar en bicicleta. Así que sigo practicando deporte y ejercicios; hago boxeo y patín con rollers para compensar todo lo que estoy comiendo porque una de las cosas que más hacemos en casa es cocinar comida rica. Vivimos en un barrio céntrico, Battersea, en una casa victoriana y tenemos un jardín. Somos cuatro y cada uno tiene su rutina y su espacio. Para los que no tienen comodidades y recursos, la cuarentena debe ser una pesadilla. Es un cambio difícil de soportar en muchos sentidos. Pero digo, un poco en serio y otro en broma, que el distanciamiento social y las filas en los negocios son cosas que inventaron los ingleses así que acá el ritmo no cambió tanto.
–¿Qué aspecto de su vida se vio más alterado en estas semanas de aislamiento?
–A mí me ha impactado mucho a nivel trabajo porque tenía varias charlas programadas para este año en distintos países que, por supuesto, se suspendieron. De la noche a la mañana tuve que adaptarme al mundo digital. Di una charla con Zoom por primera vez para cien participantes y fue muy raro hablarle a una pantalla. Yo soy performer en mis conferencias. Me gusta escuchar las risas y hacer chistes, interactuar con la audiencia, algo que no he podido hacer a través de la computadora porque solo se veían muchas cabecitas.
–La cultura también tuvo que adaptarse a la modalidad virtual.
–Sí. Vi un informe en un programa de TV que decía que la gente está leyendo más y, en especial, poesía. No me sorprende porque la poesía es el acto de lectura lenta por excelencia. No se puede acelerar la lectura de un poema. No tiene sentido. Así que el hecho de que la gente se esté volcando a la poesía subraya un posible reseteo a nivel colectivo e individual. La gente está preparando comida casera, comiendo juntos, haciendo rompecabezas, arte y música. Cosas muy sencillas. Obvio que cuando se levante la cuarentena vamos a dejar de lado algunas de estas cosas, pero vamos a preservar otras.
–¿Qué enseñanzas le está dejando la pandemia?
–No sé si volveré a comprar pan porque he aprendido a ser uno casero riquísimo. Estoy aprendiendo a hacer malabares, una asignatura que tenía pendiente hace muchos años. Además, por primera vez en mi carrera, me volqué a escribir ficción. Soy periodista y siempre escribo artículos y libros de no ficción. Ahora escribí un cuento, que todavía no la leído nadie. Ni mi familia. En términos de lentitud, yo que soy vocero del movimiento slow, pero además vivo lento, en un aspecto de mi vida no he conseguido quitarme la prisa y ahora se nota más: como muy rápido. Y cuando estoy estresado, como ahora, aún más rápido. Un descubrimiento genial de estos días es un invento que me mandó un fabricante francés: un slow fork, un tenedor electrónico que mide tu ritmo de comer e indica con sonidos cuando uno acelera. Lo estoy probando: comer más lento es mi pequeño proyecto personal de cuarentena.
–¿Qué expectativas tiene si piensa en un futuro cercano?
–Si el confinamiento hubiera durado una semana, te diría que esto ha sido una pequeña dosis de lentitud y luego volvimos a la normalidad. Pero ya van dos meses (y no sabemos cuánto más durará) y creo que es suficiente como para que se dé un cambio de chip, de prioridades. Ya antes del Covid-19, la sociedad estaba llegando a un punto de inflexión, cuestionando valores, replanteando la relación con el medio ambiente y la comunidad. Esto nos ha quitado el velo, ahora vemos lo bueno y lo malo de la sociedad: la injusticia, la miseria, el desempleo. ¿Quién está pagando el precio más alto en esta crisis de salud? No son los banqueros ni los que ganan mucha plata. Son los trabajadores de los servicios y de la salud. Para la sociedad, es un momento casi epifánico, nos estamos viendo de un modo muy nítido. La gran cuestión es qué hacemos con el autoconocimiento que nos está regalando la pandemia. ¿Vamos a usarlo para implementar algún cambio después o vamos a taparnos los ojos para volver a nuestra vida de antes? Ojalá sea la primera opción.
–La gran paradoja es que tuvimos que parar todos juntos por una causa externa. ¿Cree que el sistema laboral va a permitir que adoptemos el modo slow?
–Creo que hay dos elementos en esa ecuación: por un lado, el individuo, y por otro, el sistema, la cultura de la velocidad, el paradigma. Desde el lado de las estructuras siempre hubo y siempre habrá una gran inercia, una resistencia al cambio. Pero el cambio real solo se produce cuando hay una ola de cambios individuales. Cada uno tendrá su propio aprendizaje y a raíz de ese aprendizaje querrá volver al mundo y cambiar algo. Eso espero: que juntando millones de cambios individuales generemos una masa crítica que tenga la capacidad de forzar modificaciones en las estructuras. Ahora tenemos más probabilidades de crear la masa crítica. Estamos todos en lo mismo. Deberíamos aprovechar este potencial.
-Otra consecuencia de la cuarentena es la dependencia de la tecnología para el teletrabajo y el estudio virtual. En una entrevista con LA NACION en 2019 dijo que deberíamos aprender a estar desconectados "para no vivir envenenados".¿Sigue pensando igual en este contexto?
–No soy extremista. Me encanta la tecnología y la uso. Los dispositivos electrónicos no son ni malos ni buenos: depende del uso que les damos. Los que practicamos la vida slow no queremos tirar el smartphone por la ventana sino que queremos usarlo bien y no generar una dependencia. El problema es que en este momento muchos se sienten obligados a estar conectados y no tienen la costumbre de usar el botón off para apagar el teléfono o la computadora. Pero también hay mucha gente que está descubriendo que no solo es posible sino que es imprescindible no pasar todo el día aferrado a la pantalla por sus efectos negativos: se duerme mal, causa dispersión, ansiedad.
–¿Cómo impacta la sobredosis de pantallas en los chicos en cuarentena?
–Como padre es difícil y no se puede ser inflexible con el uso de la tecnología porque es un momento extraordinario, fuera de la norma, y la prioridad es sobrevivir. No es el momento de forjar la receta completa para la vida porque esto que vivimos no es lo normal. Pero a la vez es un momento para aprender lecciones de esta experiencia. Hay que ser flexible y razonable.
–En su último libro, Elogio de la experiencia, resalta el desprecio social hacia la tercera edad, considerada en muchos países como un gasto. Justo este virus arrasa a la gente mayor, que debe hacer un confinamiento estricto y necesitan más ayuda que antes.
–No creo en los "mensajes" de Dios ni del universo. Pero sí creo que llegamos a este momento de la pandemia infectados por dos virus: el de la prisa y el del culto a la juventud. La pandemia y sus efectos nos están obligando a pensar cómo vivimos y a revisar con lupa nuestras actitudes. Una sociedad se juzga no por cómo trata a los más fuertes sino a los más débiles. Tengo la sensación de que vamos a salir de esta crisis con los ojos y el corazón más abiertos.