¿Cancelar o no cancelar la obra de Michel Foucault? Responden filósofos argentinos
Cinco pensadores argentinos opinan sobre las repercusiones tras la denuncia de pedofilia que hizo el intelectual francés Guy Sorman, a más de treinta años de la muerte del filósofo
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Después de que el intelectual francés Guy Sorman (1944) denunciara que el filósofo Michel Foucault (1926-1984) había mantenido relaciones sexuales con niños de ocho a diez años en Túnez a cambio de dinero, y provocara reacciones en distintos ámbitos más allá de los claustros académicos, se volvió a comprobar que en el siglo XXI no hay “intocables” que queden a salvo del debate público. Si bien el autor de Historia de la sexualidad no está entre nosotros para defenderse de la denuncia de su compatriota (que coincidió con la promoción de su nuevo libro, Mon dictionnaire du Bullshit), es evidente que un temblor sacude la cultura francesa desde hace unos años.
La acusación contra Foucault se suma ahora a las que recibieron décadas atrás escritores como François Mauriac y Michel Tournier, o los teóricos René Schérer y Guy Hocquenghem, y más recientemente, el politólogo Olivier Duhamel (acusado por su hijastra, la jurista Camille Kouchner, de abuso sexual en el libro La familia grande) y el escritor Gabriel Matzneff, al que Valeria Spingora denunció en El consentimiento de promover la pederastia en sus libros y declaraciones públicas, en ocasiones festejadas por el mundillo intelectual en su país. Los tiempos cambian e incluso los actos privados de los descendientes de Sócrates pueden ser evaluados a la luz de la ética pública.
¿Qué opinión tienen los pensadores argentinos contemporáneos sobre el affaire Foucault y los alcances de un debate que trasciende la esfera filosófica y agita el fantasma de la “cancelación”? A continuación, compartimos la mirada de cinco filósofos y ensayistas locales.
Esther Díaz, doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, autora entre otros títulos de La filosofía de Michel Foucault, Entre la tecnociencia y el deseo y Filósofa punk.
“Estoy bastante indignada con este tema y porque se le dé prensa a esta persona que no quiero calificar y que sin ningún tipo de pudor ni respeto, incluso sin respeto por esos chicos que menciona, hace esta denuncia. Si fue cierto lo que dice, ¿por qué no lo denunció antes? Si no lo hizo, fue cómplice de un pedófilo. Hace cincuenta años sabía eso y ahora porque va a publicar un libro se cuelga de la pelada de Foucault para hacer propaganda y, en el mismo acto, queda en descubierto. Foucault está muerto y no puede defenderse; si Guy Sorman lo sabía y no denunció fue cómplice. No hay en ninguna parte de la obra de Foucault una línea donde se apoye la pedofilia. Su obra marcó el siglo XX y a varias generaciones. ¿Qué pasaría si nos enteráramos de que quienes crean las vacunas que nos damos para protegernos de enfermedades eran pedófilos? Nos vacunaríamos igual”.
Emmanuel Taub, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y autor, entre otros títulos, de Mesianismo y redención: Prolegómenos para una teología política judía y La modernidad atravesada: teología política y mesianismo
“No quiero reflexionar hoy sobre estos actos de Foucault desde la perspectiva del delito o desde la responsabilidad moral, ya que creo que todo esto también forma parte de sacarlas a la luz, sino que deseo pensar el ‘fanatismo filosófico’ que convierte, en vida o post mortem, a un intelectual en una figura sagrada. Las noticias que acaban de llegar tienen que mostrarnos también que Foucault era un pensador notable y al mismo tiempo un ser humano perverso y miserable como cualquier ser humano. Ambas cuestiones son parte de lo mismo, porque descansan en una misma persona y porque la tarea del pensamiento nunca exculpa o moraliza los deseos, las prácticas, o las acciones más oscuras, repudiables y siniestras del ser humano. Foucault es todo esto, y su obra y sus actos son todo lo que Foucault es. La fascinación ciega que se construye sobre estos ídolos genera más ceguera, discursos contradictorios y totemizaciones; en el afán de exaltar el pensamiento, borramos las biografías. Sin embargo, ¿cuánto se diferencian sus actos de los que hacen turismo sexual en Asia? Más aún: ¿cuánto se diferencia de la explotación sexual de menores obligados a prostituirse en nuestro país? No estoy subestimando el problema de la trata de personas menores de edad o el aparato institucional que lo permite, sino que resalto la figura del consumidor, aquel que busca concretar prácticas sexuales y perversiones mientras construye en su mente la idea de que la pedofilia en forma de prostitución no es pedofilia, ni un delito, ni un abuso. Estas cuestiones me llevaron a recordar los casos de Martin Heidegger y su nazismo o, más aún, Adolf Eichmann desde la lectura de Hannah Arendt: esta catástrofe humana por la que el ser humano racional y moderno también es capaz de suspender, bajo determinadas situaciones, la capacidad de ver al otro como un igual, y de distinguir el bien del mal. En este caso particular, la ‘situación determinada’ no es la palabra del Führer con fuerza de ley o la historia del antisemitismo, sino la sacralización de un pensador al punto de que sus actos sean quitados del mundo de la ley y de los seres humanos. Este proceso de sacralización permite que las acciones de un individuo, en este caso Foucault, no solo estén por encima de los límites de nuestra moralidad construida, sino también por sobre cualquier forma de juicio o juzgamiento. Y no se puede entender esta situación sin comprender uno de los grandes ‘monstruos’ de la Modernidad, como escribió Arendt: el colonialismo europeo. Mientras en Europa las resistencias al sistema se producían dentro de los límites éticos, en las colonias, el europeo construía con sus acciones sus propios límites. La imaginada ‘superioridad intelectual’ se convirtió en las colonias en una práctica sin límites, y ahí la sexualidad moderna que el mismo Foucault construyó estaba entrecruzada con valores premodernos. Lo que esto nos enseña es que creer que esta forma de habitar el presente con valores del pasado, suponiendo una forma de resistencia a la Modernidad, en realidad son actos de resistencia individuales y egoístas que nunca están mirando al otro como un igual”.
Edgardo Castro, doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, autor de Diccionario Foucault y Lecturas foucalteanas
“Los hechos denunciados son aberrantes, como los califica Guy Sorman, pero todavía no sabemos si son ciertos. El relato plantea algunas dudas. Foucault ya no residía en Túnez en 1969. ¿Pudieron haberse encontrado viajando de vacaciones al mismo destino? Sí, pero no es lo que dice Sorman. No queda claro de qué exactamente fue testigo. ¿De la compra de los niños o de los abusos sexuales? Varias cosas deben ser aclaradas, y todas corroboradas. A Sorman, puesto que creerá en su relato, lo invito a destinar los derechos del libro que promociona a la reparación de las víctimas de esos abusos. Si los hechos se comprueban, los actos cometidos por Foucault y su persona misma resultan objeto de condena. Pero no pienso que haya que tirar por la borda sus conceptos y problemas. Porque estos son reales (como la hoy evidente relación, a nivel planetario, entre política y vida biológica de la población) y aquellos teóricamente valiosos. No encuentro relación conceptual entre esos problemas y conceptos y los hechos denunciados. Por eso, con la misma firmeza que condenaría los hechos denunciados, si se comprueban, no estoy dispuesto a la cancelación de la cultura”.
Luis Diego Fernández, doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de San Martín, su libro más reciente es Foucault y el liberalismo
“La llamada ‘cultura de la cancelación’ de artistas o intelectuales no es otra cosa que la vieja justicia por mano propia por parte de personas o colectivos que se sienten heridos, una actitud microfascista y policial que apela a la censura o autocensura frente a la amenaza de aplicar juicios sumarios a través de linchamientos virtuales o silenciamientos. Su origen hay que rastrearlo en los campus progresistas de universidades estadounidenses como una deriva de una lógica de minoría, narcisista y tribal. Sobre el asunto de Foucault en Túnez, pienso en primer lugar que Guy Sorman está promoviendo su nuevo libro de un modo amarrillo, denunciando miserablemente a alguien que no puede defenderse. Si bien es cierto que Foucault planteó el tema del consentimiento sexual entre adultos y menores en 1977 en diálogo con David Cooper (era un tema debatido en la intelectualidad francesa de los setentas), no hay documentos historiográficos que avalen lo que dice Sorman. Por otra parte, este testimonio no modifica en nada mi visión sobre la obra de Foucault, a quien considero uno de los tres filósofos más importantes del siglo XX. Los filósofos no son santos ni héroes ni dioses, son hombres que cometen errores, tienen debilidades y se dejan atravesar por pasiones sexuales o políticas La incomodidad sobre esta cuestión lo tiene la izquierda puritana, que se hagan cargo ellos. Mi punto de vista es libertario y denuncio desde el comienzo a esta inquisición moralista del progresismo contemporáneo. No soy juez ni cura como para condenar a alguien. En el mismo sentido de Foucault, podemos pensar en los casos de André Gide, Roman Polanski o Paul Gauguin, o bien en el plano político en Martin Heidegger o L. F. Céline. Todos a mi juicio son extraordinarios creadores, una vez que pase el vendaval del corsé de la corrección sus obras persistirán intactas dejando en evidencia la pequeñez de quienes solo pueden denunciar”.
Esteban Ierardo, licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, es autor entre otros libros de La sociedad de la excitación: Del hiperconsumo al arte y la serenidad
“Además de la gravísima acusación de Sorman a Foucault, y la duda sobre si es cierto o no, lo que queda, tal vez, es el efecto múltiple de la acusación. Por un lado, y fuera de toda ingenuidad, la gratuita difusión para el libro de Sorman, lo cual podría ser parte de un cálculo editorial; y, a su vez, la reaparición de Foucault en una noticia de alta circulación. Es decir, la imposibilidad hoy de determinar la justicia de la acusación, hace que, en la práctica, todo se reduzca a la paradoja de la difusión, al mismo tiempo, del acusador y del acusado, dentro de lo más buscado hoy: quebrar la indiferencia y llamar la atención”.