Caminar y amar en un pentagrama
El viaje, con más precisión, el camino recorrido a pie en contacto con la naturaleza, y el amor, como metáforas de la vida, fueron los hilos conductores de la excepcional presentación en el Teatro Colón del barítono alemán Rafael Fingerlos y su acompañante en el piano, también alemán, Sascha El Mouissi. Fue en el ciclo del Mozarteum Argentino. Muy pocas veces un recital de canto y piano está integrado por una variedad tan coherente de obras de compositores diferentes. Lo más admirable fue la urdimbre y la trama de textos y música tejida por Fingerlos-El Mouissi cuando eligieron las obras que integraban el concierto. Cada canción tenía ecos en las otras. Imposible comentarlas todas. La musicóloga Claudia Guzmán detalló esos lazos en el excelente ensayo del programa de mano.
Los artistas empezaron con una buena sorpresa: cinco de las nueve Canciones de viaje (Songs of Travel), del inglés Ralph Waughan Williams (1872-1958), sobre poemas póstumos del gran escritor escocés Robert L. Stevenson. La primera canción, “The Vagabond”, abordaba un tema cultural y social, que ofrecía aspectos semejantes, pero diferenciados, en la Alemania de fines del siglo XVIII a principios del XX: el Wanderer, el caminante que, llevado por la curiosidad y la rebeldía, rompía los lazos sociales. Uno de ellos fue el poeta de lengua alemana Arthur Gräzer (1879-1958), apodado Gusto, uno de los fundadores de la comunidad-sanatorio-centro naturista Monte Verità, al lado de Ascona.
En sus poemas sobre viaje, Stevenson describe la naturaleza y las estaciones, la escarcha que cubre el campo y la ocasional protección de una chimenea. En un pasaje de “Wither must I wander?” (¿Dónde tengo que ir?), el hombre despojado de su casa recuerda: El fuego y la luz de las ventanas relucían encima del erial, / canciones, canciones melodiosas, / construían un palacio en la naturaleza.
El segundo compositor del concierto fue Franz Schubert. En el primer lied, Der wanderer An Den Mond (El caminante a la Luna), la marcha del hombre errante en la Tierra y la de la Luna son vistas como reflejos recíprocos. En los últimos versos, surge otro tema romántico y muy propio de un caminante: la vuelta al origen: ¡Oh, dichoso quien, adonde quiera que vaya, está en el suelo de la patria!
Naturalmente el amor fue otro de los temas elegidos por Fingerlos-El Mouissi. En “Pequeña leyenda del Rin”, de Gustav Mahler, quien viaja no es un caminante, sino un anillo, prenda de amor echada al río, que lo traslada dentro de un pez hasta la mesa del rey y a las manos de la amada. Una de las perlas raras fue “Contigo, es de confianza”, de Alma Mahler, sobre el poema de Rainer Maria Rilke.
Por cierto, Mozart y Brahms estuvieron presentes con canciones de amor que cerraron el capítulo alemán para dejar paso a la sección “Noche italiana”, encabezada por una breve tonada popular en versión de Giacomo Puccini: Casa mia, casa mía, por pequeña que seas, me pareces una abadía, casa mía, casa mía.
Los músicos tenían reservada otras dos perlas en el tesoro. En primer lugar, “A’ vucchetta” (La boquita), de Paolo Tosi, sobre un poema escrito en dialecto napolitano por el joven Gabriele D’Annunzio. En él celebra la boquita de rosa de una bella mujer, pero señala con irónica crueldad que sus labios comienzan a marchitarse. La segunda canción italiana que se escuchó fue “La barcheta”, de Reynado Hahn, sobre el poema en dialecto veneciano de Pietro Buratti (1772-1832). En este caso, el poeta surca la laguna de Venecia con su amada, mientras Toni, el remero, impulsa la barquita. Il signore no es un caminante, pero “navega” con brazos y remos ajenos, contratados, como corresponde a un bon vivant de la belle époque. Standing ovation.