Camilo José Cela: el controvertido Nobel de Literatura que de espía del franquismo pasó a ser un censor censurado
Se cumplen 20 años de la muerte del escritor de origen gallego, que obtuvo los máximos reconocimientos literarios; polémico e histriónico, también protagonizó turbias historias de espionaje y plagio
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Premio Príncipe de Asturias en 1987, Nobel de Literatura en 1989 y Cervantes en 1995, el escritor español Camilo José Cela (1916-2002) no solo se destacó como un narrador ecléctico sino que además, desde su juventud, colaboró con el franquismo. Solicitó y obtuvo un cargo en el Cuerpo Policial de Investigación y Vigilancia del Ministerio de la Gobernación, donde se desempeñó como informante y censor. “Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos trece años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas que pudieran ser de utilidad”, se lee en la solicitud que escribió a los 21 años y fechada en marzo de 1938. “Yo me metí ahí para comer, para poder tener un mínimo sueldo, unas 250 o 300 pesetas -declaró Cela-. Y descubrí que la gente que trabajaba en mi oficina lo que quería era censurar los periódicos políticos. Eso era un error tremendo, porque había que implicarse, y desde luego yo no quería implicarme en absoluto. A mí me dieron varias revistas, que elegí yo mismo”.
Paradójicamente, algunas de sus novelas fueron censuradas en España, entre ellas, La colmena, una de sus obras maestras. No fue la única ironía del destino: esa novela debió publicarse primero en Buenos Aires, en 1951, en una editorial fundada por exiliados españoles -Emecé- porque en su país natal los pasajes eróticos habían sido prohibidos. En 1982, el director español Mario Camus la llevó al cine, y el autor participó como guionista y actor. Hoy se cumplen veinte años de la muerte de Cela, en Madrid.
“A mí siempre me había producido una especie de estupor el hecho de cómo se podía ser censor con Franco y escribir La familia de Pascual Duarte a la vez”, declaró en el centenario del nacimiento del Nobel español su único hijo, Camilo José Cela Conde, autor de Cela, piel adentro. Durante los años 1960, el escritor volvió a desempeñarse como delator al servicio del Ministerio de Información con el objetivo de diluir la disidencia entre sus colegas intelectuales. Cela incluso sugirió que algunos podían ser “sobornados, domesticados o reconvertidos” y se sumó a un grupo de escritores para espiar sus actividades y luego denunciarlos como miembros del Partido Comunista. Este y otros hallazgos se pueden leer en Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia (1960-1975), del investigador catalán Pere Ysás.
También quiso “refundar” la literatura venezolana, y aceptó un encargo del dictador Marcos Pérez Jiménez para escribir una serie de novelas sobre ese país latinoamericano. De ese acuerdo surgió La catira, de 1955, por la que Cela cobró tres millones de pesetas y que desató polémicas en el ambiente cultural venezolano, poniendo punto final al pacto entre el dictador y el novelista. En 2008, el historiador Gustavo Guerrero ganó el premio Anagrama de ensayo con Historia de un encargo: ‘La catira’ de Camilo José Cela. Literatura, ideología y diplomacia en tiempos de la Hispanidad. No fue el primer escritor afín a totalitarismos y autoritarismos (tampoco el último, lamentablemente).
En 1957, Cela fue elegido para ocupar el sillón Q de la Real Academia Española y, durante la transición española, ocupó por designación real un escaño en el Senado de las primeras cortes democráticas y participó en la revisión del texto constitucional elaborado por el Congreso español. En 1996, el día de su octogésimo cumpleaños, el rey Juan Carlos I le concedió el título de Marqués de Iria Flavia (la localidad de La Coruña donde había nacido el escritor). Al recibir el Premio Nobel de Literatura 1989, un periodista sueco le preguntó si se sentía feliz. “Muy feliz, porque con este antecedente puedo aspirar al Premio Cervantes”, respondió con ironía.
“Escribo desde la soledad y hablo también desde la soledad -dijo Cela en su discurso al recibir el Nobel-. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, y Francis Bacon, en su ensayo Of Solitude, dijeron, y más o menos por el mismo tiempo, que el hombre que busca la soledad tiene mucho de dios o de bestia. Me reconforta la idea de que no he buscado, sino encontrado, la soledad, y que desde ella pienso y trabajo y vivo, y escribo y hablo, creo que con sosiego y una resignación casi infinita. Y me acompaña siempre en mi soledad el supuesto de Picasso, mi también viejo amigo y maestro, de que sin una gran soledad no puede hacerse una obra duradera. Porque voy por la vida disfrazado de beligerante, puedo hablar de la soledad sin empacho e incluso con cierta agradecida y dolorosa ilusión”.
Después del Nobel (pero antes del Cervantes), obtuvo el Premio Planeta de Novela con La cruz de San Andrés, una historia narrada y protagonizada por un personaje femenino. No obstante, a finales de 1998 tanto el mandamás de Planeta, José Manuel Lara Bosch, como Cela fueron llevados a juicio por plagio por la escritora española Carmen Formoso que denunció que había enviado al certamen una novela que guardaba muchas similitudes con la obra ganadora. El jurado designado no había sido elegido precisamente con perspectiva de género; lo integraban Alberto Blecua, Antonio Prieto, Ricardo Fernández de la Reguera, José María Valverde, Carlos Pujol, José Manuel Lara Hernández, Martín de Riquer y Manuel Lombardero. “Esa novela nunca debió publicarse”, reconoció Cela pocos años antes de morir. También fue acusado de contratar a “escritores fantasma” desde los años 1950 para ayudarlo con sus novelas. En Cela, el hombre que quiso ganar, el hispanista de origen irlandés Ian Gibson narra los traspiés y aciertos de un genio de las letras y el marketing.
Caricaturizar con la palabra
La profesora e investigadora Martina López Casanova observa que Cela construyó una carrera de escritor profesional sobre la base de una estrategia manifiesta en diversas acciones en el campo literario de la posguerra. “Si la obra literaria fusiona tradiciones españolas y procedimientos vanguardistas, este hombre de letras también abre espacios culturales y participa en espacios políticos, de aparente contradicción entre sí. Lo que en principio podría entenderse como estrategia política atenta a la época, ‘de quedar bien con todos’ y sobrevivir, podría considerarse también una estrategia autoral de posicionamiento en el campo literario. Cela arma su lugar”.
Desde esta perspectiva, López Casanova señala que el acercamiento de Cela al franquismo no se contradice con la figura de “escritor puente” desde España con los escritores exiliados republicanos, a quienes había frecuentado en la Madrid de la juventud, anterior a la Guerra Civil. “La revista que funda y dirige en 1956, en Mallorca, Papeles de Son Armadans (1956-1979), registra el lugar que Cela otorga a los exiliados -agrega la autora de Literatura argentina y pasado reciente: relatos de una carencia-. Hace pocos años se publicó la Correspondencia con el exilio que reúne sus cartas con María Zambrano, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Francisco Ayala, Américo Castro y León Felipe, entre otros, y que en gran medida habían aparecido en la revista durante los años del franquismo, además de cuentos y artículos. A la vez como índice y sutura de la herida de la España de posguerra, Cela arma su lugar de escritor consciente de la grieta, base y consecuencia de la Guerra Civil, y, tal vez, sobre todo, se para sobre ella”.
“Polémico, contradictorio, provocador, dueño de una capacidad de injuria única, con un dominio del idioma envidiable y un poder de observación y de comprensión extraordinario, Camilo José Cela resume, con su obra, toda España -dice a LA NACION el escritor y académico Eduardo Álvarez Tuñón-. Una vez confesó que aspiraba a lograr que sus personajes fueran caricaturas de los seres humanos. Quería ser un caricaturista, no con el dibujo, sino con la palabra. No en vano había nacido en Galicia y leído con fervor a Ramón María del Valle Inclán y sus esperpentos”. Para Álvarez Tuñón, Cela es autor al menos de dos obras maestras en la narrativa del siglo XX: La familia de Pascual Duarte y La colmena. “No es un acto de énfasis afirmar que su estructura coral, la proliferación de personajes profundamente humanos, la poesía de muchas de sus escenas y el clima terrible de la posguerra española la convierten en una novela conmovedora y única”. Muchos narradores españoles contemporáneos, de Almudena Grandes a Fernando Aramburu, siguieron la huella de Cela (que a su vez siguió la de Pío Baroja) para abordar historias íntimas en contextos sociales tumultuosos.
“Tuve el privilegio de asistir a un reportaje público que le hicieron en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro en 1997 -agrega el autor de El tropiezo del tiempo-. Tenía una voz grave, dotes actorales, humor y un gran poder de seducción. Lo había presentado una profesora joven que trataba de buscar elementos de vanguardia en su prosa, lo vinculaba con el estructuralismo, los monólogos interiores, el fluir de la conciencia y el psicoanálisis. Cela la escuchaba en silencio y al terminar le preguntó de qué escritor francés estaba hablando. Agregó, de inmediato, como consejo a los nuevos narradores, prescindir de Joyce, de Beckett y de los modernos, a los que calificó de ‘desorientados en el idioma’ y les recomendó prestar mucha atención a El lazarillo de Tormes, porque más que el Edipo, el amor obsesivo a una madre, o la locura de una pareja ‘casquivana’ no hay nada tan vigente como la mala fe, el hambre, la traición, el miedo y la muerte que, según sus palabras, lo estaba acechando. Por último, dijo: ‘Traten los temas oscuros de manera clara. El peor destino de un escritor es que nadie entienda que quiso decir’”.
A Cela se lo incluyó en un estilo literario denominado “tremendismo”, suerte de naturalismo a la española. “Más accesible, y por lo pronto, menos hermética que la prosa erudita y culterana de Gonzalo Torrente Ballester, Cela profundizó el concepto de experimentación en la novela de comienzos de la década de 1940, a través de personajes cuya miseria humana parecían extremar la idea de realismo propuesto por la Generación del 98, vía Azorín o Baroja -dice el escritor y crítico literario Augusto Munaro-. Esto lo llevó a su máxima expresión en obras como La familia de Pascual Duarte, ejemplo supremo de tremendismo. Un enfoque novelesco cuya sensibilidad de raíz existencialista, descarnada, feísta de la vida, abría un horizonte más complejo y, contestatario, a la mirada del régimen franquista”.
“Impuso una generalizada sensación de esterilidad, de escepticismo, de vacío, que se traducía en una atmósfera de indiferencia y de tedio; solo cabía la perspectiva de replegarse en uno mismo -agrega el autor de Ficciones supremas-. La Guerra Civil había dejado sus huellas profundas, imposible de borrar. La figura de Cela es clave como nexo entre la generación del desastre y la nueva novela española. Sin él, sería imposible pensar novelas posteriores como Una meditación, de Juan Benet, o Juan sin tierra, del admirado Juan Goytisolo. Su importancia es ineludible”.
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