Camila Perochena: “A CFK no sólo le gusta la historia sino que también le sirve políticamente para gobernar”
En su primer libro, “Cristina y la historia”, la especialista investiga las mil y una formas en que puede un presidente “usar” el pasado; “más de la mitad de los discursos de CFK hacen referencia al pasado; la Historia ocupó un lugar central”
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¿Es Cristina Fernández de Kirchner una historiadora entusiasta? Durante sus dos presidencias ofició de médium entre los doscientos años de historia argentina y “el pueblo” en distintos planos: de revisar el guion historiográfico del Museo del Bicentenario a crear el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, pasando por el traslado del monumento a Cristóbal Colón para emplazar en su lugar el de la guerrera altoperuana Juana Azurduy, la expresidenta no se privó de usar políticamente la historia para activar la batalla cultural. Es una de las tesis del ensayo Cristina y la historia. El kirchnerismo y sus batallas por el pasado (Crítica), primer libro de la historiadora y profesora investigadora Camila Perochena; otra, que los usos del pasado en cientos de discursos y actos públicos permitieron que CFK consolidara la identidad política del kirchnerismo.
En la perspectiva polarizadora de la expresidenta, distintos grupos con los que mantuvo conflictos durante sus dos mandatos -de 2007 a 2015- ocuparon alternativamente el lugar del “antipueblo”: los sectores agroexportadores, los medios de comunicación “hegemónicos”, el Poder Judicial, el Partido Justicialista e incluso los sindicatos. Ni hablar de los opositores, tratados como meros agentes de esos y otros poderes en los discursos presidenciales. “De los 1592 discursos de CFK, en el 51% hizo referencia al pasado reciente o lejano -dice Perochena-. La historia ocupó un lugar central en la política cuantitativa y cualitativamente”. Manuel Belgrano y Eva Perón fueron los dos personajes históricos más mencionados en sus discursos. “A través de Belgrano y Eva, ella busca dar una imagen de sí misma, de lo que ella es; al hablar de Belgrano y Eva, se refiere al presente y a ella misma más que a esos personajes”, asegura.
La autora nació en Rosario en 1987 y es doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella, donde se desempeña como profesora investigadora en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales. Es cocreadora de los podcasts “La Banda Presidencial” y “Hay que pasar el invierno”, disponibles en el canal de Spotify de LA NACION, donde colabora como columnista. En LA NACION +, se ocupa del segmento de historia del programa de Carlos Pagni, Odisea Argentina.
-Este es tu primer libro.
-Salió de mi tesis de doctorado, que era sobre la Argentina y México comparados, porque trabajé con los discursos presidenciales de CFK y de Felipe Calderón, y los actos públicos y los museos de cada uno de ellos en los bicentenarios. Buscaba comparar un uso político del pasado polarizador, llevado adelante por un gobierno populista, y otro integrador, a cargo de un gobierno liberal-conservador.
-De los presidentes argentinos, ¿CFK llevó al extremo el uso político de la historia?
-Tiene dos particularidades el uso político del pasado de CFK. Por una lado, hay una cuestión cuantitativa, lo presente que estaba la historia en sus discursos, en la creación de nuevos feriados, en la inauguración de monumentos y museos, y en actos públicos que fueron verdaderas “monumentalizaciones efímeras”. Permanentemente se escenificó el pasado en su gobierno en distintas fechas: 25 de mayo, 20 de Noviembre, 10 de diciembre. Pero además hay una cuestión cualitativa que es el tipo de uso del pasado, que defino como polarizador porque buscó rastrear en el pasado los antagonismos del presente. Esa frontera que ella marcaba entre un nosotros y un ellos en el presente se rastreaba en doscientos años de historia argentina. CFK filiaba a su gobierno en distintos momentos de la historia y asociaba a sus opositores con lo que ella considera momentos con los que hay que marcar una ruptura.
-¿Hubo otros presidentes que hicieron un uso similar?
-Por supuestos que hubo usos agonistas o facciosos en otros momentos de la historia. Si uno piensa en el peronismo del 73, ahí ya se había traído al revisionismo histórico como historia oficial, que es lo que hizo CFK. En los diferentes golpes militares hubo usos facciosos del pasado, porque esos golpes, en especial en el de 1955, se hicieron buscando borrar una identidad política: el peronismo. El golpe del 55 hace un uso bien faccioso del pasado porque compara a Perón con Rosas y se ubica en la línea Mayo-Caseros-1955. Es eso lo que lleva a Perón a hacerse revisionista en el exilio; antes no lo era. Usos del pasado hay siempre, con mayor o menor intensidad y diferentes estilos u objetivos.
-CFK recurre al revisionismo, pese a que es una corriente historiográfica considerada poco científica.
-Desde la historia profesional, la que se hace en el Conicet, en universidades y en institutos, las interpretaciones del revisionismo histórico ya fueron muy revisadas, recontrarevisadas y, efectivamente, muy criticadas. Sin embargo, CFK abreva en esa tradición historiografía. No hay innovaciones en sus interpretaciones del pasado en términos de contenido y de representaciones. Esto es esperable porque es la tradición historiográfica que el peronismo hizo suya después del 55. Entre el 45 y el 55, Perón no tenía una representación del pasado revisionista; mientras estuvo en el poder sus interpretaciones del pasado estaban vinculadas con la tradición liberal. Siempre se cita el caso de los nombres de las líneas ferroviarias, que era el panteón de los héroes: Belgrano, San Martín, Urquiza, Roca y Mitre. Recién cuando sus opositores lo asocian con Rosas se hizo revisionista. A partir de ese momento hay una relación cercana entre peronismo y revisionismo; cuando Cristina inicia su militancia política en los años 60 y 70, el revisionismo histórico estaba muy en boga. Digamos que es natural que lo retome y transforme en historia oficial.
-Beatriz Sarlo siempre recuerda que en una reunión con intelectuales, mientras Néstor Kirchner era presidente, CFK le quiso dar lección de historia a Tulio Halperin Donghi.
-Había un comentario muy gracioso de Halperin Donghi, con ese cinismo que lo caracteriza, sobre ese encuentro. Hay un gusto personal de CFK por el pasado y la historia, pero no es sólo una cuestión de gusto. Hay una idea en CFK y es que el pasado le sirve políticamente para gobernar, la ayuda a gobernar, a legitimar las políticas de su presente y de su gobierno y, sobre todo, a consolidar una identidad política kirchnerista. Se habla mucho del relato, yo no uso mucho ese concepto, porque para mí es más profundo que eso, es construir una identidad política y eso le da consistencia interna a esa identidad; es esa conexión entre pasado, presente y futuro, esa búsqueda por moldear la historia lo que le permitió consolidar una identidad.
-¿Fue exitosa esa estrategia?
-A la luz de las elecciones de 2015, uno podría decir que no porque perdió. Pero el kirchnerismo es una identidad que pervive. En ese sentido sí fue exitosa. Sigue existiendo un núcleo duro que se identifica como kirchnerista. El despliegue simbólico que hizo CFK durante su gobierno está muy relacionado con esa persistencia de la identidad política.
-En una entrevista reciente, el expresidente Mauricio Macri dijo que si volviera a gobernar lo haría con una narrativa o un relato.
-Le faltó tratar de darle sentido histórico a la identidad política que construyeron. Tanto Macri como Marcos Peña lo decían explícitamente: creían que tener una mirada sobre la historia argentina era tener una mirada nostálgica que no permitía mirar el futuro. Eso ignora que una mirada sobre el pasado te permite tener una mirada sobre el presente y brindar una mirada del futuro. Hubo un error de diagnóstico. La sociedad argentina es una sociedad donde la memoria colectiva está muy presente, donde la historia está muy presente. Tenemos una cultura histórica profunda, discutimos y hablamos de historia, nos apoyamos en tradiciones. El error fue pensar que podían refundar -porque el gobierno de Macri se pensaba como refundacional- una política y una sociedad haciendo caso omiso de la memoria y de las tradiciones que la sociedad tenía.
-¿El uso político del olvido puede ser beneficioso para una sociedad?
-Son cosas distintas. Hay gobiernos que recurren al olvido porque estiman que puede ser productivo, porque se viene de experiencias traumáticas y movilizar las memorias puede convertirse en un conflicto. El mejor ejemplo en nuestro país fue el gobierno de Carlos Menem, en el que se ve un uso del pasado en los primeros años que consiste en traer el pasado al presente para reconciliar y clausurar ese capítulo. Trae los restos de Rosas y pone en ese acto a los descendientes de los enemigos de Rosas, decreta el indulto de militares y civiles. Frente a la idea de olvido que levantó el menemismo, el kirchnerismo postulaba el deber de memoria: recordar para no repetir.
-¿Y Néstor Kirchner?
-Él hizo un uso político del pasado que fue innovador en su época y que fue estudiado por Sol Montero. Lo que ella muestra es que él hizo un uso político del pasado reciente, de los años 70 hasta su gobierno. La dictadura, la transición democrática y la década de 1990. En CFK hay una ambición totalizadora de agarrar los doscientos años de historia y hacer una relectura para ubicar al kirchnerismo dentro de esa continuidad larga y para darse ella el poder de controlar la interpretación de sus actos.
-¿Pero la estrategia de confrontación no deja cada vez más grupos afuera de esa identidad?
-Sí. Bajo esta idea de que la identidad colectiva se puede conformar mediante la exclusión de otros, a medida que se va consolidando esa identidad los otros son cada vez más. Eso impacta hoy en día: CFK se presenta como la guardiana de una identidad y, al presentarse así, no deja margen de maniobra a otros sectores de la coalición para gobernar. Cualquier medida de gobierno que trate de llevar adelante Alberto Fernández puede llegar a erosionar esa identidad de la que ella se siente guardiana. Eso hace imposible la convivencia dentro de la coalición del Frente de Todos.
-¿El gobierno actual tiene su propio uso político del pasado?
-Como el presidente Fernández tiene un discurso muy ambiguo sobre el presente, que va cambiando según los auditorios y contextos, necesariamente el uso del pasado tiene la misma falta de sistematicidad o de consistencia. Como no hay una consistencia muy clara sobre el presente, mucho menos hay una sobre el pasado, más allá de rescatar el periodo 2003-2007 y de presentarse como un continuador de esa época o de rescatar a Raúl Alfonsín.
-¿La perspectiva de la expresidenta no fuerza la historia?
-Por supuesto. La Vuelta de Obligado fue el caballo de batalla de CFK en relación con el pasado. La idea de que ella venía a defender una verdadera historia que había sido ocultada es un argumento del revisionismo de los años 1930, de que había una historia falsificada y una verdadera historia. Para el revisionismo el protagonista de la verdadera historia era Rosas. Había que reivindicarlo y darle el lugar que se merecía. CFK hizo suya esa batalla y por eso Rosas se convirtió en el personaje al que quiso incluir en el panteón de héroes de la nación, usando la divisa punzó y elogiando a Encarnación Ezcurra en actos. Rosas permitía hacer este uso político del pasado polarizador, abrir la disputa por el pasado, porque fue el personaje que siempre generó una grieta en la memoria.
-¿Hoy tiene sentido hablar de una historiografía liberal?
-Es algo perimido. Hay un error que persiste en la idea que la sociedad tiene de la historia y es creer que los historiadores se dividen entre revisionistas y liberales. Los revisionistas dicen eso. La verdad es que hoy en el campo de la historia hay un tercer grupo que son los historiadores profesionales, que no son ni revisionistas ni liberales, que tienen interpretaciones del pasado ya revisadas. Lo importante de la renovación es que se propone comprender el pasado en su especificidad y no juzgarlo. La tradición liberal y el revisionismo tenían ambiciones políticas cuando iban al pasado. Los historiadores actuales investigamos nuevos temas y decimos nuevas cosas, sino no sé qué estaríamos estudiando.
-¿Pero no hubo un boom del revisionismo durante el kirchnerismo?
-Sí, con Hernán Brienza, Araceli Bellota, Pacho O’Donnell, entre otros. Tuvo éxito porque el revisionismo se entroniza como memoria oficial durante los gobiernos de CFK y además porque los argumentos revisionistas tienen una larga pregnancia en la opinión pública; son muy marquetineros y simplistas. Dividen la historia entre buenos y malos, buscan el complot y encuentran determinados chivos expiatorios en Inglaterra o la oligarquía. La renovación historiográfica, al tratar de decir que las cosas son un poco más complejas de lo que esos argumentos sostienen, tiene menos publicidad.
-¿Son libros académicos? El tuyo puede ser leído por un público amplio.
-Por suerte varios historiadores buscan llegar a un público más grande, como Gabriel Di Meglio, Luis Alberto Romero, Roy Hora, Pablo Gerchunoff, Fabio Wasserman, Hilda Sabato desde siempre. Hay historiadores que dicen que tenemos que salir a mostrar nuestros argumentos e investigaciones en un espacio más amplio. Lo que trato de transmitir siempre, como cuando hice los podcasts para LA NACION, es que la historia contada de forma rigurosa no tiene por qué ser aburrida. Se puede complejizar el pasado, se puede ir al pasado para pensar el presente y hacerlo de la manera más entretenida posible. Hoy el mundo de la historiografía está en ese plan. José Luis Romero fue uno de los primeros que dio esa disputa y fue el primer gran divulgador de la historia. La divulgación me encanta.
-¿Esa renovación llega a las escuelas?
-Muchos historiadores hemos trabajado en manuales de texto tratando de mostrar un montón de cosas que se habían investigado, como el rol de los sectores populares y de las mujeres en la historia, comprender más allá de buenos y malos, y también en los diseños curriculares. Esos cambios se están haciendo.
-¿Cómo crees que la historia va a estudiar a la expresidenta? Ella ya anticipó que será absuelta por la historia.
-Haría una diferencia entre la memoria colectiva y cómo la van a estudiar los historiadores. La memoria colectiva va cambiando con los años y va a depender mucho de cómo siga de acá en adelante el rol de CFK. Retomando el título del libro de Hora y Gerchunoff, la moneda está en el aire. CFK sigue en el juego político de forma my activa.
-¿Le mandaron tu libro?
-Sí, pero no tengo idea de si habrá tenido tiempo de leerlo.
-¿Actualmente hay un desinterés por el pasado?
-No diría que hay un desinterés por la historia. Estamos atravesando un momento de mucha incertidumbre identitaria y los contextos de crisis de identidad son momentos en los que se recurre a la historia para buscar donde anclarse. La historia pasa a un primer plano. Todo el debate en términos de adónde vamos en cuestiones de desarrollo no hace más que volver a diferentes momentos de la historia argentina: el desarrollismo frondicista, la industria sustitutiva de importaciones, Javier Milei recuperando la convertibilidad y los años 90. Hay un revival.
-¿Cuáles son tus proyectos?
-Tengo ganas de trabajar con presidentes en perspectiva comparada, es decir, tratar de estudiar el Poder Ejecutivo en la Argentina en el largo plazo, analizando diferentes presidencias. Particularmente, voy a investigar la presidencia de Menem, revisar los archivos.
-¿El archivo de Menem está disponible?
-Todavía no, pero eventualmente tendría que estar. Ese es un déficit de la Argentina: no tenemos como en Estados Unidos archivos presidenciales sistematizados y públicos. Sería bueno si la familia del expresidente quisiera compartirlo con los historiadores. El de Alfonsín es público.
-¿Se aprende de la historia?
-Pensar históricamente ayuda a comprender mejor distintos aspectos del presente. Eso no significa que vayas a tomar lecciones del pasado sino, simplemente, que vas a poder comprender mejor dónde estás parado, adónde querés ir y a considerar alternativas.