Burning Man y el sueño de una ciudad fantasma
Como consecuencia de la pandemia, se expanden en el mundo virtual los principios de una sociedad utópica
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Dicen que “El Diablito” era virgen cuando llegó a Burning Man. En la jerga de esta comunidad creativa, eso significa que el actor mexicano nunca había vivido una semana con decenas de miles de personas en el desierto de Nevada. Un encuentro que propone desde hace décadas ceremonias de todo tipo que alientan la libre expresión, con principios sustentables de convivencia, en un escenario posapocalíptico que recuerda a la saga Mad Max. Y que ahora se expande en el mundo virtual, como consecuencia de la pandemia.
Así que Mauricio Barrientos, alias “El Diablito”, se internó de inmediato en las calles de arena de esa ciudad efímera. Aquel verano boreal de 2011, como cada año, el viento pronto cubrió todo de una densa nube de polvo. Alejado del grupo de artistas y músicos que habían producido el Mayan Warrior, uno de los móviles intervenidos que sirven de escenario para fiestas, no supo cómo volver con sus amigos.
“La gente le dio de comer, estuvo perdido un día y una noche. Hasta que encontró un encendedor en su bolsillo, con la dirección del campamento”, recuerda Lucila Rafaelli-Tepper, una argentina que vivió la experiencia seis veces, incluso embarazada. Ese último año, en 2012, participó allí de una boda producida con decoración y catering. “Era como si estuviéramos en Marruecos, eso no existía antes –agrega–. Para ir a un hotel cinco estrellas, me voy a otro lado”.
Era una señal de que el espíritu original del encuentro comenzaba a desvirtuarse. Con el avance de las redes sociales, los influencers y los millonarios de Silicon Valley que montaron ostentosos campamentos VIP para sus invitados, en la última década se fueron erosionando algunos de los principios establecidos por su principal fundador, Larry Harvey. Fue él quien fabricó junto a Jerry James el primer hombre de madera, consumido por el fuego una noche de 1986 en una playa de San Francisco. Ceremonia similar a la que se repite en mayor escala desde la década de 1990 en Black Rock City, la “ciudad fantasma” que se materializa una semana al año. En 2019, su última aparición antes del coronavirus, reunió a unas 80.000 personas.
“Muchos ahorran y esperan todo el año para liberarse en Burning Man. Las fiestas son parecidas a la que se ve en The Matrix Reloaded. Es como un Disney para adultos”, señala entusiasmado Andrew Tepper, el marido de Lucila. La pareja hace cuentas: entre el costo de la entrada y todo lo que hay que llevar para sobrevivir una semana en un lugar donde sólo se puede comprar hielo y café, ya que esta sociedad utópica no fomenta el intercambio de dinero, el programa demanda una inversión mínima de 1500 dólares por persona. “Vale cada centavo –dicen a coro-. Es una experiencia única”.
La filosofía establecida por Harvey implica entre otras cosas comprometerse con la inclusión, la diversidad, la equidad, la autosuficiencia, la autoexpresión, la desmercantilización y el cuidado del medioambiente
Sin ingresos desde el año pasado, cuando la pandemia impuso sus condiciones, la organización sin fines de lucro que organiza Burning Man apeló a otros recursos para garantizar su continuidad. En medio de una pausa presencial hasta 2022, y luego de un encuentro virtual que incluirá actividades 3D entre agosto y septiembre, la casa de subastas Sotheby’s realizará en octubre una muestra en Nueva York y un remate benéfico de obras producidas por los autodenominados “Burners”.
“Ser Burner es más que asistir a un evento, es una forma de estar en el mundo”, aclara el sitio burningman.org. La filosofía establecida por Harvey implica entre otras cosas comprometerse con la inclusión, la diversidad, la equidad, la autosuficiencia, la autoexpresión, la desmercantilización y el cuidado del medioambiente, y contribuir así a “generar una sociedad que conecte a cada individuo con sus poderes creativos y con la participación en la comunidad, la vida cívica y la naturaleza”.
¿Será posible que estos ideales excedan los límites de Black Rock City? Eso buscan sus organizadores con iniciativas como Burners Without Borders, grupo encargado de llevar “los principios de Burning Man al mundo” a través de esfuerzos voluntarios coordinados, desde ayuda en casos de desastre hasta limpiezas de playas. También está abierto el juego para que la ciudad se reproduzca en otros países: en un campo de la provincia de Buenos Aires ya se realizaron cinco ediciones de Fuego Austral (fuegoaustral.org), ciudad temporal que podría resurgir el año próximo si las condiciones sanitarias acompañan.
Mientras tanto, como nos acostumbró la cuarentena, basta conectarse a Netflix para recorrer Burning Man desde el sofá gracias a la película La chica de la canción. O a kindling.burningman.org para ver Larry, documental dedicado a la vida de Harvey, fallecido en 2018. O a YouTube, para asistir a los recitales de DJ en medio del desierto. Como los que se hicieron en Mayan Warrior, el art car mexicano que perdió de vista “El Diablito”.
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