Brutalismo y estilo internacional
La definición del carácter de Buenos Aires se completa con dos tendencias arquitectónicas que cambiaron completamente su fisonomía a la vez que enriquecieron su patrimonio urbano con edificios como el Teatro San Martín o el Banco de Londres, dos obras maestras inscriptas en el Olimpo internacional de la modernidad
Al comenzar la segunda posguerra, el insistente discurso de las vanguardias, que buscaba dotar a las construcciones del espíritu de la época, logró imponerse de manera definitiva, desalojando de escena al academicismo y al historicismo, que sufren su Waterloo con la liquidación del sistema de enseñanza de tipo Beaux Arts . Un homogeneizado Movimiento Moderno, ahora sí transformado en verdadero "estilo internacional", impregnó toda la producción arquitectónica y consagró al urbanismo como disciplina regente. La situación mostraba una Francia relegada, sólo persistente a través de Le Corbusier, una Inglaterra potenciada por los desarrollos del Welfare State y unos Estados Unidos imperiales usufructuando el legado de la Bauhaus estandarizado y masificado. De esta manera se abandonaron los ideales de estética edilicia en favor de los dogmas de la planificación urbana, y se sustituyeron las técnicas constructivas tradicionales y la ornamentación por rígidos sistemas prefabricados.
En la ensimismada pero festiva Argentina de los años cuarenta, la arquitectura se singulariza al interactuar con el grupo Madí-Arte Concreto y al experimentar como nunca antes con la tecnología y el espacio. Así surgen las propuestas del grupo Austral en edificios experimentales como los departamentos de Virrey del Pino 2446 o los estudios y comercios de la esquina de Suipacha y Paraguay. Pero al mismo tiempo se despliegan las monumentales y sofisticadas estructuras de hormigón armado para edificios públicos y estadios de fútbol, más o menos revestidas de clasicismo.
Ya en los años cincuenta, con la institucionalización de la modernidad, se restaura la voracidad por conocer casi todas las propuestas de las usinas de la arquitectura occidental. Una vez más se consumen las novedades a ritmo vertiginoso, pero también se asimilan en forma inteligente y, en algunos casos, se reelaboran de manera magistral. La ligazón con los centros de estudios, investigación y experimentación, con la vanguardia artística y cultural, sin dejar de lado una fluida comunicación con el gran público permitió que fructificaran propuestas originales e innovadoras, social y mediáticamente comprometidas.
Profesionalismo y funcionalismo se fundieron para crear arquitectura cotidiana pero impersonal, donde la expresión formal y de los materiales fue sometida a los designios de la imagen corporativa de los rascacielos revestidos de metal y vidrio - el denominado muro-cortina-, o del aspecto estandarizado de los edificios de vivienda armados con hormigón y ladrillo y "decorados" con grandes ventanales y delgados balcones.
Más allá de la "impersonalidad", en ambos casos surgen propuestas distinguidas, con cuidadas proporciones y refinado diseño. Son obras con generosos espacios de acceso donde se utilizan materiales y revestimientos característicos: pisos de mosaico granítico de diversos colores; revestimientos de madera en tablillas, de "venecitas" o de espejos; gargantas de luz difusa. Y en los ejemplares de mayor lujo se incorporan murales de artistas realizados con diversas técnicas: pintura, metal, cerámica.
La irrupción de esta "segunda modernidad" en el ámbito oficial ocurre durante el segundo mandato del general Perón, cuando oficialmente se vuelca la mirada sobre los centros del diseño del Welfare State del norte de Europa, visión que se amplió también a Estados Unidos durante el período desarrollista. La arquitectura pública adopta la maneras funcionalistas en la composición y el lenguaje que emplea en edificios en serie como los de Correos y Telégrafos en distintas capitales provinciales, o el Mercado del Plata y el Teatro Municipal General San Martín.
Esta última obra, proyectada por Mario R. Álvarez y Macedonio O. Ruiz, es un excepcional ejercicio plástico, espacial y estructural que se inserta de manera impecable en el paisaje urbano y cultural de la avenida Corrientes. Su combinación de dos salas -una en anfiteatro y otra del tipo auditorio-, con sus respectivos foyers a los que suma un bloque de oficinas como fachada a la ciudad, lo convierte en un sofisticado proyecto incomparable internacionalmente pero con antecedentes en la arquitectura porteña como el palacio periodístico de La Prensa en Avenida de Mayo o la galería Güemes.
En forma paralela a los rigores del estilo internacional se difunde el Brutalismo que, asociando primitivismo e innovación, busca la máxima expresión en los juegos del hormigón a la vista. Sin desdeñar el funcionalismo, busca fundir forma, estructura y construcción para engendrar gigantescas esculturas recorribles y penetrables. En ciertos casos, tensiones organicistas asociaban las imágenes de esta arquitectura con episodios de la naturaleza; en otros, una voluntad constructivista les otorgaba un aspecto metabólico, como dentro de un permanente proceso de transformación.
Esta corriente coincide con un período experimental y transgresor en el campo de las artes, y de relanzamiento cultural y científico del país que se produjo en la en la década de 1960. Por esos años también se consolidó cierta escuela de diseño argentina donde predomina la arquitectura de "partido", diagramática, influida por una combinación que incluye el sustrato del Beaux Arts , el funcionalismo inglés y las sobrevivencias del design alemán, ahora en manos de la Escuela de Ulm. Algunas obras de esta época combinan rasgos de ambas tendencias y asumieron su papel de íconos institucionales y urbanos, tal el caso de la sede de la empresa Somisa en Diagonal Sur o el Planetario "Galileo Galilei" en el Parque de Palermo.
Las mejores obras del período son fruto de un enriquecedor sistema de concursos públicos y privados que lograron corporizar edificios institucionales donde se combinan carácter y monumentalidad, rasgos inusuales para la modernidad. Las obras cumbre del Brutalismo de Buenos Aires son también monumentos nacionales y mundiales. Son ellas la sede del Banco de Londres y América del Sur (actual Banco Hipotecario) y la Biblioteca Nacional.
En ambas obras tiene participación fundamental el arquitecto Clorindo Testa -en la primera asociado al estudio Sepra y en la segunda al arquitecto Francisco Bullrich-. La esquina de Reconquista y Bartolomé Mitre es una propuesta inédita desde el punto de vista funcional, espacial y estructural; una pieza de insólito vanguardismo que se inserta magistralmente en el paisaje de grandes bancos clasicistas de la City porteña. En este edificio se encarna como en pocos el "espíritu de la época" a la vez que se condensan muchas experiencias de la ecléctica cultura arquitectónica argentina. Por su parte, la imponente estructura de la Biblioteca es una megaescultura que reafirma la osadía del Estado desarrollista y resume múltiples significados: acrópolis cultural futurista, arcaica nave de la memoria universal, altar expiatorio del cisma político de la segunda mitad del siglo XX.
El Brutalismo, más allá de los juegos vanguardistas de alto vuelo, tuvo implacable incidencia sobre la definición de un paisaje tapizado de insolentes medianeras o erizado de torres de perímetro libre que transfiguraron la ciudad. El último de los grandes "estilos" de la modernidad se desgrana en la década de 1970 y desaparece reemplazado por la posmodernidad mímica, frívola y relativista que caracterizará los últimos treinta años coincidentes con el desvanecimiento de la variedad, creatividad y vitalidad de la arquitectura porteña en el camino de la globalización final del universo urbano.
ARQUITECTURA E IDENTIDAD
La arquitectura argentina que floreció en las dos últimas décadas del siglo XIX y primeros tres cuartos del siglo XX tuvo gran consistencia y continuidad y fue creadora de una indefinible pero palpable identidad. Aun así, ha sido parcial y fragmentariamente estudiada y valorada. La serie de notas publicada en adncultura durante el verano porteño es una invitación al conocimiento y a la preservación de un patrimonio único, que asimiló las novedades de diversas usinas de la arquitectura occidental a ritmo vertiginoso de manera inteligente y, en algunos casos, en reelaboraciones magistrales. Quienes cuestionan su "eurocentrismo" y alejamiento de las raíces indígenas o latinoamericanas olvidan que el fenómeno se corresponde tanto con las heterogéneas predilecciones de las elites como con los múltiples aportes del aluvión inmigratorio. Pocas ciudades del mundo como Buenos Aires desarrollaron una especial cultura arquitectónica, con producción pareja y de calidad, donde se materializaron ejemplos de interés, obras sobresalientes y algunas piezas de resistencia, dignas de figurar de manera destacada en la arquitectura occidental del período. Inconsciente de su espléndido y heterogéneo patrimonio, la ciudad descuidó, agredió o destruyó por oleadas su mejor herencia. Para colmo, en los últimos treinta años lo hizo sin reemplazarla por obras de carácter, trascendentes de cara al futuro. Porque el patrimonio no solamente se hereda, también se construye. Es tiempo y hora de preservar un legado que es motivo de admiración de quienes nos visitan y debe ser objeto de cuidado de la ciudadanía toda, desde la impronta temprana del Beaux Arts hasta los aportes notables de Brutalismo y el estilo internacional.
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