Brillo y sutileza
EL INQUIETANTE DIA DE LA VIDA Por Abel Posse-(Emecé)-266 páginas-($ 15)
La función diplomática ha llevado al autor de este libro a vivir durante casi cuatro décadas lejos de la Argentina. Dicha circunstancia pudo haber influido, tal vez, para que su labor de novelista fuese más valorada en el exterior que dentro del país. El premio internacional Rómulo Gallegos por Los perros del paraíso , el Diana de México por El viajero de Agartha y el de la Comisión Española del V Centenario por El largo atardecer del caminante , así como la traducción de sus libros a diecisiete idiomas, parecerían corroborar esa hipótesis.
La publicación de El inquietante día de la vida acaso contribuya a que Abel Posse sea apreciado, ahora y aquí, en la real dimensión de sus merecimientos literarios, que son muchos. En primer término, porque se trata de una novela muy argentina (a diferencia de otras suyas con temas y escenarios ajenos) y, fundamentalmente, porque es un elocuente testimonio de la madurez creadora de su autor.
La mitad del relato transcurre en Tucumán y Buenos Aires y el resto en París, con un breve pasaje en Egipto. La época: finales del siglo XIX, y los personajes: figuras arquetípicas de la Generación del Ochenta, unas reales y otras apenas inventadas que se cruzan en un ambiente recreado a través de una sugestiva pintura costumbrista y precisos detalles de la vida cotidiana. Las voces de la narración son dos: la de Felipe Segundo, hijo del fundador de la dinastía industrial que inició en Tucumán la explotación de la caña de azúcar, y la de su sobrino Julio Víctor, un joven baldado, lector de Marx y Engels, destinatario de los apuntes que el tío ha ido tomando en los últimos tiempos.
Típico representante de la oligarquía culta argentina, casado con una matrona que le ha dado ocho hijos y comprometido además con la consabida amante, Felipe Segundo es un hombre refinado que se rodea de buenos cuadros, lee con fruición a los poetas franceses y cultiva la amistad de personalidades de la política y la cultura nacional.
Un día comprueba que padece la enfermedad terminal del siglo, ese mal innombrable que le hace llevar el pañuelo a la boca y guardarlo luego manchado de sangre. En la certeza de estar pisando el umbral de la muerte, decide ocultar su enfermedad y, con la excusa de un viaje de negocios, se aleja de su familia y de los amigos del Club Social. Primero será Buenos Aires, donde asiste a la euforia de la ciudad cosmopolita, a los contrastes entre el mundo elegante de las familias patricias y los conventillos que han empezado a poblarse de inmigrantes, así como los almacenes y casas de lenocinio en las que oye por primera vez una música canalla que se baila entre hombres (esta primera parte del libro está llena de atisbos de interpretación que bien podrían sintetizar, con acento vital y humano, un tratado de historia social).
Y después París, en una suerte de viaje iniciático cuyo fundamento no tendrá vinculación con la filosofía o la religión sino con el esoterismo y la poesía, guiado por los versos extraños y deslumbrantes de un joven entonces prácticamente desconocido, Arthur Rimbaud, cuyos rastros seguirá por la Ciudad Luz y por el desierto de Africa.
Uno de los mayores atractivos del relato, además de su lograda atmósfera de época, es la permanente irrupción de personajes conocidos como Alberdi, Groussac, Wilde, Cambaceres, Mansilla, Roca, Lola Mora, D´Annunzio, Verlaine y el tucumano Iturri, secretario del conde Montesquiou Fézensac, o sea el barón Charlus de la novela de Proust, así como Rosendo Mendizábal, el Pibe Ernesto y un tío de Julio Víctor apodado Pepe, de quien se dice fue gran amigo de Sarmiento y no puede ser otro que Pepe Posse, tal vez antepasado del autor. Pero no sólo figuras históricas reales sino criaturas literarias como Settembrini ( La montaña mágica ), Tazio ( Muerte en Venecia ) o Malte ( Los cuadernos de Malte Laurids Brigge ) dialogan, en uno u otro momento, con el protagonista. Estos guiños literarios vuelven más interesante la trama de una narración que mantiene vivo el interés del lector a lo largo de más de 250 páginas.
Queda por encarecer otro mérito insoslayable de la obra de Abel Posse: el valor de una prosa estéticamente elaborada, pródiga en reveladoras asociaciones verbales, en disquisiciones expresadas con brillo y sutileza. El inquietante día de la vida es una novela que se destaca por sus originales rasgos en el rico panorama de nuestra narrativa actual.