Un nuevo espacio aloja dos de sus instalaciones icónicas en Inhotim, uno de los museos a cielo abierto más importantes del mundo; ya se exhibía allí, al aire libre, otra pieza que la artista japonesa presentó en la Bienal de Venecia en 1966
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BRUMADINHO.– “¿Usted es una de esas personas que siempre quisieron meditar pero no encontraron la oportunidad o el profesor ideal?”, pregunta la voz de Márcia de Luca desde la aplicación ofrecida por la aerolínea, mientras el avión se dispone a aterrizar en Belo Horizonte.
Qué mejor lugar para iniciar ese hábito de introspección y atención plena que esta obra creada por Yayoi Kusama, me pregunto al día siguiente cuando la puerta se cierra y quedo parada sola, en la penumbra, adentro de un cubo con paredes y techo de espejos, agua en el piso y lámparas que parecen titilar hasta el infinito. Lo confirmo minutos más tarde al entrar en un monoambiente decorado como si fuera el hogar de la artista japonesa, repleto de stickers redondos de colores que brillan en la oscuridad.
Decenas de miles de argentinos ya vivieron experiencias inmersivas similares gracias a Obsesión infinita, la muestra dedicada a Kusama que se exhibió en 2013 en Malba, donde se ubicó durante años como la más visitada del museo. Brasil se suma ahora también a una verdadera “Kusamanía” global, con muestras en varios países. Incluso las vidrieras de Louis Vuitton, que presentó una nueva colección en colaboración con la artista, se poblaron de robots hiperrealistas; provocan así la ilusión de que ella misma, internada en un psiquiátrico desde hace casi medio siglo, se hubiera multiplicado igual que sus famosos lunares.
Las dos instalaciones mencionadas –Estoy aquí, pero nada (2000) y Secuelas de la obliteración de la eternidad (2009)– se mostrarán desde mañana al público en un nuevo espacio creado especialmente para alojarlas en Inhotim, uno de los museos a cielo abierto más importantes del mundo, donde conviven arte y naturaleza. En un jardín botánico de 140 hectáreas, abierto al público sin fines de lucro gracias a la financiación de aportes privados, se aloja una veintena de salas dedicadas a importantes artistas contemporáneos -Adriana Varejão, Doris Salcedo, Lygia Pape, Cildo Meireles, Tunga y Claudia Andujar, entre otros– y 25 obras ubicadas en forma permanente al aire libre, de otros grandes creadores como Hélio Oiticica, Waltercio Caldas, Olafur Eliasson y el argentino Jorge Macchi.
Al igual que las demás salas, diseñadas especialmente para las obras que allí se exhiben, la dedicada a Kusama se inspira en su cultura y su trabajo. El camino sinuoso y el trío de enormes piedras instaladas fuera del edificio, que evocan a Buda, fueron pensados para “alejar a los malos espíritus”. También se sembraron 3500 bromelias que anticipan con los puntos de colores de sus hojas lo que se verá adentro. La fachada de la construcción minimalista, en tanto, es una pared plana que marca un límite: el que existe entre el jardín tropical cultivado y la vegetación nativa, pero también el que divide el exterior del interior en penumbras, una invitación a cambiar la percepción y conectar con realidades más sutiles.
La instalación de las lámparas que se encienden en forma gradual se relaciona con la ceremonia budista Tōrō Nagashi, que se celebra en Japón cada 6 agosto en el aniversario del impacto de la bomba atómica en Hiroshima. En memoria de los antepasados fallecidos se encienden pequeñas velas dentro de estructuras de papel, que se depositan sobre el agua para dejarlas fluir. “Seguimos brillando, desapareciendo y floreciendo de nuevo en esta eternidad”, dice Kusama en la página del Museo de Bellas Artes de Houston, que exhibe otra pieza de la misma serie.
Proyectado desde 2016 y demorado por la pandemia, este nuevo proyecto se suma a otra pieza ya presente en el predio fundado en 2006 y donado el año pasado por el empresario brasileño Bernardo de Mello Paz. Los visitantes y la exuberante flora del parque se reflejan en las esferas plateadas flotantes que conforman Jardín de Narciso (2009), versión de la obra con la que Kusama participó de la Bienal de Venecia en 1966.
En aquella ocasión puso a la venta 1500 esferas por el equivalente a dos dólares cada una, con carteles que decían “Tu narcisismo en venta”. “Me obligaron a parar y me dijeron que no era apropiado que vendiese mis obras de arte como si fueran ‘perritos calientes o cucuruchos de helados’ pero la instalación se mantuvo allí”, recuerda en su reciente autobiografía, donde reconoce además que para financiar esa producción fue clave el apoyo de un gran artista rosarino.
“Mi amigo Lucio Fontana tuvo la amabilidad de cubrir los costos. Aún me pesa en la conciencia no haber llegado a devolverle aquel dinero antes de que muriera”, confiesa en La red infinita (Ediciones B, 2022). A modo de agradecimiento, sin embargo, dice haberle regalado una Maleta de compulsión, cubierta de recreaciones de penes.
“Utilizo mis temores y complejos como temática para mis obras. Me aterroriza el mero hecho de que algo largo y feo como un falo se introduzca en mí, por eso hago tantos de ellos”, explica en el libro al referirse a lo que ella denomina “obliteración”. “Si me cubro el cuerpo entero de lunares y acto seguido cubro de lunares también el fondo –agrega–, obtengo la autoobliteración”. De esa manera, como en la meditación, el yo ilusorio se disuelve en el todo.
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