Borges y sus precursores
Hay un repertorio de frases de Borges listas para cada ocasión. Una de las más manoseadas es “cada escritor crea a sus precursores”. Ya que aceptamos que son lenguajes el de los sordomudos, o el de las ballenas, o las matemáticas — ya que todos nuestros gestos forman parte de una suerte de lenguaje universal — entonces la música es también un lenguaje y puede trazarse un linaje de compositores precursores del estilo borgiano.
Lo extraordinario en Borges no es su erudición o su memoria aspergeriana, dones que festejaron varias generaciones de tertulianos, sino su claridad, su precisión y su concisión a la hora de escribir: cada opus de Borges es una máquina de lenguaje que tiene casi todo en común con las máquinas musicales: son máquinas sonoras, son máquinas escritas, son conservas de la consciencia y del inconsciente (o del alma, si se cree). Se pueden enumerar precursores musicales borgianos, empezando por Bach, su mellizo sajón. El Arte de la Fuga y la Ofrenda Musical son engranajes de cánones retro-inversos, fugas cuádruples, monstruos circulares típicamente borgianos. Cada pieza es una maquinita bella y perfecta,microcosmo estético que puede empezar por el principio y el final al mismo tiempo o volver a empezar en casi cualquier punto de su breve vida.
Muerto Bach, la posta pasa a Haydn, que agrega un atributo borgiano que Bach ignoraba: la sorpresa humorística — el atributo argentino — por medio de desvíos armónicos desorientantes, su manera de adjetivar. Si el primer deber del compositor es mantener en vilo la atención del oyente, la estrategia de Haydn se concentra en la sorpresa armónica, así como Borges nos engatusa con los adjetivos. En el siglo XIX lo borgiano se está poniendo a punto y se suman precursores, pero sólo uno suma un nuevo atributo: Chopin trae de su Polonia periférica, nuestro espejo mitteleuropeo, la melancolía. Y en el siglo XX aparecen los compositores que completan la esencia estilística de Borges: Ravel con la limpidez, Ives con lo intertextual, Webern con la concentración aforística y Ligeti (ya no como precursor, porque nació después) con lo monolítico.
Todos estos compositores están unidos por el gusto de lo intemporal y la desconfianza de lo moderno. Casi todos también comparten con Borges un punto polarizador: el cosmopolitismo — o sus variantes locales (antiperonismo, anticomunismo, antiprusianismo, anticlericalismo, etc.). Borges era antiperonista no por incompatibilidad ideológica — el peronismo al fin y al cabo no era más dictatorial ni más fascista que los militares, ni menos conservador que los conservadores — sino porque el peronismo representaba la antípoda del cosmopolitismo que él anhelaba representar. La tirantez centro/provincia existe en todos lados pero sólo en nuestro país toma forma partidaria. El peronismo encarna todo lo que Borges teme: lo enfático, lo telúrico, lo conurbano, lo colorido-local, la risotada halitósica que lo persigue como un guasón pesadillesco hasta su pulcra tumba ginebrina. En este último sentido Bach en una punta y Ligeti en la otra son borgianos: provincianos convertidos a un cosmopolitismo sin acento a través de relojerías despojadas de localismos.
El autor es compositor (La versión en papel salió resumida por cuestiones de espacio).
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