“Borges no era una persona con una mirada inteligente sobre la política”
Aníbal Jarkowski, autor de la novela “Si”, indaga en el vínculo del escritor argentino con la política
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En su libro Si, el docente, investigador y escritor Aníbal Jarkowski -autor de “Rojo amor, “Tres” y “El trabajo”- se mete con el mito de Borges como víctima del peronismo y desde ese punto se anima a indagar en el vínculo del escritor con la política, y esa intersección atraviesa la novela por lo dicho y lo omitido, los tonos y los diálogos en los que el autor despliega con sutileza su potencia narrativa.
Lector, investigador y admirador de Borges, el también crítico se dedicó en esta ficción a redimensionar al gran escritor argentino desde las sutilezas, las contradicciones y las limitaciones en los días de 1946 en los que se enfrentaba a decidir qué hacer, no ante un despido, sino ante un traslado. El escritor trabajaba hacía ocho años en la Biblioteca Miguel Cané cuando Emilio Pío Siri, por entonces intendente de Buenos Aires, sugirió trasladarlo al Mercado Central como inspector de aves, una supuesta reprimenda por haber firmado algunas solicitadas contrarias al gobierno de Perón. ”Él no sabe muy bien qué hacer en mi novela y ahí la pregunta que se abre es qué hubiese pasado si un personaje como él se hubiese encontrado con el mundo común y corriente del mercado. Se le abría ahí una experiencia de vida diferente pero eso quedó cerrado porque hubo una especie de acuerdo en que él debía convertir eso en un hecho político”, señala sobre esta historia en la que la escritora, periodista y traductora Estela Canto también es protagonista.
-En los diálogos de Borges con su madre hay muchas marcas irónicas y casi paródicas en referencia al peronismo.
-Está esa idea del peronismo como una catástrofe. Borges no fue nada original, los intelectuales en ese momento casi hicieron causa común con esa opinión. Algunos después revisaron esa cuestión. Viñas, por ejemplo, o Sabato, que es más embrollado porque dice hay que condenar a Perón, pero no a los peronistas. Estela Canto, desde la izquierda, desde el comunismo, también es mucho más inteligente en su percepción, no se da esta mirada. La madre es una mujer fijada en ideas del siglo XIX y las va a seguir reproduciendo. Mi admiración por Borges es evidente, pero no era una persona que tuviera una mirada compleja e inteligente, sutil sobre la política. Más bien tiende a los trazos gruesos, a lo ya dado. Y sobre todo en lo que implica revisar su propia juventud: perteneció al comité yrigoyenista, cómo retrocede respecto de eso tiene algo muy patético. Tampoco es una persona muy interesada en la lectura y los análisis de la política. No tiene una posición intelectualmente interesante respecto a la política. Uno diría, pasados los años, que era bastante torpe pero a esta altura del partido daba pie para que yo trabajara esos diálogos que están al borde del ridículo.
-En la novela, los diálogos sobre política son con su madre y algunas amigas de la familia además.
-Es parte de esa cosa endogámica: Borges habla con sus iguales sobre la repetición de prejuicios, cuando se encuentra con el compañero en el sótano, el compañero no habla de política pero habla de ir a buscar querosén, de las condiciones de vida de cada uno, lo que significa tener que tomar el tranvía o no tener que tomarlo, hay ahí un registro de la experiencia de cada uno que lo que hace Borges es negarlo. La política es lo que estructura la novela, porque va a ser comisionado a una oficina que no corresponde a su preparación pero el compañero le dice “yo tampoco estoy preparado para este trabajo”. Tiene un principio de realidad que Borges no tiene. Ese traslado hubiera sido la apertura a un mundo diferente. Borges conoció algo de eso cuando trabajaba en el diario Crítica haciendo la revista Multicolor, recuerda con mucha simpatía haber trabajado con los tipógrafos, la gente de imprenta, los dibujantes, vio un mundo muy rico ahí. Es una época interesante pero ese no fue el camino que siguió, después se recluye, va a una cosa endogámica como la de Sur y mucho tiempo después vuelve con esa figura mediática que construye donde lo diverso lo entretiene, lo distrae de ese mundo endogámico y monótono.
-Tiene una historia familiar y personal en la que está muy presente la vida laboral y sindical, ¿cómo ayudó eso para construir esta ficción?
-Mi familia era de la clase obrera: mi papá era metalúrgico, mi mamá ama de casa, de Lanús. Cuando terminé el servicio militar volví a mi casa, quería estudiar y mi viejo me dijo “buscá trabajo”. Así que al mismo tiempo que preparaba el ingreso a Filosofía y Letras trabajaba en una fábrica de ropa de cuero que no se vendía acá, eran cargamentos muy programados, los sueldos de los costureros eran por piezas que cosían en el día. Trabajaba en una oficina administrativa, me impresionaban las tensiones que había, era gente con una enorme conciencia de clase. Estábamos en plena dictadura así que la delegada era de hecho y paraba la fábrica, tenía que bajar el dueño a hablar con ella para ver cuánto iba a pagar la hora extra. Mi tía también era textil, vivía a la vuelta de mi casa, me acuerdo de ver al patrón yendo a decirle que volviera a trabajar mientras nosotros comíamos y ella le planteaba las condiciones en las que tenía que volver. Estaba mi tío, el marido, que no intervenía. Ella la tenía muy muy clara, tenía un enorme manejo del conflicto salarial, eso después lo viví en la fábrica. Ahí había algo de admiración y distancia con Borges. No creo que su vida haya sido tan sencilla ni una luminaria, hay claroscuros, traté de que esa complejidad apareciera en la novela. Por eso no buscar estereotipos ni una parodia, ni ir a lugares comunes. Era un trabajo delicado: cómo construir identidad de alguien que yo no había conocido, nunca lo vi y sin embargo tuve la impresión de que lo conocía completamente de tanto leerlo y estudiar sobre él. No fue forzado inventar las situaciones pero si que fueran propicias para lo que yo creía de Borges.
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