Borges, esplendor y dificultad: fue el mejor y sigue siendo incomprendido
Su influencia crece en el mundo, pero se siente menos en la joven literatura argentina; por qué decidió escribir lo que escribió en una obra que no termina nunca de agotarse
En 1964, cuando los cahiers de l'Herne de Francia le dedicaron una edición, Jorge Luis Borges era extramuros un secreto a voces, o mejor: el escritor más secreto acerca del que nadie podía dejar de expedirse. En ese volumen, el crítico Roger Caillois -que, desde su visita a Buenos Aires, en 1939, gracias a Victoria Ocampo hizo tanto para la recepción de Borges en Europa- no daba mucho rodeos: "La importancia y la originalidad de Jorge Luis Borges en la literatura contemporánea son ya largamente reconocidos". Dos años después, Michel Foucault declaraba en el prólogo a Las palabras y las cosas: "Este libro nació de un texto de Borges", y se refería a "El idioma analítico de John Wilkins". El prestigio era antiguo. Ya Valéry Larbaud había dicho en 1925 sobre el primer libro de ensayos de Borges: "Inquisiciones es el mejor libro de crítica que hemos recibido de América Latina". James Joyce, sir Thomas Browne, George Berkeley: el universalismo rampante de Borges encontró un eco universal que, lejos de extinguirse, no deja de agigantarse. A Borges podía no gustarle Goethe, pero su idea de la Weltliteratur, "literatura universal", le cuadra sin dificultad. Weltliteratur es por lo tanto un concepto visionario en la medida en que trasciende las literaturas nacionales sin destruir sus singularidades.
Puertas adentro, la posición de Borges resultó más problemática, entre otras cosas porque su recepción quedó viciada por los vientos políticos, y ya sabemos que en ese campo Borges no hacía cálculos para complacer a nadie. Por ejemplo, en el propio cahier de l'Herne, Abelardo Castillo había observado que a Borges no se lo quería, se lo admiraba.
Más tarde, Juan José Saer, Ricardo Piglia (que aprendió de él que la ficción era crítica y la crítica, ficción), Héctor Libertella y César Aira (que no escribe como Borges, pero habla como él y reivindica la biblioteca como matriz de la invención) hicieron, como corresponde, sus propias lecturas de Borges. Alan Pauls, Daniel Guebel y Luis Chitarroni son posiblemente los últimos escritores argentinos en los que la huella de Borges se presenta como una evidencia. Fue el propio Chitarroni quien se ocupó de señalar que esa huella se había extinguido en narradores más jóvenes, sencillamente porque no parecían haberlo leído. El parricidio que no pudieron consumar las generaciones anteriores lo hicieron las más recientes mediante el sencillo expediente de la indiferencia. Ya los poetas de los años 90 execraban a Borges, y para quienes todavía confían en el realismo (la mayoría) o en variedades rancias del fantástico Borges sigue siendo inasimilable.
La crítica de un bibliotecario
Para entender este campo de fuerzas hay que detenerse en ciertas particularidades de la poética de Borges. Citemos una vez más el ensayo de Caillois: "Escribo estas páginas con la intención de mostrar que Borges no es fundamentalmente excéntrico, a pesar de las apariencias y a pesar de la reputación. Se trata más bien de una ilusión óptica. Excéntrico, puede ser: ¿pero respecto de qué centro?".
Ahí está dicho algo (es imposible decir todo sobre él): para Borges no había centro porque todo podía serlo, tan libre estaba de supersticiones nacionales. Su vanguardismo de los primeros años (acuñado en el ultraísmo y las lecturas de primera mano del expresionismo alemán) precipitaron en un criollismo que pretendía aligerar la lengua rioplatense de los fastos modernistas. Pero el giro más interesante es que esa torsión crítica se vuelve sobre sí misma y se convierte en autocrítica: Borges optó por una variedad de la vanguardia mucho menos previsible, más secreta, más insidiosa y, por eso mismo, mucho más indeleble.
Es aquí donde entra la biblioteca, también conocida como "Paraíso". John Ruskin, en el libro Sesame and Lilies, tiene una idea bastante oportuna para la estrategia de lectura borgeana: "Uno podría leer (si viviera lo suficiente) todos los libros del British Museum y seguir siendo una persona francamente iletrada y sin educación; pero si uno leyera diez páginas de un libro bueno, letra por letra sería una persona educada. La única diferencia entre una persona educada y otra que no lo es se corresponde con esa precisión". Así leyó Borges y así intentó Pierre Menard escribir (reescribir) el Quijote.
"Pierre Menard, autor del Quijote" es posiblemente el "escrito" (no digamos nada sobre el género, cuento o ensayo, o cuento bajo la forma de un ensayo, o al revés) más complejo de la literatura del siglo XX. No hay aquí ninguna exageración nacionalista. Sencillamente, en esas pocas páginas que aparecieron por primera vez en el número 56 (1939) de la revista Sur se condensan todos los problemas que atarearon durante décadas a los críticos: la originalidad, las atribuciones, la autoridad del autor, el modo en que la historia modifica lo que leemos aunque lo que leamos sea lo mismo.
Fantasías inesperadas
Hacia 1982, el teórico Gérard Genette escribió en su libro Palimpsestos (1982): "El objeto de la poética no es el texto en su singularidad, sino la architextualidad del texto (es casi lo mismo que suele llamarse 'la literariedad de la literatura'). La clave es la literariedad de la literatura". ¿Qué quiere decir esto? Muy simple: que la literatura no se hace en relación con el mundo sino con la propia literatura, y que la literatura (como la música y la pintura) dialoga consigo misma.
Genette, que en esa frase hablaba también de sí mismo, logró la proeza de poner en teoría eso que Borges había puesto en literatura bastante antes: la erudición es la forma moderna de lo fantástico. Lo es justamente porque deja de ser fantástico. En "El acercamiento a Almotásim", incluido en el final de Historia de la eternidad, Borges había disuelto ya el tabicamiento entre crítica, ficción y ensayo, pero "Pierre Menard" es un salto al vacío, y podría ser una obra de arte conceptual, si no fuera porque, por suerte, es más que eso.
Cuando lo escribió, Borges creyó que cambiaba de género y pasaba al fantástico. Le entregó el "cuento" a José Bianco, secretario de redacción de Sur, y estaba inquieto. A la mañana siguiente lo llamó para saber su opinión. "Nunca he leído nada semejante", le contestó Bianco. "¿No eran explicables mi admiración y mi asombro?"
El crítico Pietro Citati supuso que Pierre Menard (el personaje) era el primer autor de una obra invisible. El segundo habría sido el propio Borges. En su larga vida de "bibliotecario imperfecto", ¿cuántos y cuáles fueron los libros que volvió a escribir como si no hubieran existido, aunque con la certidumbre melancólica de que existían? Borges fue el primero en darse cuenta de que no se podía escribir ya de otra manera que como lector. La situación adánica (que él mismo advertía en el poeta inglés John Keats) de escribir sin leer se había vuelto históricamente falsa e imposible.
No fue solamente la tremenda invención de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" o de "El Aleph" aquello que provocó una admiración sin reticencias. "Pierre Menard" se ramificó en una crítica artística radical, incluso en un registro más humorístico. Crónicas de Bustos Domecq (1967) fue escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares, pero tiene más de Borges que de Bioy. Está dedicado "a esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce, Le Corbusier": Borges, el más moderno, es el crítico más implacable de los modernos. El imaginario Ramón Bonavena es un "objetivista" que se limita a describir el ángulo de una mesa. El no menos imaginario César Paladión manda a la imprenta libros ajenos como propios y su pariente lejano Hilario Lambkin descubrió que "la descripción de un poema, para ser perfecta, debía coincidir palabra por palabra con el poema". A la vuelta de la esquina, está de nuevo "Pierre Menard".
Borges sigue siendo demasiado para nosotros: demasiado inteligente, demasiado erudito (con una erudición fragmentaria que supera la erudición más sólida), demasiado conservador y demasiado vanguardista a la vez. La literatura del siglo XX es inimaginable sin Borges; la del XXI, no sabe todavía qué hacer con él.
Agenda
Hoy
A las 18, en la Casa Borges (Plaza Brown 301, Adrogué), el escritor Matías Alinovi presenta un documental sobre Borges realizado para una cadena de televisión europea. Gratis.
Lunes
A las 19, en la Fundación Borges (Anchorena 1660), Julio Crivelli brinda la conferencia "El arte y la memoria" y la doctora Mariana Bendersky presenta "Borges desde las neurociencias".
Algunas frases destacadas acerca de Borges
Carlos Gamerro (escritor)
- "Los anteriores autores de la lengua española, especialmente los españoles, enseñan a hablar en español: la conciben no como manifestación del pensamiento o como ordenamiento de la realidad, sino como vehículo de sí misma. Por eso, también, Borges es el mejor filósofo del mundo de habla hispana, o más bien es lo más parecido a un filósofo original que la cultura hispánica haya producido hasta ahora".
Oscar Martínez (actor, autor y director teatral)
- "Borges es a nuestra literatura lo que San Martín es a nuestra historia; su importancia está más allá de nuestra comprensión o del acabado conocimiento de sus obras".
Sara Facio (fotógrafa)
- "Una de mis obsesiones siempre fue quedarme ciega. En 1963, cuando conocí a Borges y le saqué algunas fotos, comentamos qué terrible era no poder ver. Siempre tuve una conexión visual con él. Recuerdo que en 'Poema de los dones', Borges habla sobre su pasión por la lectura y dice que, para él, el paraíso es una biblioteca".
Alejandro Vaccaro (escritor)
- "Nuestro escritor ocupa el podio entre los mejores lectores de la historia. Ese es el gran legado de Borges, en especial para los jóvenes: el mejor camino para ser un gran escritor es ser antes un buen lector".
Luisa Valenzuela (escritora)
- "Formó parte de mi adolescencia, cuando aún se lo consideraba un 'escritor para escritores'. Con mi madre, Luisa Mercedes Levinson, escribió el cuento 'La hermana de Eloísa'. Reían tanto que yo debo de haber creído que escribir era divertido y, sin proponérmelo, me hice escritora. No lo culpo".
Andrés Duprat (director del Museo Nacional de Bellas Artes)
- "Lo que más me impresiona de Borges es su capacidad de apropiarse de culturas y literaturas disímiles. En un párrafo puede citar a Shakespeare, Carriego y las sagas islandesas. Su mirada desprejuiciada es uno de sus principales legados".
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