Bob Dylan 360°: músico, autor y artista visual
El cantautor, ganador del Premio Nobel de Literatura, inaugura una muestra en una galería de Londres
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Self portrait (autorretrato) se llamó el álbum editado por Bob Dylan en 1970 en el que se atrevió a incluir en la tapa una ilustración suya, autorretrato de impronta expresionista del juglar de Minessota que buscaba sacudirse el peso de “spokesman for a generation” (vocero generacional) en un cambio de década signado por la violencia. Se trató de uno de sus discos menos valorados y más incomprendidos por un querido de la crítica de rock que, al pintarse a sí mismo como Jean Dubbufet hubiera celebrado, estaba diciendo que su cara multiplicada al infinito en los medios era, como lo demuestra en el documental de Scorsece para Netflix, tan solo una máscara.
Pues bien, la tapa de Self Portrait (Dylan ya había ilustrado la de Music from the Big Pink de The Band en 1968) forma parte hoy de la colección de Diseño del MoMA y el 2020 en el que lanzó el impactante álbum Rough and Rawdy Ways se cierra con una muestra de sus obras en la galería Halcyon de Londres. Editions abre este lunes 7 de diciembre, cincuenta años después de aquel autorretrato corrosivo y a casi seis meses de que el también Nobel de Literatura (2016) cumpla 80 años.
La muestra de Halcyon presenta distintas series de su producción visual, que empezó en los 60 en paralelo a su revolución en la música pop, en ediciones limitadas, copias, de los originales. Retrospectum, la primera muestra individual de 300 obras de Dylan en el Museo de Arte Moderno de Shangai, atrajo a cien mil personas entre septiembre y diciembre de 2019, y su itinerancia se detuvo, al igual que la Never Ending Tour (Gira sin final) que Dylan inició en los 90, por la pandemia.
La galería londinense exhibirá y pondrá a la venta parte de Mondo Scripto, una serie que desarrolló en estos meses de aislamiento en la que mezcla en el papel los textos manuscritos de sus canciones (“I want you” de 1966, por ejemplo) con ilustraciones propias. Así, se convierte en el productor de su propia memorabilia o produce una memorabilia de autor: antes que se fetichicen sus papeles originales los convierte en obra, legitimado por el mercado del arte. Una estrategia que lo liga más a Duchamp y Warhol que a los héroes anónimos del folk estadounidense sobre los que construyó su interminable songbook.
La faceta visual de Dylan se completa con las Drawn Blank Series que el cantautor desarrolló a partir de bocetos hechos durante giras entre 2008 y 2011 (que fueron publicados en el libro Drawn Blank de Random House) y una serie de paisajes llamada The Beaten Path donde explora la profundidad panorámica de los Estados Unidos. Desde la acuarela o el acrílico las obras de Dylan parecen un eslabón perdido de la vanguardia fauve y el expresionismo de principios del siglo XX. El uso saturado, casi festivo, del color se contradice con el sonido crepuscular y lúgubre de la música que ha venido grabando en los últimos veinte años. Una canción suya como “Black Rider” (2020) se corresponde en su hipnótica inmovilidad más con las escenas suspendidas de Edward Hopper que atrapó la soledad metropolitana como nadie.
De esa cualidad está hecha su último álbum que adelantó con una canción de 17 minutos (“Murder most foul”) donde convirtió el magnicidio de Kennedy en una saga capaz de tejer un entramado entre Shakespeare y la memoria de la cultura pop. Pero estos paisajes on the road de Dylan remiten más bien a Hopper, Dennis, el actor de su misma generación que capturó el alma norteamericana desde la fotografía. Y el Dylan que irrumpió en los 60 parecía de hecho una continuación en la canción pop de los grandes maestros de la fotografía moderna: Walker Evans, Ansel Adams, Robert Frank.
Artista total, Dylan consiguió por primera vez que un cancionero popular se midiera con la historia de la literatura para ser candidato y ganador del Nobel, lo que encubría en su figura un reconocimiento al enorme aporte que la cultura pop hizo desde la pos guerra. Su marca en el arte contemporáneo quizás solo sea fenomenológica (la muestra más vista en el Museo de Arte Moderno de Shangai y esas cosas) pero da cuenta de un manantial creativo irrefrenable.
Entre el material que distribuyeron los de Halcyon hay fotos del viejo Bob en un taller donde trabaja con estructuras de hierro para producir objetos en la línea del viejo surrealismo. Su concepto de Never Ending Tour (que lo trajo cuatro veces a la Argentina) parece abarcarlo todo entonces.
Habrá que decir que el arte pop argentino se adelantó a esta consideración de Dylan en el mundo del arte. En 1966, el dúo formado por Pablo Mesejean y Delia Cancela (que hacían de Sonny & Cher sin micrófono) firmó el manifiesto “Nosotros amamos” donde incluyeron al autor de “Blowin’ in the wind” en la siguiente línea: “Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas y plateadas, a Sonny and Cher, a Rita Tushingham y a Bob Dylan (…)” Ese texto no fue repartido en una fiesta sino que se incluyó en el catálogo del Premio Nacional Di Tella 66, con lo cual el nombre de Dylan quedaba inmediatamente asociado a una experiencia de vanguardia en Buenos Aires.
Ese mismo año, Cancela & Mesejean lo pintaron en una serie en la que rodeaban a íconos del cine, la moda y la música pop con una nube de inspiración camp. La obra terminó luego en la colección de Jorge Glusberg, creador del CAyC (Centro de Arte y Comunicación) y director del Museo Nacional de Bellas Artes durante nueve años, que la había comprado para su mujer. ¿Sabrá Bob que en el sur del mundo una pareja de artistas lo nombró en un manifiesto y lo inmortalizó en una pintura enorme? Como canta Andrés Calamaro en “Elvis está vivo” (1997): “Bob Dylan también lo sabe pero Bob es muy discreto y no dice nada, será mejor así…”.
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