Bicentenario de Dostoievski: un recorrido por sus obras fundamentales de la mano de grandes autores
Hoy se cumplen dos siglos del nacimiento del autor de “Crimen y castigo” y coincide este año con los 140 de su muerte; cinco novelas fundamentales, que adoraron desde Camus hasta Borges
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Albert Camus lo definió como “el verdadero profeta del siglo XIX”. William Faulkner lo consideraba una de sus máximas influencias literarias. Jean-Paul Sartre lo citó como precursor del existencialismo. Friedrich Nietzsche reconoció el enorme placer que le generaba la lectura de sus obras. Y para Virginia Woolf, sus novelas parecen “una vorágine que te hace hervir la sangre, tormentas de arena que giran, una tromba que sopla, hierve y te traga. Están compuestas por el material del que está hecha el alma”.
A dos siglos del nacimiento del gran escritor ruso Fiódor Dostoievski (Moscú, 11 de noviembre de 1821) y en el año en el que se cumplieron 140 de su muerte (San Petersburgo, 9 de febrero de 1881), el autor de Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov sigue siendo fuente de inspiración e influencia en escritores contemporáneos. A continuación, un recorrido por sus títulos fundamentales de la mano de grandes figuras de las letras.
Memorias del subsuelo
Publicada en 1864, es la novela de Dostoievski que llamó la atención de Nietzsche. “Excepto Stendhal, nadie me ha causado tanto placer y sorpresa: un psicólogo, con el que yo me entiendo”, escribió el filósofo en 1887 después de descubrir esta obra inicial del ruso, considerada clave para comprender novelas posteriores como Crimen y castigo y Los demonios. Es, también, la obra que Sartre cita como precursora del existencialismo.
Estructurada en dos partes, en la primera presenta un monólogo largo e intimista del protagonista; en la segunda, el “hombre del subsuelo” cuenta hechos de su vida que se relacionan con las reflexiones filosóficas del inicio.
Los demonios
“Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida. Suele corresponder a la adolescencia, la madurez busca y descubre a escritores serenos”, escribió Jorge Luis Borges en el prólogo de la novela publicada originalmente en una revista rusa entre 1871 y 1872.
En la reseña, incluida en Biblioteca personal (prólogos), Borges compara la experiencia de lectura de Crimen y castigo con la de Los demonios: “Leer un libro de Dostoievski es penetrar en una gran ciudad, que ignoramos, o en la sombra de una batalla. Crimen y castigo me había revelado, entre otras cosas, un mundo ajeno a mí. Inicié la lectura de Los demonios y algo muy extraño ocurrió. Sentí que había regresado a la patria. La estepa de la obra era una magnificación de la Pampa. Varvara Petrovna y Stepan Trofimovich Verjovenski eran, pese a sus incómodos nombres, viejos argentinos irresponsables. El libro empieza con alegría, como si el narrador no supiera el trágico fin”.
El premio Nobel Mario Vargas Llosa releyó hace unos años Los demonios y escribió un artículo para el diario español El País, que publicó LA NACION en 2019: “Cuando Dostoievski comenzó a escribir Los demonios, a fines de 1869, estaba en Dresde, profundamente disgustado de su experiencia europea y lleno de nostalgia por su tierra natal. Creía estar escribiendo algo así como una diatriba contra la violencia política, pero su novela resultó mucho más que eso, una exploración profunda de la intimidad humana, de todas las violencias que padecemos y cometemos y se han cometido y cometerán”.
Crimen y castigo
A Borges, la novela de Dostoieveski publicada en 1866, reconocida como una de sus obras cumbre junto con Los hermanos Karamazov, le reveló un mundo ajeno y brutal. “En 1915, en Ginebra, leí con avidez Crimen y castigo, en la muy legible versión inglesa de Constance Garnett. Esa novela cuyos héroes son un asesino y una ramera me pareció no menos terrible que la guerra que nos cercaba”, escribió en el prólogo citado.
Novela psicológica, en su momento publicada por entregas, está atravesada por las tensiones entre el bien y el mal, con condimentos clave como la culpa, la moral, le ley, la justicia, a través de la historia de Raskólnikov, el protagonista que comete un crimen y luego busca un castigo. “La naturaleza puede ser corregida, enmendada, pues de no ser así quedaríamos sepultados bajo los prejuicios. Sin eso no habría ni un solo gran hombre”, dice en un pasaje.
Para Vargas Llosa, Crimen y castigo es “la más realista de sus historias”. En el artículo “La casa de Dostoievski”, publicado en LA NACION en julio de 2010, el escritor peruano cuenta que visitó la ciudad de San Petersburgo y la “última casa en que vivió, y donde murió en 1881 meses antes de cumplir los sesenta años, entre la Perspectiva Kuznechny y la antigua calle Yamskaya, ahora llamada Dostoievski”. Y agrega: “La casa donde Raskólnikov asesina a la anciana Alíona Ivánovna, en el número 104 del Canal de Griboedova, se conserva tal cual la narró, con sus baldosas desiguales, sus paredes descoloridas y sus rejas herrumbrosas, así como sus gentes melancólicas y derrotadas”.
El jugador
Un mes después de terminar Crimen y castigo, Dostoievski empieza a escribir frenéticamente El jugador, una novela sobre adicciones y compulsiones, que muchos consideran autobiográfica por su predilección por la ruleta. Publicada en 1867, es básicamente una historia de amor patológico, ya que el protagonista, Ivánovich, se somete a su enamorada.
El autor también se “sometió” con este libro: en su caso, con el editor que le puso una fecha específica de entrega, sin posibilidad de atrasos. Si no la cumplía, perdía los derechos de todas sus obras, incluso de las que todavía no había escrito. Así fue cómo Fiodor decidió contratar a una secretaria para que le transcribiera el texto a máquina. Terminó la novela a tiempo y también terminó casado con Anna Snitkina. Pero esa es otra historia.
Los hermanos Karamazov
Publicada por entregas en una revista literaria entre enero de 1879 y noviembre de 1880, según el Nobel de Literatura Orhan Pamuk esta novela le cambió la vida. La leyó por primera vez a los 18 años. “Como todos los grandes libros, tuvo dos efectos instantáneos en mí: me hizo sentir al mismo tiempo que no estaba solo en el mundo y, por otro lado, que era alguien desamparado, solo en mi rincón. Al ir viendo complacido lo que la novela me mostraba poco a poco, sentía que no estaba solo porque, como me suele pasar cuando leo grandes libros, las ideas que tanto me agitaban ya se me habían ocurrido antes, y algunas escenas y entonaciones escalofriantes casi las recordaba como si las hubiera vivido. Por otro lado, mi primera lectura del libro también me daba la sensación de soledad puesto que me mostraba ciertas verdades básicas sobre la vida de las que nadie hablaba, que nadie mencionaba”.
En un ensayo incluido en su libro Otros colores, Pamuk dice: “Me daba la impresión de ser el primero que lo leía. Era como si Dostoievski me susurraba al oído cosas privadas sobre la humanidad y la vida que nadie más sabía. Esa información secreta tenía tanta fuerza y era tan inquietante que cuando me sentaba a cenar con mis padres o cuando, como siempre, intentaba charlar con mis compañeros en los atestados pasillos de la Universidad Técnica de Estambul, en los que siempre se hablaba de política, sentía que el libro se agitaba dentro de mí y que la vida ya no sería la misma”.