Bernhard Schlink: la memoria de una generación
El creador del best seller El lector visitó Buenos Aires en 2017 y contó de qué manera el pasado de su país está siempre presente en su obra y por qué, para él, ser alemán es una carga
Si al leer sus historias uno imagina un autor sombrío, ensimismado, atormentado por los fantasmas de un pasado oscuro, todos esos prejuicios desaparecen al conocerlo en persona. El hombre alto y espigado que ahora ofrece cortésmente una silla es Bernhard Schlink. Con voz cálida, el autor de El lector y uno de los hombres fundamentales de la literatura alemana contemporánea, comienza la entrevista preguntando por la vida de quien se sienta a su lado.
Es su segunda visita a Buenos Aires; de la primera, hace más de diez años, guarda un recuerdo especial. "Atardecía en San Telmo. Estaba sentado en una plaza. Alguien tocaba una guitarra. Veía a los perros pasar. Y las casas tan hermosas. Un momento mágico, como estar en este mundo, pero con un pie en el otro", describe el escritor y jurista alemán de 72 años, que menciona varias veces la ciudad en su última novela, Mujer bajando una escalera.
A fines de los años 90, Schlink se desempeñaba como juez del Tribunal Constitucional de Renania del Norte y enseñaba derecho en la Universidad de Humboldt, en Berlín. Tenía una vida armada y, sin embargo, comenzó a sentir que algo faltaba. Como describe en el cuento Temporada baja: "Durante mucho tiempo no ocurre nada y, de repente, experimentamos una sorpresa, tenemos un encuentro, tomamos una decisión y ya no somos los mismos de antes".
Para llenar ese vacío intentó con varios pasatiempos. Si se hubiera conformado con esas búsquedas, entre ellas la orfebrería, práctica en la que se volvió experto, no tendríamos sus historias. No habría surgido El lector, el bestseller mundial y clásico de bibliotecas traducido a más de 30 idiomas. Tampoco la película inspirada en la novela, por la que Kate Winslet alzó su primer y único Oscar a mejor actriz, interpretando a Hannah, aquella guardiana de los campos de concentración nazi que pedía que le leyeran en voz alta los clásicos de la literatura.
No sólo en El lector –El que lee en voz alta en su traducción exacta–, Schlink explora la memoria colectiva alemana dejando al descubierto la herida aún abierta. La mayor parte de su literatura se encuentra atravesada por el pasado alemán, siempre oscureciendo el presente de sus personajes principales. Al momento de narrar, el autor que ejerció como juez durante 18 años deja de dictar sentencia y pasa a presentar diferentes dilemas morales con una escritura elegante y sencilla. Una madre que un día se despierta y se da cuenta de que ya no quiere más a sus hijos y que fue sólo el deber lo que la mantuvo unida a ellos; un hombre que al enviudar descubre la vida secreta de su mujer y le escribe cartas al amante para saber qué pasó entre ambos; un amor sensual entre un adolescente y una mujer mayor con un pasado nazi. Lo complejo está en los cuestionamientos que emergen de sus relatos y ubican, esta vez, al lector como juez. En el universo Schlink amar es siempre complicado.
Sus historias suelen estar colmadas de preguntas sobre el amor, la moral, la culpa y la mentira. ¿Usted se hace a sí mismo esas preguntas?
No siento que yo me haga esas preguntas, sino que son preguntas que ya están ahí y me encuentran. Creo que la literatura nos ayuda a ser humanos y el derecho nos enseña a ser humanitarios. La literatura es importante para entender quiénes somos. Cuando leemos, cuando escribimos, jugamos con diferentes opciones, posibilidades y oportunidades. Y de esta manera entendemos más quiénes somos.
A sus 42 años, mientras escribía El lector trabajaba como juez y como profesor de derecho. ¿Qué fue lo que encontró en la literatura que no podía ofrecerle el mundo de las leyes?
Hablamos ya de vivir con alternativas. Leemos porque una vida no es suficiente para nosotros. Escribimos porque una vida no es suficiente para nosotros. El arte nos ayuda a entender quiénes somos en profundidad. Y el derecho, más allá de lo importante que es, no lo logra. La literatura enseña sobre las posibilidades de la naturaleza humana y las leyes sobre las limitaciones. En algún momento sentí que algo faltaba en mi vida.
¿Qué es lo que más disfruta del proceso de escribir ficción?
Me divierto mucho escribiendo. Tiene esos momentos de escapismo. Cuando escribo, desaparezco en mi mundo, con mi gente y mis oraciones. Amo las oraciones, las buenas. Una vez que termino mi manuscrito se lo doy a mi hermana, a mi hijo y a dos viejos amigos. Únicamente se lo entrego a mi publicista cuando ellos ya lo aprobaron.
Alguna vez dijo que no le gusta la escritura críptica. ¿Qué tipo de reglas sigue al momento de escribir?
Para el lector no debería ser difícil leer un capítulo. Lo que debería ser difícil es entender a los personajes, lo que están viviendo, lo que significa. La lectura debe ser simple; la complejidad debe estar en los personajes. Es lo que trato de hacer.
¿Comparte cierta manera de mirar el mundo, a veces nostálgica, otras rumiante, con los protagonistas de sus historias? Por ejemplo, con el de su última novela, el joven abogado de Mujer bajando una escalera…
Hay algo de mí en cada uno de mis personajes. No sé si nostalgia, pero quizás un poquito. En cuanto al protagonista de mi última novela, creo que lo entiendo bien. Es exitoso, funciona muy bien y, de alguna manera, se olvida de lo que en realidad está haciendo. Creo que éste es el peligro para muchos abogados. Para los que ejercen en el mundo de las fusiones y adquisiciones, para quienes se dedican al derecho corporativo. Esa vida de viajar de aquí para allá, pasar las noches en hoteles. Quizá nunca se preguntan si están realmente interesados en quién adquiere tal empresa o tal otra. Claro que no lo están. Pero disfrutan de ser exitosos en lo que hacen. Conozco lo que les pasa por haber vivido en ese mundo, a pesar de no haber practicado nunca como abogado.
¿Cuáles son los libros que más lo influyeron?
De las lecturas que me acompañaron en mi adolescencia recuerdo Rojo y negro, de Stendhal, Guerra y paz, de Tolstoi, y algunas lecturas de Theodor Fontane [novelista y poeta alemán]. La literatura del siglo XIX es todavía la que más me gusta.
¿Conoce la obra de Jorge Luis Borges?
Sí, la conozco y me gusta. Me gustaría poder leerlo en su idioma porque sé cuánto se pierde con la traducción.
¿Se encuentra trabajando en una nueva novela?
[Asiente en silencio]
¿Puede adelantarnos algo?
Schlink niega con un gesto. Como quien guarda un tesoro, el autor de Amores en fuga es muy reservado en cuanto al proceso creativo. Prefiere que algunos interrogantes sobre su obra permanezcan en secreto, como el del nacimiento de Hannah, su personaje más complejo que conmueve y perturba al mismo tiempo. Otros autores contemporáneos eligen compartir los ritos y el camino recorrido hasta llenar la página en blanco. Como Haruki Murakami, quien en su reciente ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir detalla cómo, cuándo y dónde comenzó su novela Tokio Blues (Norwegian Wood). Ahora sabemos que la escribió sentado en el asiento de un ferry y en mesas de cafés, sobre un cuaderno barato y con una birome marca Bic.
Schlink se anticipa y dice que no tiene lápices especiales, ni momento o lugar particular para sentarse a escribir. Las ideas lo encuentran, los personajes se le aparecen y eso es todo lo que puede decir al respecto. "Quizás tenga que ver con que empecé a escribir cuando era juez y profesor. Lo hacía únicamente cuando tenía tiempo. No sé de dónde vienen mis historias. Tengo la sensación de que vienen a mí. Es un regalo y no sé quién me lo dio. Es un trabajo muy placentero", dice con la sonrisa tímida que ensaya cuando se queda sin respuesta.
No sucede lo mismo cuando el tópico es el pasado alemán. Entonces las palabras fluyen de su boca de labios finos; la sonrisa cortés desaparece. Schlink es un referente al momento de revisar los escombros. Entre sus escritos figuran ensayos sobre la culpa, la política, la moral y la fe, a los que se suman sus investigaciones jurídicas centradas en los derechos fundamentales, la historia y la filosofía. Ahora, el autor de El regreso acomoda sus anteojos y agudiza la mirada; esos ojos claros han visto y leído demasiado sobre los horrores del Tercer Reich.
Alguna vez dijo que para su generación (la de aquellos nacidos cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial) el pasado seguía estando muy presente. ¿Sintió la obligación moral de escribir sobre aquellos años?
No necesité sentir una obligación; el tema estaba simplemente tan presente y no sólo para mí. No conozco a nadie de mi generación que de alguna u otra manera no haya intentado averiguar sobre el pasado: si era un médico en un hospital, se preguntaba, qué hizo mi hospital durante esos años. En algún punto queríamos saber en qué tipo de institución estábamos.
¿Qué significa ser alemán para usted?
Es una carga. Es mucho más pesada que la que sentirá la nueva generación. No es lo mismo si es tu padre, tu abuelo que viste cuando tenías cinco años, o tu tatarabuelo que nunca conociste, en cuanto a cómo uno queda enredado en esa culpa. Es una gran diferencia. Alemania cambia y se convierte en un país en el que la sombra del pasado es cada vez menos importante. Es bueno ver cómo los estudiantes alemanes viajan por el mundo y, si bien no tienen el mismo sentimiento de culpa que tenemos nosotros, entienden que deben actuar con cierto tacto. Si un estudiante polaco se les acerca para hablar con ellos del pasado, deben tratarlo con respeto.
¿Piensa que la culpa colectiva alemana va a desaparecer?
Cuando nuestra generación albergó a los perpetradores de los crímenes y los mantuvo dentro de la comunidad, con solidaridad y hasta con amor en algunos casos, quedamos enredados en la culpa. La siguiente ya no los conocía de la misma manera, así que la culpa colectiva alemana va a desaparecer.
Nacido en 1944, en Bielefeld, una ciudad al norte de Alemania, Schlink creció en una ambiente donde la religión y la ética eran importantes y en una época en que los principios eran puestos a prueba. Su padre, un teólogo protestante, fue echado de la cátedra en la universidad donde enseñaba por estar en contra del régimen nazi. Fascinado por el sentido de la justicia, Schlink estudió y se aferró a las leyes hasta convertirse en profesor de derecho constitucional y de filosofía del derecho. Luego, en 1998, fue elegido juez.
¿Cuál es su opinión de la naturaleza humana para intentar comprender cómo y por qué pudo ocurrir el Holocausto?
Lo que hace a la naturaleza humana grandiosa y peligrosa es que se puede adaptar a casi todo. Hay que leer lo escrito por Christopher Browning (historiador del Holocausto, que en su libro Aquellos hombre grises se ocupa de los ejecutores directos de las grandes matanzas nazis). Una vez que cruzás la línea, en cierto momento, se convierten en números. Pienso que la naturaleza humana es capaz de hacer cualquier cosa. Por eso las instituciones son tan importantes. Cuando miro hacia atrás al nacionalsocialismo, lo que más me atemoriza es lo fácil que avanzaron. Teníamos instituciones políticas, universidades, sindicatos, la iglesia, partidos, y eso nos daba la sensación de vivir bajo una sólida capa de hielo. Y llevó solo un año para que todo colapsara. El hielo era mucho más fino de lo que pensábamos. Y actualmente tenemos estas olas de populismo y nacionalismo con tendencias totalitarias y, de nuevo, estoy asustado por lo fácil que es para ellos avanzar. Lo que protege a la naturaleza humana son las buenas instituciones que crean, pero a la vez éstas peligran todo el tiempo. Hay que cuidarlas.