Medio pañuelo con una flor bordada, cortado en diagonal para hacer posible un futuro reencuentro que nunca llegaría. Y una nota: "Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín". Eso era todo lo que acompañaba al bebé de unas tres semanas abandonado en la Casa Cuna de Barracas, el 20 de marzo de 1890.
De esa forma iniciaba su vida hace 130 años el hombre que crearía su propio destino: Benito Quinquela Martín se convirtió en uno de los artistas más populares de la Argentina y en uno de los principales impulsores del desarrollo de La Boca, barrio de inmigrantes que acaba de cumplir un siglo y medio.
Pintor autodidacta y solidario, retrató como nadie el arduo trabajo en el puerto, como el que él mismo hizo cargando bolsas de carbón. Material con el que comenzó a dibujar, para comenzar una carrera que cruzaría fronteras: su obra fue codiciada por Benito Mussolini y regalada al Príncipe de Gales por el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, y llegó a venderse en una subasta en Sotheby’s de Nueva York por 421.000 dólares.
"El carbonero" se tituló la nota de la revista Fray Mocho, publicada en 1916, que le permitió conseguir su primer cliente y dedicar todo su tiempo a la pintura. Hasta entonces había sobrevivido gracias a su aporte al emprendimiento familiar de la pareja que lo adoptó. El italiano Manuel Chinchella le dio el apellido que luego cambiaría por su pronunciación en castellano. Y Justina Molina, entrerriana de origen indio, el amor y las raíces que necesitaba para crecer.
"La Boca es un invento mío", diría a la revista Esquiú en 1968 el "artista del pueblo" que, tras haber recorrido el mundo durante una década, donó terrenos para convertir aquella humilde zona de astilleros en un polo de desarrollo cultural, educativo y sanitario. Ubicado sobre la Vuelta de Rocha, a pasos de Fundación Proa y de la flamante sede de Fundación Andreani reciclada por Clorindo Testa, incluye una escuela, un teatro y un museo que conserva su legado junto con el de otros artistas argentinos figurativos.
Inspirado en la antigua tradición de dar color a las casas de chapa con la pintura sobrante de los barcos, Quinquela participó también de la transformación de un paso abandonado del ferrocarril: propuso crear allí el museo a cielo abierto Caminito, que cumplió seis décadas el año pasado, convertido en destino turístico obligado en Buenos Aires. Creador de la "Orden del Tornillo" para preservar la "locura luminosa" en favor de "la verdad, el bien y la belleza", llegó a pintar el paisaje de La Boca en su propio ataúd.