Belgrano: de la moda a los romances, la intimidad del primer dandi del Río de la Plata
Era un hombre elegante, con estilo, de modales exquisitos y refinados. Cuidaba mucho su aspecto y se preocupaba por lucir siempre pulcro y perfumado. Fue un precursor de la moda europea en la Buenos Aires colonial y llamaba la atención por el corte de pelo "Titus" (por el emperador romano Tito), los pantalones de lino ajustados de colores claros que usaba adentro de botas de montar y las camisas blancas con el cuello levantado. Así describe el historiador Daniel Balmaceda a Manuel Belgrano, el primer dandi del Río de la Plata.
A 250 años de su nacimiento (Buenos Aires, 3 de junio de 1770) y a 200 de su muerte (Buenos Aires, 20 de junio de 1820), el prócer que quedó en la historia por la creación de la bandera nacional fue un adelantado no solo por su tendencia a la moda sino por sus ideas: pregonaba la educación para las mujeres y la cultura del trabajo, entre otras cuestiones no habituales para la época.
Balmaceda rescata la personalidad de Belgrano, que adoptó los postulados del dandismo a su regreso de Europa, a los 46 años, aunque siempre se había preocupado por lucir bien. "Luego del viaje a Londres, en 1815, Belgrano volvió más refinado. Así lo contó uno de sus oficiales, José María Paz, en sus memorias, que lo conocía de antes y advirtió cierto refinamiento en el cuidado de su aspecto. El dandismo encajaba con su estilo: él ya había vivido en Europa, ya entendía cómo funcionaba la sociedad europea. Así que para él fue muy natural. En todo caso, llamó la atención a los vecinos del Río de la Plata", asegura el autor de la biografía Belgrano. El gran patriota argentino y Qué tenían puesto. La moda en la historia argentina, entre otros títulos publicados por Sudamericana.
Para el historiador y periodista, una prueba clara del dandismo de Belgrano es el famoso cuadro atribuido a Francois Casimir Carbonnier, cuyo original conserva el museo de Olavarría: "Siempre se dijo que usaba calzas blancas pero, en realidad, eran pantalones de montar que iban adentro de las botas, una de las vestimentas típicas del dandi para el día".
Este hombre de carácter "afrancesado" y gustos delicados tenía costumbres sociales que sorprendían a sus contemporáneos: en las tertulias se lo solía ver rodeado de mujeres. Prefería conversar con las damas que pasar la velada aparte con los caballeros, una de las normas de la época. "También se sabe que era muy buen bailarín, tenía buen humor y sonreía mucho. Hablaba varios idiomas (francés, inglés, latín, bastante italiano) y fue un gran lector. Siempre se preocupó por los detalles", agrega Balmaceda, quien dice en su libro: "El dandismo no era solo ropa, sino sobre todo una actitud frente a la vida".
En su novela Amores prohibidos. Las relaciones secretas de Manuel Belgrano (Planeta), Florencia Canale lo define como un precursor de los ideales del Romanticismo en el Río de la Plata. "Algunos de los integrantes del consulado (institución que vino a abrir a Buenos Aires) lo detestaban precisamente por sus ideas nuevas. Fue quien trajo la iniciativa de la educación para las mujeres. También propuso una suerte de revolución agraria. Llegó a una Buenos Aires armada para unos pocos, quiso patear el tablero, se la hicieron imposible, no difícil, pero insistió. Tuvo que dirigir un ejército siendo abogado y lo hizo porque sólo perseguía la libertad. Izó unos colores a la vera del Paraná transgrediendo las órdenes del Triunvirato, pero lo hizo igual. Sus logros van más allá que la bandera. Fue definitivamente un precursor y un transgresor, despreciado en su tiempo por eso mismo. Durante la Semana de Mayo, ante la negativa del Virrey a irse, fue Belgrano quien, harto por la demora, propuso a sus compañeros revolucionarios tirarlo por la ventana", asegura la escritora.
"Belgrano era un eterno suplicante de sacrificios", escribe Balmaceda en la biografía, donde resalta ese punto en particular: Belgrano fue un dandi de vida austera preocupado más en el bien común que en el propio. "Me llamó mucho la atención ver que en sus escritos utilizaba todo el tiempo la palabra sacrificio. Para mí, hay una frase muy interesante porque forma parte de su estilo de vida: él decía que no había ningún interés personal que estuviera por encima del interés general. Como era un sacrificado por la causa, lo más natural era pedir sacrificios a los pueblos, como hizo en el norte cuando organizó el éxodo jujeño. En lo personal, creía que no debía atender su vida privada, su economía, su salud porque había cuestiones más importantes que estaban por encima".
No es casual que haya muerto en la pobreza. Había donado el premio de 40 mil pesos (que representaba varios años de su sueldo, según explica Balmaceda) por el triunfo con el Ejército del Norte para la construcción y el mantenimiento de cuatro escuelas. En sus últimos años, la casa donde vivió en Tucumán era muy austera. Dice el historiador: "Tenía pocos muebles: dormía en un catre con un colchón, que estaba siempre arrollado porque solo lo extendía para dormir".
Como cuenta el autor, Belgrano también fue muy austero con la comida. En el capítulo "La mesa del general" cita un documento fechado el 22 de agosto de 1813 en Potosí, una especie de registro contable de compra de alimentos: carne de vaca, arroz, cebollas, queso, aceite, vinagre, harina, manteca, chorizos, jamón, tomates, sopas y charquisillo (guiso de charqui y arroz), además de pan y vino. "Encontré esos papeles que dan cuenta que siempre comía lo mismo: mucha carne y guisos, la comida habitual en aquel tiempo". En ese apartado, también menciona que solía compartir la mesa con sus dos edecanes.
En el plano más íntimo de este hombre elegante y coqueto, Canale resalta su relación con las mujeres: "Instaba a sus amigos a que escucharan a las mujeres, que de ellas se aprendía todo". Como recrea la autora en la novela, que pronto tendrá una versión televisiva, las relaciones amorosas de Belgrano fueron clandestinas. "Tuvo amores prohibidos. Notable en un hombre con una moral y una ética tan fuerte que tuviera que entrar en la órbita de la clandestinidad en lo amoroso. Pero ellas (primero Josefa Ezcurra y luego, María de los Dolores Helguero) estaban casadas. Pensémoslo como una protección de Belgrano hacia las mujeres porque los hombres no llevaban a cuestas el estigma de los romances prohibidos. Es una zona gris en Belgrano, que siempre fue un hombre íntegro. Creo que en estos hombres, la política cobraba una relevancia monumental; el amor no era lo más importante. Las grandes pasiones que no iban a abandonar nunca eran la causa por la libertad".
De sus romances clandestinos nacieron dos hijos: Pedro Pablo, en 1813, que tuvo con Josefa, pero fue criado por la tía Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas. Nunca lo conoció. En 1819 nació Manuela Mónica del Corazón de Jesús, hija de Dolores, a quien tampoco crió. Se preocupaba por ella en cartas que enviaba a los abuelos maternos para preguntar cómo estaba su "ahijadita". Según Canale, la relación con Ezcurra fue un amor de juventud contrariado en tiempos contrariados. "Pepa Ezcurra fue una desobediente, no en vano luego acompañó a su cuñado, Juan Manuel de Rosas, en su gobierno. Se enamoró de Belgrano. El padre no permitió que ese amor continuara y la obligó a casarse con su primo. Pero ella siguió a Belgrano hasta el campo de batalla. Mujer inteligente, intrépida, temeraria, tuvo que vivir en la mentira de ser la ‘tía’ del pequeño Pedro Pablo, a quien había entregado a su hermana Encarnación y a Rosas".
Dolores Helguero fue el amor otoñal. "También casada con otro hombre, fue un amor que debió ser escondido. Ella fue más obediente, concedió, aceptó las condiciones impuestas", continúa la autora que resalta en su ficción la figura de una tercera mujer, que Belgrano conoció entre Josefa y Dolores. "Isabel Pichegru es un gran personaje. No fue un gran amor, fue una pasión que vivió durante su viaje diplomático en Londres. Embustera profesional, una suerte de cortesana bien conectada con los hombres influyentes de Londres, encandiló con su belleza y libertinaje a Belgrano. Tan prendada quedó del hombre, que lo siguió hasta aquí, aunque nunca más lo vio. Parece que ella le envía una carta para decirle que vendrá a Buenos Aires a buscarlo. Pero Belgrano nunca la recibe. Entonces, él se fue al norte, conoció a Dolores y empezó otra historia. Isabel viajó a Buenos Aires tras Belgrano y terminó sus días en el Río de la Plata medio desquiciada".
De salud frágil, con cansancio crónico y frecuentes recaídas, Belgrano volvió enfermo de su primer viaje a Europa. "Hay constancias muy precisas de que tuvo sífilis en su etapa de los 25, 30 años –asegura Balmaceda-. La enfermedad le trajo problemas en el consulado porque tuvo que pedir licencia, a veces de varios meses. Solía irse a hacer reposo a una quinta que tenía la familia en zona norte y también a Mercedes, en Uruguay". El dato de la sífilis no es menor. Para Balmaceda, es la clave que explica por qué el padre de Josefa no le permitió casarse con Belgrano.
"Esto es algo que remarco porque es mi postura: que Juan Ignacio de Ezcurra, padre de Josefa, haya sido el síndico procurador del consulado y quien recibía los informes médicos de la salud de Belgrano podría ser la razón por la que se opone al casamiento. Siempre se creyó que fue por una cuestión social (los Belgrano no llegaban al nivel de los Ezcurra), pero para mí tuvo más que ver que conocía el problema de salud de Belgrano".
Las enfermedades posteriores tuvieron que ver, probablemente, con secuelas de la sífilis, pero también con las malas condiciones de vida en las campañas militares: poco descanso, nervios y mala alimentación. "La etapa final fue de hidropesía (cuerpo hinchado): el último viaje a Buenos Aires desde Tucumán lo tuvo que hacer en una volanta acostado, como si fuera una ambulancia. El viaje demandó dos meses con paradas en Córdoba y en la quinta de zona norte. Cuando se bajaba se tiraba en un catre, le costaba mantenerse en pie. En la autopsia detectaron que tenía un corazón grande porque estaba hinchado. Es una metáfora interesante, ya que Belgrano tuvo un corazón enorme".
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