Batalla legal: de quién son los derechos de una obra de arte, ¿del que tiene la idea o del que la materializa?
El debate vuelve a encenderse a partir de una demanda contra el superstar italiano Maurizio Cattelan: un escultor francés le reclama nueve obras como propias
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¿Quién hace una obra de arte? ¿El artista que la imagina y la encarga o el realizador que la materializa? La discusión es vieja, pero se actualiza en estos días con una batalla legal impulsada por un escultor, Daniel Druet, contra el astro del arte contemporáneo Maurizio Cattelan.
El italiano encargó al francés nueve obras entre 1999 y 2006, y Druet ahora las reclama como propias y lo demanda por daños y perjuicios. Su argumento es que Cattelan le pidió las piezas originalmente para instalaciones, pero luego las vendió de manera individual por millones de euros. El caso ya está en los tribunales y se espera una resolución para el próximo 8 de julio.
Entre esas esculturas figuran La Nona Ora, escultura del Papa Juan Pablo II aplastado por un meteorito que se vendió por tres millones de dólares, y Him, un Hitler hiperrealista arrodillado y rezando que alcanzó la cifra de 17 millones de dólares. En declaraciones al diario Le Monde, Druet contó que los encargos de Cattelan no eran claros. “Todo era bastante vago y dependía de mí resolverlo”, definió. También realizó las esculturas del propio Cattelan como un topo que levanta la cabeza del suelo o colgando de un perchero con el traje de fieltro Joseph Beuys, un homenaje al artista alemán que pregonaba, al igual que este caso, que “todo hombre es un artista”.
Es cierto: todo hombre es un artista. El problema está en que lo crean los demás y el valor monetario que se le atribuya a su obra. A Cattelan le han pagado en Art Basel 120.000 dólares por pegar una banana con cinta a la pared: el mercado le atribuye ese valor a su firma. La rúbrica se compone de toda una trayectoria de obras, acciones y reconocimientos, en fin, de la fama de su nombre y el deseo de posesión que despierta, lo que respalda cualquiera de sus locuras en billetes.
Otro ejemplo: una pintura de puntitos pintada por Rachel Howard se vendió en 2008 por 90.000 dólares. Unos meses después, un cuadro igual realizado por la misma artista alcanzó los 2,25 millones de dólares. La diferencia estuvo en que la segunda llevaba estampada la firma de Damien Hirst. Este caso está analizado en el libro La supermodelo y la caja de Brillo. Los entresijos de la industria del arte contemporáneo, de Don Thompson.
Aunque en Instagram el famoso artista inglés comparte videos donde se lo ve trabajando en solitario una larga sucesión de pinturas de puntos, Hirst no hace solo sus obras, sino que tiene un batallón de asistentes. De hecho una vez reconoció a Thompson que sus mejores pinturas de puntos eran las que hacía Rachel, que trabajó para él hasta 2007. “Apenas vendí una, usé el dinero para pagarle a gente que las hiciera, porque son mucho mejores que yo para ello. Me aburro y soy muy impaciente”, declaró a la prensa. Quien llegó a ser uno de los artistas más ricos del mundo, con sus famosas peceras con animales sumergidos en formol, hizo una exposición en la que presentó 1375 obras de puntos de colores hechas por sus asistentes. En Sotheby’s, en 2008, vendió al por mayor de 223 lotes por más de 200 millones de dólares.
Esto irrita particularmente a otro inglés récord, David Hockney. En la puerta de su exposición de 2012 en la Royal Academy of Arts de Londres puso un cartel: “Todos estos trabajos están hechos por el artista, personalmente”.
En el libro The Art of Not Making, el artista multimedia y director del Museo de Arte Contemporáneo de Londres (MOCA) Michael Petry se pregunta por los conceptos de autoría, originalidad artística, habilidad, artesanía y acto creativo a partir de la obra de más de 115 artistas contemporáneos como Louise Bourgeois, Matthew Barney, Mona Hatoum o Ai Weiwei, que tienen una cosa en común: no hacen su propio trabajo.
“Muy pocos no profesionales saben que las esculturas de mármol de Bernini (1589-1680) no fueron esculpidas por él, sino por sus numerosos asistentes –explicó el autor en una entrevista con la revista Artishock –. Él simplemente les daba un pequeño modelo con el que trabajaban para conseguir piezas como Apolo y Dafne, la más famosa. De igual modo, Rembrandt (1606-1669) tenía un estudio con asistentes que trabajaban con él en sus pinturas. Ahora nos encontramos con una situación rocambolesca en la que los comités internacionales de autentificación contemporáneos rechazan que una pintura es de Rembrandt porque sus asistentes habían trabajado en ella, pese a que está firmada por él, siempre ha constado como suya, él reconoció públicamente como propia, y el comprador entendió que es del holandés. Así, ahora tenemos cuadros que son 100% Rembrandt, otros 80%, otros 50%, y los llamados del estudio de Rembrandt”.
La modalidad renacentista sigue hasta hoy. Desde The Factory, la fábrica de arte pop de Andy Warhol, al Studio Olafur Eliasson, que alberga a arquitectos, ingenieros, diseñadores, fotógrafos, los artistas contemporáneos rara vez trabajan en solitario. Todo tipo de artistas trabaja de esta manera. El rosarino y muy internacional Adrián Villar Rojas dice que su obra es fruto de “una suerte de compañía teatral itinerante, sin base fija, totalmente nómade” a la que da instrucciones esperando que no lo entiendan completamente. “El error en la comunicación se vuelve fundamental. En este sentido, no hay forma de transferir nada en forma transparente”, explicó. El prolífico Milo Lockett solía vestir a sus asistentes con un overol que decía en sus espaldas “Yo no soy Milo”. Los veían pintar cantidad de bastidores en serie cualquiera que pasara por la vidriera de su taller en Palermo (se mudó a Tigre hace cuatro años).
La batalla legal de Cattelan y Druet tendrá su resolución en julio. La demanda, por unos 4,5 millones de euros, alcanza a la antigua galería de Cattelan, Perrotin, y al Museo La Monnaie de París, por ignorar sus solicitudes de acreditarlo como el escultor de nueve obras que realizó para el artista italiano. “He dado una patada en el hormiguero”, declaraba esta semana Druet como metáfora del batacazo que espera dar al sistema del arte.
Emmanuel Perrotin, galerista de Cattelan desde hace casi tres décadas, dijo a Le Monde que “si Druet gana, todos los artistas serán denunciados y será el fin del arte conceptual en Francia”. En una audiencia el pasado 13 de mayo en el tribunal de París, Perrotin y Druet estuvieron enfrentados. El abogado de Druet explicó que fue elegido porque tenía el “talento” para el desarrollo de esas esculturas. Y también otro talento más: responder a encargos imprecisos. Al parecer, identificar la precisión en las instrucciones que Cattelan enviaba a Druet para realizar las figuras que le pedía sería un factor clave. Si los jueces encuentran encargos claros y concisos no habría duda de la autoría intelectual del italiano y el rol de ejecutor del francés. En cambio, si las indicaciones fueran dudosas o “vagas”, a decir del propio Druet, el margen para considerar al francés como creador de las piezas se amplía. “Si el señor Druet no existiese, el señor Cattelan seguiría existiendo”, contrarrestó el abogado de Perrotin en la audiencia, al tiempo que señaló que los pedidos del reconocido artista contemporáneo eran muy contundentes y enfatizó que el reconocimiento de su cliente no es sólo por sus esculturas sino por sus instalaciones.
Un fallo en contra de Cattelan podría tener implicancias significativas en el sistema del arte y en la forma en que se conciben la autoría de una obra, el trabajo conceptual y la ejecución artesanal. Y algo más: habría entonces que reescribir prácticamente toda la historia del arte.
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