Bartolomé Mitre, narrador y poeta
En enero se cumplen dos aniversarios importantes para este diario. El 4 se conmemorarán los 136 años de la fundación de LA NACION; el 19, el centenario de la muerte de su creador
"A causa de él [Rosas] he tenido que vestir las armas, correr los campos, hacerme hombre político y lanzarme a la carrera tempestuosa de las revoluciones sin poder seguir mi vocación literaria", escribió Bartolomé Mitre, que quiso describirse a sí mismo como un poeta perdido (o sacrificado) en los avatares de la guerra civil. Armas y letras, empero, lejos de estorbarse mutuamente, coincidieron en su vida desde el comienzo.
Cadete en la Academia Militar de San José, en Montevideo, su primer escrito notorio fue de alguna manera un acto de guerra, en este caso contra don Francisco Acuña de Figueroa, partidario de Oribe. Entabló con él una polémica político-literaria que no careció de repercusiones, sobre todo por la disparidad de edades e importancia entre los contendientes. El joven Mitre era entonces "un imberbe de dieciséis años", según lo calificó su padre don Ambrosio, obligado a disculparse ante el escándalo; Acuña de Figueroa, en cambio, era un personaje público, autor de los himnos del Paraguay y del Uruguay, lo que no intimidó en absoluto a su adversario.
Desde entonces, Mitre no dejó ya de escribir para la prensa: El Defensor de las leyes, El Nacional, El Iniciador, El Talismán, Tirteo, entre otros, recogieron las producciones en verso y prosa de quien trabajaría durante muchos años como redactor, traductor y editorialista en diversos diarios hasta emprender la triunfal aventura de LA NACION. Tampoco abandonaría nunca su dedicación al estudio y la escritura de la historia, que aplicó, en los años de Montevideo, a las biografías de Artigas y de Rivera Indarte.
La ficción
Si bien el historiador y el periodista sobrevivieron y crecieron extraordinariamente, no ocurrió lo mismo con el poeta, el escritor de ficciones y hasta de teatro que Mitre fue también, pero sólo en su época de juventud. Como narrador, Mitre escribió dos obras breves. Una de ellas, Soledad (1847), se ambienta en Bolivia, donde estuvo exiliado un tiempo, y fue publicada por primera vez en el diario La Epoca (de La Paz), que Mitre dirigía.
La quinta donde transcurre la acción novelesca se inspira en la famosa quinta del Cebollullo, propiedad de la madre del presidente Ballivián, doña Isidora Segurola. Uno de los méritos de esta nouvelle es el cuidado puesto en la descripción del entorno natural -naturaleza salvaje con el fondo soberbio del Illimani o naturaleza domesticada en jardín- y de los ambientes interiores, símbolo y expresión de quienes los habitan. La gran casa colonial está lujosamente amueblada, dado el carácter conservador de su dueño, en el estilo propio del siglo anterior, aunque la acción transcurre en 1826. La vida cotidiana emerge en todas sus facetas: la vestimenta, la comida y la bebida, los ritos de cortesía, la música, los hábitos y las lenguas (el ama de casa habla en aymará con la muchacha de servicio, en castellano con su marido y sus invitados, y sabe leer en francés). La mirada del narrador no escatima detalle significativo y permite confrontar diferentes clases sociales y también distintas perspectivas generacionales (los jóvenes republicanos frente a los viejos realistas) dentro de la misma clase.
Novela de costumbres y novela sentimental, Soledad se ocupa sin mayores tapujos de las pasiones humanas: los celos y el ansia posesiva de un marido que podría ser el padre de su esposa; los intensos deseos de amar de Soledad, casada a la fuerza con don Ricardo Pérez; la frivolidad libertina de Eduardo, empeñado en seducir a ésta, a pesar de que ya ha deshonrado a su prima Cecilia; la desesperación de Cecilia, que espera un hijo de Eduardo y que intenta suicidarse ante su abandono. Pero, como en toda novela romántica rioplatense, el propósito moralizador también es indiscutible. Ni a sus protagonistas ni, por supuesto, a los lectores (y quizá sobre todo, a las lectoras) debe quedarles duda acerca de dónde están el bien y el mal. La justicia poética alcanza a todos: la oportuna llegada de Enrique, valiente oficial republicano con aficiones de poeta, primo de Soledad, desbarata los planes de Eduardo. Este, luego del amago de suicidio de Cecilia, que pierde su embarazo, se arrepiente de sus malas intenciones y se casa con su prima. Otra boda de primos, la de Enrique y Soledad, tendrá lugar poco después. Don Ricardo Pérez muere, no sin antes haber pedido perdón a su esposa por haberla forzado a un matrimonio de interés, aprovechándose de la ruina de su familia.
La sombra de Rousseau sobrevuela el libro. No sólo porque Soledad transita, deslumbrada, por Julia o la nueva Heloísa y porque el recurso epistolar es también uno de los procedimientos constructivos de la novela de Mitre, sino por las apelaciones al "hombre natural", no corrompido por la sociedad: "Las virtudes nativas que Dios había arrojado en su corazón germinaron al fin, y el hombre de mundo se despojaba de los vicios facticios que la sociedad le había inoculado".
"Memorias de un botón de rosa" (más bien un cuento, por su corta extensión), se publicó en El Comercio de Valparaíso en 1848. El título es fiel: será un capullo de rosa quien cuente los avatares de su breve existencia, desde que es arrancado por un joven como regalo para su novia. La arrogante vida humana, sin embargo, prueba ser no menos efímera que la del frágil botón de rosa, destinado a morir para adornar a las bellas. Los enamorados que conservaron el capullo fallecen, uno tras otro, pero el alma de Matilde se une a la de las rosas marchitas que guarda en su álbum y se libera, junto con ellas, en el espacio infinito. Todas sobrevivirán como parte de la belleza divina: "nuestros cuatro espíritus inmortales suelen dormirse por la noche en el gran incensario de Dios, descansar entre las blancas hojas de una azucena, o juguetear sobre las frescas aguas del Bio-Bio o del Mapocho".
El poeta
Hijo inequívoco de su época, Mitre compuso una poesía claramente romántica, comprometida con la lucha política (la de la Independencia y la de los proscriptos, que para él guardaban neta continuidad), pero también dispuesta a detenerse en un lirismo intimista ("Poesías familiares") o en la evocación de la vida en la campaña bonaerense. Cabe señalar que la conocía de primera mano, por haber trabajado en las estancias de Gervasio Ortiz de Rozas siendo adolescente. Tanto su empleador como su padre entendieron pronto que los quehaceres rurales no eran los más adecuados para un muchacho que se sentaba a leer bajo un ombú no bien se presentaba una sombra de ocasión propicia, y que quizá hubiese muerto al querer vadear el Salado crecido por el lugar erróneo, de no haber mediado la ayuda providencial de su futuro enemigo Juan Manuel Rosas (por eso, más allá de los odios partidarios, Mitre conservaba en la vejez un retrato de Rosas sobre el escritorio...). Fue el primero en abordar poéticamente el tema de Santos Vega:
Y hasta creen que las aves
Dicen al tomar su vuelo:
"Cantando me he de ir al cielo;
Cantando me han de enterrar"
Y te ven junto al fogón,
Sin que nada te arrebate,
Saboreando amargo mate
Veinte y cuatro horas payar.
El erudito y filólogo que había en Mitre proveyó a las Rimas de notas explicativas; una de ellas se refiere al lenguaje de este poema. Critica allí la imitación de la lengua gauchesca que, al abordar temas similares, hicieron otros poetas, "elevando al rango de poesía una jerga muy enérgica, muy pintoresca y muy graciosa [...] pero que por sí sola no constituye lo que propiamente puede llamarse poesía. La poesía no es la copia servil, sino la interpretación poética de la naturaleza moral y material [...]". Cierta idealización, sin olvidar el "colorido local" (con la introducción de algunos elementos léxicos del habla de la campaña) ni apartarse de la "inteligencia del pueblo", es lo que Mitre busca en este texto, que prefigura el tono elegíaco de Rafael Obligado, y en otros que se hallan en la sección "Armonías de la Pampa", donde se incluyen composiciones dedicadas al caballo del gaucho, al juego del "pato", al ombú.
Muy característicos, y algunos muy difundidos en su tiempo (como "El Inválido"), son los "Poemas patrióticos". Deplora Mitre, en otra de sus Notas, que se practique escasamente el "romance histórico, género poco cultivado por nuestros poetas, sin embargo de ser uno de los más adecuados para popularizar los recuerdos de la historia primitiva, y para cantar los grandes hechos y los sangrientos combates de la lucha por la independencia y de la guerra civil". Por su parte, él hizo ambas cosas, sin dejar a un lado otras invenciones de gran libertad temática, como las reunidas en "Poesías diversas", que abarcan desde la elegía a la canción de amor, o curiosas piezas como la "Plegaria para adormecer a una sonámbula", capaz de imaginar sugestivamente visiones de otro mundo:
Más allá de ese sueño hay otra vida,
Que como flor a todos escondida
Te da tu emanación
Nueva tierra de América ignorada,
Que en alas de la brisa perfumada
Anuncia su existencia a otro Colón.
No falta, en las Rimas, una sección final que recopila las imitaciones y traducciones de poetas favoritos (Longfellow, Béranger, Gray, entre otros) de quien sería luego traductor de la Divina Comedia, su trabajo más esforzado en este rubro.
Bartolomé Mitre se preocupó por preservar su poesía (escrita en su mayor parte alrededor de los veinte años) que, compilada bajo el título de Rimas, alcanzó tres ediciones en vida de su autor (1854, 1876, 1891). La última fue un verdadero lujo de bibliófilo: doscientos diez ejemplares numerados, de los cuales una decena estaba impresa en papel del Japón, y el resto en papel de hilo fabricado especialmente. Fue pensada como el regalo singular, para familiares y amigos, de un hombre que cumplía setenta años y que deseaba retribuir, con galantería, las muestras de afecto recibidas: "quiero darme el gusto de corresponder a las atenciones de algunas señoras y niñas, presentándoles la ofrenda de un joven...", le había dicho a su secretario, Julio Piquet. No por eso se hacía ilusiones sobre la perduración de sus versos. Así lo había señalado, desde el principio, en la carta-prefacio a este volumen: "Pronto comprendí que ni podía aspirar a vivir en la memoria de más de una generación como poeta, ni nuestra sociedad estaba bastante madura para producir un poeta laureado".
En defensa de la poesía
Aunque Mitre tenía de su propio talento lírico una opinión muy modesta, fue un generoso defensor de la poesía. En su carta-prefacio a las Rimas decidió romper lanzas contra la presunta "inutilidad" del arte poética declarada por Sarmiento en una página de sus Viajes. El resultado fue un sólido ensayo donde mostraba tanto su versación literaria y lingüística, como su apasionamiento.
Arte sintético, que involucra la imaginación y los sentidos, el espacio y el tiempo, la imagen y el sonido, el sentimiento y el pensamiento, la poesía es el "lenguaje a toda orquesta", el lenguaje en plenitud, el primer lenguaje del género humano, dice, coincidiendo avant la lettre con el teórico contemporáneo Gérard Genette y con Jorge Luis Borges. Las antiguas civilizaciones volcaron en versos todo el saber de su tiempo; los poetas épicos incitaron a sus naciones al honor y a la gloria; por eso conquistadores y tiranos siempre se preocuparon por eliminar a los bardos.
De la poesía nació el adelanto de las lenguas: Dante y el poema del Cid forjaron el italiano y el castellano respectivamente, explica. La poesía, en fin, "ha hecho y hace más por la mejora y por el conocimiento íntimo del hombre, que cuantos estudios filosóficos se han emprendido" y puede considerarse un método de "enseñanza superior, que coadyuva eficazmente al progreso moral" en el sentido en que lo entienden los pueblos más avanzados.
Nada hay pues de incompatible entre ser poeta y ser también un hombre público, servidor activo de su patria; todo creador o innovador es en sentido amplio un poeta, aunque la opinión pública considere al poeta como un frívolo que produce ficciones en vez de realidades. Por el contrario, el creador no miente. "Todo cuanto [...] describe o piensa lo ha sentido, como el Dante vio las penas del infierno".
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