Cuando el pasado 3 de abril se confirmó el primer caso de coronavirus en la ciudad, lejos estaban los barilochenses de imaginar una temporada de invierno como la que acaba de comenzar esta semana. Con nieve, pero sin turistas. Con la alegría intacta que despierta en chicos y grandes abrir las ventanas de sus casas y descubrir que llegó la magia blanca para jugar, para olvidarse de todo por un ratito. Y la incertidumbre aún de no tener fecha certera para la reactivación del destino turístico.
Una ciudad con el encanto de la naturaleza en su mayor esplendor, pero con la circulación comunitaria de un virus que obligó a los lugareños a replantearse el día a día. La gran ventaja, más allá de las pérdidas por la falta de turismo, de vivir en un sitio que ofrece a pocos metros de la mayoría de los hogares paisajes únicos para disfrutar. Y que en el apuro de la cotidianidad y la vorágine laboral, esporádicamente hay tiempo para detenerse a valorar.
Pasado el confinamiento más cerrado del comienzo de la cuarentena, las bicis se convirtieron en uno de los escapes exteriores para muchos barilochenses que solo sacaban a relucir las dos ruedas en época estival o muy ocasionalmente. Fue una de las primeras actividades en ser habilitadas, y aun pese a las bajas temperaturas de estos días.
Mayabel y Ariel se acomodan para hacer un paseo por Virgen de las Nieves, en el acceso al camino que va al cerro Catedral. Confiesan que prácticamente desempolvaron las bicicletas como consecuencia de la pandemia. "Tanto tiempo adentro crea esta necesidad, la verdad no andábamos, pero bueno ahora disponemos del tiempo y es lo que se puede hacer", cuentan. Como ellos, varios autos llegan hasta allí con las bicis cargadas, quizás porque no se animan a hacer recorridos tan largos. A otros con más experiencia se los ve descender a toda velocidad y tomar camino hacia el lago Gutiérrez y la ruta nacional 40, que va a El Bolsón. A pesar de las circunstancias hay sonrisas y caras relajadas.
Pasado el confinamiento más cerrado de los primeros tiempos, las bicis se convirtieron en uno de los escapes exteriores para muchos barilochenses.
Lejos de las largas caravanas que normalmente se arman los días de sol después de una nevada, el camino hasta Catedral se ve totalmente despejado. Pasa una bici tras otra y algún que otro lugareño que sube o baja desde la Villa. En la base, los locales lentamente empiezan a moverse y dicen que se preparan por si en algún momento el centro de esquí abre sus puertas. Autos estacionados, muy pocos. La nieve acumulada permanece en las callecitas que recorren las cabañas y los hoteles cerrados. No se ven los típicos colectivos de egresados, las combis de las agencias, ni los vendedores de excursiones o alquiler de equipos. Tampoco está el perro San Bernardo para la clásica postal. Hay muy pocos sonidos y la imagen es de mucha paz.
Aunque aún no está permitido, llegan unos pocos esquiadores con pieles y jóvenes con tablas de snowboard. El tema, sin dudas, genera cierta controversia. No solo no está habilitada como actividad, sino que además las autoridades advierten por los riesgos de avalancha. En cuanto a los contagios y el virus, el argumento que se escucha una y otra vez es que "al aire libre el riesgo es mucho menor que ir al supermercado".
Lautaro y Francesca terminan una caminata con raquetas. "Estamos disfrutando Bariloche como nunca, es esperar a que salga el sol o esté lindo y salir a disfrutar un poco", aseguran minutos antes de subirse al auto de regreso a casa. Paseos típicos como cerro Otto o cerro Campanario, que pocas veces los lugareños visitan por la cantidad de turistas, son hoy los espacios elegidos para salir, principalmente los fines de semana.
Según el relato de algunos habitantes de Villa Catedral, los domingos hay más movimiento. "Vienen familias que se acercan hasta con sus mascotas", cuentan María Carolina Ramírez y Juan Carlos Herrera, que son venezolanos y hace cuatro años eligieron vivir en Bariloche. Trabajan en un hotel aún sin actividad y salieron para hacer unas compras. Aseguran que viviendo en el cerro se sienten más tranquilos respecto de los contagios y que la ausencia de gente es algo atípico, pero que para ellos ya la nieve es una bendición.
La extraña fisonomía de una ciudad turística sin turistas no solo se aprecia en el cerro Catedral, el principal atractivo de todos los inviernos, sino también a lo largo de la avenida Bustillo, que recorre por 25 kilómetros las orillas del lago Nahuel Huapi, desde el centro hasta el tradicional hotel Llao Llao. En temporada, llegar hasta el Centro Cívico requiere salir con una previsión de al menos 45 minutos. Ahora el camino es todavía más rápido que en los meses de baja turística. Se suma la ausencia del tráfico que generan las escuelas y el normal desarrollo de las actividades laborales.
En el centro, lo único típico es el viento que sopla. No hay hoteles, ni restaurantes o cervecerías con gente. Tampoco bolsas de chocolaterías a la vista. El movimiento es mínimo. Muchos locales están cerrados. El cartel con las letras gigantes de Bariloche, donde la gente solía hacer cola para la foto, esté en absoluta soledad. Solo unos pocos runners o personas caminando por la costanera. Ambas actividades también están permitidas en el ejido urbano como las bicis, durante la semana por sistema de DNI y los domingos sin restricción.
Los accesos a la ciudad fueron cerrados de 23 a 6 y quienes quieran ingresar deben permanecer en cuarentena obligatoria por 14 días. La circulación del virus continúa y el regreso a la normalidad todavía parece muy lejano. Solo resta esperar.