Barenboim: “La Argentina es el único lugar donde no soy extranjero”
En Conversaciones en LA NACION, el maestro llamó la atención sobre la política exterior, y habló del paso del tiempo y del lugar del silencio
Una particularidad define cualquier charla con Daniel Barenboim: no se puede dejar de hablar de música. Pero hacerlo trae consigo la posibilidad de hablar de algo que la trasciende: desde la política internacional hasta el poderío del silencio. La música es la matriz de su pensamiento, el campo de fuerzas a partir del cual mide el mundo.
Barenboim –a quien esperan aún tres conciertos en el Colón, dos con Martha Argerich y uno con el tenor Jonas Kaufmann– llegó a LA NACION con un puro en la mano. Su simple presencia pareció detener el tiempo. En su caso, el humo no interpone, como creía un poeta, una distancia con el mundo; más bien, sirve para concentrarlo. El maestro compromete al interlocutor, lo obliga a seguir el curso de su inteligencia en movimiento, a estar alerta.
De regreso una vez más en Buenos Aires, se siente en casa. “Argentina es el único lugar donde no soy extranjero”.
Barenboim pertenece a una especie en extinción: la del músico pensador, la de aquel que completa el sentido de su arte en el territorio de la cultura. En lugar de hacer música como vive, Barenboim vive como hace música. Eso les corresponde a unos pocos.
-¿La causa de sus frecuentes visitas es sentimental?
-Fui viniendo a Buenos Aires un poco más a menudo porque me daba mucho placer y a través de los años me di cuenta de que debe haber algo relacionado con la edad. A medida que uno se aleja de la juventud, el pasado adquiere una importancia más grande. Uno se da cuenta de que tiene más ayer que mañana, y entonces el ayer tiene otra importancia. Además, estuve y estoy muy desilusionado por la situación en Medio Oriente. El único otro país en el mundo donde nunca fui un extranjero, y no soy extranjero, es Israel. Estoy muy feliz y agradecido de que me reciban muy bien en todas partes, pero soy extranjero en Berlín, fui extranjero en París y en Chicago. Pero en la Argentina no. Y en Israel tampoco, aunque estoy desilusionado por cómo van las cosas. Por eso, el sentimiento de querer estar ahí es mucho más débil.
-Pero la Argentina no es sólo el país de su pasado. Usted está bastante al tanto de lo que pasa políticamente. Incluso, se reunió hace unas semanas en Berlín con el presidente Macri y hablaron de algo que fue después muy discutido: la posibilidad de que el país reciba refugiados sirios.
-Sería muy arrogante de mi parte decir que conozco la política interna de la Argentina en detalle, pero sí tengo una idea de lo que me gustaría que el país representase en el mundo. Todas las personas de otros continentes que vienen a la Argentina dicen: "Buenos Aires es la ciudad más europea fuera de Europa". Eso no es sólo una cosa que tenga que ver con la arquitectura. La cultura... El número de librerías que hay es más grande que en cualquier otra ciudad. Eso es muy especial. Y en la cuestión de los refugiados sirios la Argentina tiene una posibilidad y un derecho de asumir una responsabilidad. El hecho de que en el país haya tres comunidades sirias, la musulmana, la cristiana y la judía, significa que hay una comunidad grande o tres comunidades más pequeñas que tienen algo que ver con el problema. Y el problema de Medio Oriente, y en particular de Siria, no es un problema sólo de Medio Oriente, ni siquiera de Europa. Alemania sola y Europa sola no pueden resolver el problema de los refugiados porque es global. El que no se ponga ahora a encontrar una solución para ese problema va a sufrir más tarde.
-¿Cuánto y cómo cree que influirá la escalada de atentados?
-Sería muy ingenuo decir "ya hicieron eso y ahora se va a parar todo". No hay una garantía. Vienen muchos refugiados, entre ellos gente muy bien, gente mucho menos bien y terroristas. Y la cuestión es la proporción. ¿Se quiere resolver el problema de los refugiados y hay que hacerlo? Ése es el peligro y tenemos que contar con eso. ¿Cerramos las puertas a todos? Entonces se vuelven todos enemigos.
-Varias veces usted insistió en que algunos compositores tenían piezas que eran un poco su diario personal. Es el caso de Mozart con los conciertos para piano y las óperas; el de Beethoven con las sonatas y los últimos cuartetos, y el de Schubert con los lieder, las canciones. ¿Cuáles son esas piezas en las que deberíamos buscarlo a usted?
-Cuando lo menciona así me siento cansado, pero cuando lo hago no? mejor así que al revés. Mire, yo sufro de un exceso de curiosidad. Mi papá, que fue mi maestro, siempre me dijo que la curiosidad es el principio del conocimiento. Sin curiosidad no se adelanta, no se progresa y no hay conocimiento. Y prefiero pecar por un exceso de curiosidad que por una falta de curiosidad. Por eso no tengo un diario íntimo, así, de repertorio. Tengo obras que me acompañan toda mi vida, como las sonatas de Beethoven. También obras de Debussy, Wagner y otras que me interesaron mucho en algún momento y las hice a menudo, y luego las dejé porque las prioridades iban por otra parte.
-¿Qué es lo que más le gusta de tocar con Martha Argerich?
-Adoro tocar con ella y la adoro a ella. Estoy muy contento de haber llegado a una edad en la que lo puedo decir abiertamente con el mundo tecnológico y que la gente no piense otra cosa. La quiero mucho desde hace muchos años; la conozco desde 1949. Es una de las artistas más grandes que hayan existido. Tiene una facilidad única, evidente incluso para un sordo. Y en los últimos años en los que tuve el placer de tocar más juntos he aprendido a admirarla aún más.
-Muchas veces usted se refirió a la importancia que tuvo en su vida la filosofía de Spinoza. Hablar del pensamiento de Spinoza es hablar también de la importancia de la razón y de cómo puede salvarnos. Recuerdo que en algún pasaje de su autobiografía usted dice que la razón puede salvarnos del suicidio. Pese a que vivimos en un mundo completamente racionalizado, sin embargo, parece que esa razón cada vez nos rige menos...
-Perdóneme, pero nuestro mundo no está tan racionalizado...
-Tecnificado, en todo caso.
-Tecnificado sí, pero racionalizado no. Porque lo racional de Spinoza está ligado al conocimiento, no al conocimiento de datos, a conocimientos técnicos. Cualquier niño de 4 años sabe cómo funciona Internet. Pero el porqué, no; el porqué necesita una reflexión. Spinoza habla muy claramente de los tres grados de conocimiento. Uno se levanta a la mañana y ve que el sol sube a las 5.17 de la mañana y cae a las 7.22 de la tarde. Lo sabe, pero eso no es conocimiento. Uno mira lo mismo todos los días ¿y qué pasa? Ve que el sol se levanta cada vez un poco más tarde y cae un poco más temprano. Eso ya es un grado más grande de conocimiento, pero el primero era información, esto es observación. ¿Es conocimiento eso? No. El verdadero conocimiento es cuando uno conoce y entiende la esencia. El cómo y el porqué. Nuestra vida, que está tan facilitada por tantos desarrollos extraordinarios de la tecnología sin los cuales yo no quisiera vivir, lleva a una tecnologización y a un automatismo que es contrario, justamente, al conocimiento.
-¿Qué es el silencio?
-Es probablemente lo más complejo que existe en la música, porque el silencio está en permanencia, está aun antes de empezar. Pero el silencio es como alguien que te persigue y hace con vos todo el camino. Porque si no mantenés una nota hasta el final, se te cae. ¿Y dónde se te cae? En el silencio. Hacés un crescendo enorme como en el último tiempo de la Novena sinfonía de Bruckner y la orquesta chilla, grita y uno no da más: cortás el acorde y el silencio es aún más fuerte. Hay mucha gente que no lo entiende. Piensa que el silencio es "antes", "después" y "de vez en cuando", o "entre", como si fuese una coma o un signo de exclamación. No. El silencio es parte integral de la música. El silencio es para el sonido como la ley de gravedad.
Una reverencia en la hora pico
Igual que en la calle, las seis de la tarde es la hora pico en la Redacción del diario. Justamente en ese momento llegó Barenboim. Por el set del ciclo Conversaciones pasan todos los días, todas las semanas, muchas figuras de la política, el espectáculo, el deporte y la cultura. Pero ninguna logró lo que la presencia del maestro argentino: suspender momentáneamente la preparación del diario para escucharlo con ánimo reverencial. No era sólo respeto, sino también una mezcla de admiración y cariño.
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