Bailar la música del cuerpo
Por Odile Baron Supervielle
María Fux acaba de ser nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, justo reconocimiento a una mujer extraordinaria que nos enriquece con su arte. Esta gran bailarina y coreógrafa, que ha actuado en América latina, Europa, Estados Unidos e Israel, recorrió nuestro país para llevar la originalidad de su estilo a todos los rincones, danzando tanto en el teatro Colón como en las minas de Zapla.
Hace más de cuarenta años, María Fux creó un método que llama danzaterapia y que permite la integración, a través del baile, de personas con discapacidades. Para lograr ese objetivo, emplea diversos recursos, como los estímulos visuales, que le permiten, por ejemplo, trabajar con sordos. Ha volcado su experiencia en varios libros que han sido traducidos al italiano y al portugués.
-¿Cómo surgió la danzaterapia?
-Siempre me interesaron los límites. Todos tenemos límites para comunicarnos con el cuerpo y yo deseaba crear nuevas posibilidades de comunicación a través de la danza. Mi actuación en los escenarios fue fundamental para desarrollar la danzaterapia. La mayoría de mis espectáculos no tiene música. Durante años he bailado en el silencio, haciendo dibujos o formas que surgen de mi interioridad.Comprobé así que el ritmo no es audible sino que uno lo lleva dentro de sí: el ritmo del corazón, el de la respiración, el ritmo con el que comemos o caminamos. Esos ritmos nos pertenecen y se expresan mediante estados dinámicos.
-¿Tu método está pensado especialmente para discapacitados auditivos?
-No. Trabajo también con personas que tienen síndrome de Down, problemas psíquicos, depresión, etcétera. Y quiero aclararte algo que para mí es muy importante: yo no los considero discapacitados sino diferentes. Pero es cierto que empecé a desarrollar estas técnicas con la hija de una amiga, que es sordomuda. Con ella descubrí que podía emplear el movimiento como un puente que nos ayudaba a comunicarnos.
-¿Empleás a veces música en tus clases?
-A menudo. Yo hago el dibujo de la música. A veces, utilizo incluso diapositivas en color. La pintura abstracta, por ejemplo, tiene ritmo y color y da al cuerpo la posibilidad de moverse a partir de un estímulo visual, que va más allá de los ritmos del corazón o la respiración. Lo importante es no cerrar el puente de la comunicación, que puede ser la palabra, la música, la pintura o el dibujo. El cuerpo siempre reacciona.
-¿Te inspiraste en otras metodologías para crear tu método?
-La danzaterapia surgió de una intuición artística. Tiene que ver con toda una vida dedicada al movimiento, un lenguaje con el que he aprendido mucho y con el que sigo aprendiendo. A mis 81 años sigo explorando ese lenguaje, buscando, descubriendo cosas nuevas.
-¿Qué edad tienen tus alumnos?
-De tres a setenta años...
-¿Preparás a profesores u otros profesionales interesados en desarrollar tus métodos?
-Organizo seminarios que duran tres años. Están dirigidos a psicoterapeutas, fisioterapeutas, fonoaudiólogos, etc. Ese trabajo lo hago también en Italia, en Milán y en Florencia, donde paso tres meses al año.
-Has tenido un gran éxito en Milán, Florencia y Trieste con tu espectáculo "Síntesis de vida", ¿en qué consiste?
-En "Síntesis de vida" combiné coreografías que he creado para este espectáculo con otras que han quedado grabadas en mi cuerpo. Por ejemplo, la de los Preludios de Chopin que bailé en 1945 en homenaje a Isadora Duncan. O la musicalización que hizo mi hija de los poemas de Federico García Lorca, cuya obra estudié durante muchos años. Quise hacer algo sobre Buenos Aires y tuve la idea de una mujer que espera en una habitación al hombre que nunca llegará. A través de la ventana de ese cuarto, se deslizan los ruidos de la calle y la música de un bandoneón. Paso poemas de Vanasco, de Trejo, de Aguirre y los bailo. También hay música popular.Susana Rinaldi canta "A un semejante" y para terminar se escucha "El deseo de vivir", de Eladia Blázquez. Quise que el espectáculo fuera, como anuncia el título, una síntesis de mi vida, donde estuvieran esas coreografías que son a la vez mías y ajenas, porque, en realidad, pertenecen al público que viene a verlas.