Aurora Venturini, rara avis de lo profano y lo divino, en un rescate editorial a cinco años de su muerte
Parecía una broma. La singularidad de la novela ganadora llevó al jurado a pensar que el seudónimo dantesco de Beatriz Portinari fuese una posible jugada del escritor César Aira. Con ese guiño se abrió el sobre. Y de broma, nada. Apenas una ironía sugerente: la ganadora era una mujer de 85 años. Así, en 2007, con Las primas, Aurora Venturini empezó a circular entre la gente que no la conocía. Porque ya venía dando cuenta -y hacía rato- de las muchas vidas dentro de su vida. Hoy se cumplen cinco años de su fallecimiento, a los 93.
A propósito del aniversario, Tusquets lanzó un libro inédito suyo, Las amigas, y reeditó aquel que obtuviera el Premio Nueva Novela de Página 12; en 2021, anticipan, saldrán otros títulos suyos. Una obra para reponer a alguien tan "bicho raro", "solitaria", "de pocas pulgas", como se definía. Por eso no sorprende que Yuna Riglos, la narradora de Las primas, cuente sin detenerse, casi de corrido, y la puntuación recién se organice solo cuando empieza a pintar. La nueva vida llega hasta la sintaxis, después de que el padre las abandonara, dejara a la madre maestra con las dos hijas pequeñas, la hermana con una discapacidad, siempre en silla de ruedas. La simetría con lo real: un hermano con una malformación que la madre se la adjudicó a una eruptiva que Aurora había tenido cuando ella estaba embarazada. Entonces, la novela arranca así: "Mi mamá era maestra de puntero, de guardapolvo blanco y muy severa pero enseñaba bien en una escuela suburbana donde concurrían chicos de clase media para abajo y no muy dotados".
Como Yuna, Aurora era una mujer con nada de belleza clásica, ni exótica, ni adjetivo que venga primero a la mente. La bisectriz empinada que tenía por nariz era su cresta punk, ojos hundidos, melena corta según las épocas. Sobre su carácter, Agustina Massa, codirectora junto a Fernando Krapp de Beatriz Portinari, un documental de Aurora Venturini (2013), recupera una situación del rodaje en su casa de La Plata. Dice Massa: "Ella estaba de acuerdo con hacer la película, pero no muy convencida. Le decía a la mujer que la cuidaba que nos atendiera. Como de abuela, pero también se asomaba su lado más monstruoso, que está en sus novelas. Un día la filmábamos y sonó el teléfono. Nadie atendía. Había una tensión total. El que filmaba se rió. Aurora miró a cámara con odio. `¿De qué te reís?`, lo interpeló. De esa forma irrumpía con su monstruosidad. Fulminó el lente".
Cuando su nombre pasó rápidamente de boca en boca por Las primas, no era una autora inédita, contaba con la creación de casi 40 libros. Un tendal de amigos que muchos quisieran haber tenido: Borges –lo conoció joven, cuando ella recibió un premio de poesía–, Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, y así hasta completar un álbum con las difíciles. Y estaba Evita, con quien trabajó, se hizo amiga; tanto, que cuando se le preguntaba dónde había estado ella cuando Eva había muerto, decía que en la habitación de al lado. ¿De qué manera se juntaron todos en su vida antes de ese día en que a los 85 se hiciera más popular? Se impone un poco de orden para contarla, aunque algo característico en Venturini es lo barroco, la superposición de capas, la interpretación de un cúmulo.
Cuentos verdes para Evita
Nació en La Plata (1922) en una familia de cuna radical sobre la que sobreimprimiría su afiliación peronista. Ser graduada en Filosofía y Ciencias de la Educación la llevó a presentarse ante Eva Duarte. Empezó a trabajar para ella en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor y en la Fundación. La amistad iba de la mano del trabajo. Contemporáneas, a pedido de su jefa, Venturini le contaba "cuentos verdes". En su libro Eva, alfa y omega, hay confesional y ficción. "No soy especializada en la materia sino novelista deseosa de salvar el recuerdo de La Abanderada de los Humildes". En un texto suyo, "La mujer que fue amada y maltratada por Evita", narra: "No sé si podré soportarla… Eso sentí también después del deslumbramiento inicial; yo había quedado fascinada como si hubiera visto varias personas a la vez, la de acá, la terrenal, y la del otro lado, más sobrenatural". Y Venturini tenía un link a lo que no se puede explicar. Está en sus libros. En su confesa incursión en lo esotérico. En la profunda fe católica a la que apeló en los últimos años, luego de una fractura que por poco la condena a la invalidez, y desde la que, según ella, le sirvió para valorar que no se quería morir. En los minutos finales de Beatriz Portinari, un documental de Aurora Venturini se la ve decir: "Tengo fe. Porque sé que hay algo más, que acá no se termina. Que ahí nomás estirando el brazo está lo otro. Les aconsejo que cuando se les caiga el alma y sientan que están por morirse, se agachen, la levanten y se la pongan de nuevo. Fue lo que hice".
Amiga de Borges, Sartre, Simone de Beauvoir y Camus, completó el álbum con las difíciles. Cuando le preguntaban dónde estaba ella cuando murió Evita, contestaba: En la habitación de al lado""
Aseguraba ver presencias. O que le pasaban cosas inexplicables. Y siempre hablaba del alma. La Biblia según veinticinco escritores argentinos, que nació bajo la convocatoria y coordinación de Ángela Pradelli y Esther Cross, la tiene a Venturini con su texto "Las cotorras pedigüeñas". Sobre ese cruce, Pradelli dice: "La invitamos a participar por teléfono. No tenía mail. Dijo que sí con un entusiasmo enorme. Lo terminó enseguida y nos lo envió. En la conversación seguramente nosotras nos expresamos mal: ella había mandado un ensayo. La volvimos a llamar para pedirle un texto narrativo. Pensamos que se iba a ofender, pero ella nos dijo: `disculpen, chicas, entendí mal, explíquenmelo de nuevo´. A los pocos días nos llegó por correo y escrito a máquina el original de uno de los textos más hermosos que tiene ese libro". También así la había leído aquella vez el jurado, sobre un original raro hasta en su forma; tipeado, con algunas correcciones de Liquid paper.
En 1956, ser "más que peronista, evitista" le significó un pasaje a Francia. Vivió en el barrio latino de París. Estudió en La Sorbona; de ahí esos amigos. El gobierno francés la distinguió con la Cruz de Hierro por sus traducciones de Villon y Rimbaud. Y un día, 25 años después, volvió a La Plata, a un PH pequeño al final de un pasillo. Vivía sola. Se casó dos veces: con un marido juez y con el historiador Fermín Chávez. "Pero el matrimonio no era para mí", decía. Aseguraba no saber hacer un huevo frito ni limpiar la casa. Escribía desde los cuatro años. Lo hacía a diario, ocho horas al día en una máquina; si no, a mano. No entendía las computadoras.
Otras noticias de Literatura
Más leídas de Cultura
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Martín Caparrós. "Intenté ser todo lo impúdico que podía ser"