Auge del microrrelato, el arte de escribir ni una palabra de más
Habrá un encuentro en Buenos Aires
Es el minicuento ineludible para entrar en tema: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Con las siete palabras de "El dinosaurio", el fallecido escritor guatemalteco Augusto Monterroso provocó un fárrago de estudios y aproximaciones interpretativas en todo el mundo.
Precisamente durante tres días, en Buenos Aires, a partir del próximo miércoles, escritores de la Argentina, Venezuela, Chile, México y España protagonizarán el primer encuentro de microficción, que puede considerarse preparatorio del III Congreso de Microficción, que tendrá lugar en Suiza a fin de año. La sede será el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Cceba), que dirige Lidia Blanco, sobre una idea de Raúl Brasca y Luisa Valenzuela. "Lo más curioso del microrrelato es que con tres frases te abre unos mundos enormes. Es una pequeña obra maestra", dice Blanco.
Imbricado en la tradición latinoamericana, antes que en la española peninsular, el microrrelato tuvo en la Argentina nombres de aquilatada trascendencia: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Blaisten, Denevi, Anderson Imbert, Macedonio Fernández, Villafañe. Y, de manera contemporánea, Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Raúl Brasca, Mario Goloboff, Gabriel Jiménez Emán, entre otros.
Un cóctel de sorpresa, ironía, ingenio, humor, preciosismo en el lenguaje, de la mano de un lector descreído de los grandes relatos del siglo XX, se presenta a la hora de caracterizar este género en el que se inscribe, por ejemplo, este minicuento de Max Aub: "Donde dice la maté porque era mía, debe decir la maté porque no era mía".
Arte y humor
¿Hay un auge del género como tendencia literaria? ¿Se inscribe la microficción en la actual cultura fragmentaria e instantánea en la que se lee cada vez más rápido y más corto?
Son algunas de las preguntas que, a pedido de LA NACION, procuran responder los escritores argentinos Pablo de Santis, Ana María Shua, Luisa Valenzuela y Raúl Brasca, el investigador David Lagmanovich, el narrador español José María Merino y la directora Lidia Blanco. Además de ellos, participarán del encuentro Sylvia Iparraguirre, Angela Pradelli, María Rosa Lojo, Eduardo Berti y Fernando Valls, entre otros.
"El microrrelato es una especie de arte del efecto, como pueden serlo la poesía o el humor gráfico. Trabaja con la sorpresa y podría decirse que es puro final. La escritura requiere que no haya elementos ni palabras de más. Exige al autor mucha concisión", dice De Santis.
Shua sostiene que "en la Argentina tenemos una tradición muy fuerte en microficción, pero, por alguna razón, la gente no tiene esa impresión. Los grandes maestros del cuento han sido autores de microrrelatos. La primera antología de este género, escrita por Borges y Bioy, es de 1953. Actualmente hay un auge de la microficción. En los últimos años, la crítica académica ha redescubierto el género. Además, ha entrado en España y eso ha despertado el interés de las editoriales fuertes que son de ese origen".
Brasca, editor y autor de microrrelatos, reflexiona: "La microficción no es sólo una nueva manera de escribir, sino también de leer. Proporciona una nueva visión del mundo a partir de un montón de partículas.
En este sentido, está de acuerdo con el modo en que el hombre de este siglo se hace una imagen del mundo que nace de fragmentos que toma de muchos sitios. De allí que es el género del siglo XXI. El microrrelato brinda una satisfacción estética inmediata que consiste en disparar sugerencias antes que certezas a un lector escéptico, que descree de los grandes relatos legitimadores del siglo pasado".
En 1996, su libro "Dos veces bueno" vendió 40.000 copias. La propia Shua brinda otro testimonio elocuente: su libro "Casa de geishas" vendió 4000 ejemplares. "Eso es más de lo que venden algunas de mis novelas", dice.
El placer que proporciona la microficción es instantáneo, pero no por ello recurre a un lector desinteresado. Para Lagmanovich, de la Universidad Nacional de Tucumán, "en esta época sube la difusión del microrrelato, que sirve para fomentar la lectura. Esto supone un lector más o menos enterado, porque hay un uso muy concentrado y artístico del lenguaje, e innovador de los recursos. Por ejemplo, es frecuente la inversión de situaciones dadas. La microficción se encabalga sobre esa tendencia de lectura concentrada que se ve muy clara en el periodismo".
Desde España, Merino coincide en la actualización de la microficción: "Es absolutamente contemporáneo y la reescritura de microficción está teniendo mucho auge en los últimos años. Lo breve también requiere una formación en el lector. No por ser breve es más fácil. El lector de microrrelatos es refinado y tiene gusto por la ficción. Tal vez la falta de difusión de este género obedece a que todavía no ha conseguido su identidad".
Para Valenzuela, el microrrelato "brinda un sistema de pensamiento que permite asociar ideas y usar el lenguaje de otra manera. Como fenómeno literario reconocido es bastante reciente. Los españoles le están dando mucho impulso".
Pequeñas obras maestras
Sursum Corda
Por Luisa Valenzuela
Hoy en día ya no se puede hacer nada bajo cuerda: las cuerdas vienen muy finas y hay quienes se enteran de todo lo que está ocurriendo. Cuerdas eran las de antes, que venían tupidas, y no las de ahora, cuerdas flojas. Y así estamos, ¿vio? Bailando en la cuerda floja y digo vio no por caer en un vicio verbal caro a mis compatriotas sino porque seguramente usted lo debe de haber visto si bien no lo ha notado. Todos bailamos en la cuerda floja y se lo siente en las calles aunque uno a veces crea que es culpa de los baches. Y ese ligero mareo que suele aquejarnos y que atribuimos al exceso de vino en las comidas, no; la cuerda floja. Y el brusco desviarse de los automovilistas o el barquinazo del colectivero, provocado por lo mismo, pero como uno se acostumbra a todo también esto nos parece natural ahora. Sobre la cuerda floja sin poder hacer nada bajo cuerda. Alegrémonos mientras las cosas no se pongan más espesas y nos encontremos todos con la soga al cuello.
El sótano de la biblioteca
Por Pablo de Santis
Para caminar por los túneles, usamos libros como antorchas.
Cuando la luz está por apagarse, damos vuelta la página.
Los dientes de Raquel
Por Gabriel Jiménez Eman
Raquel mordió una manzana y todos sus dientes quedaron en ella. Fue a su casa con la boca sangrando a avisarle a su mamá. La mamá vino corriendo asustada a buscar los dientes de Raquel, y cuando llegó, los dientes se habían comido la manzana.
La mamá quiso recogerlos, pero los dientes se levantaron y se comieron a Raquel y la mamá.
Después, los dientes volvieron a la boca de Raquel, quien muy hambrienta corrió a pedirle a su mamá que le comprara una manzana.
El iluso y los incrédulos
Por Ana María Shua
Hace calor. En el bar un grupo de hombres miran sin mirar los polvorientos rayos de luz que se filtran a través de la persiana.
-Puedo caminar por esos rayos- dice el iluso.
Los hombres se ríen y hacen apuestas. El iluso se trepa a uno de los rayos de luz, intenta dar un paso, tambalea y se cae. Los incrédulos cobran sus apuestas.
Longevidad
Por Raúl Brasca
No son las parcas quienes cortan el hilo ni es la enfermedad ni la bala lo que mata. Morimos cuando, por puro azar, cumplimos el acto preciso que nos marcó la vida al nacer: derramamos tres lágrimas de nuestro ojo izquierdo mientras del derecho brotan cinco, todo en exactamente cuarenta segundos; o tomamos con el peine justo cien cabellos; o vemos brillar la hoja de acero dos segundos antes de que se hunda en nuestra carne. Pocos son los signados con probabilidades muy remotas. Matusalén murió después de parpadear ocho veces en perfecta sincronía con tres de sus nietos.
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