Ataques vandálicos: ¿puede el arte salvar así al mundo?
La irrupción de dos ambientalistas ayer, en el museo de cera de Londres, es la última de una saga que atenta contra obras maestras como garantía de la difusión masiva de un mensaje de alerta sobre el cambio climático
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Ayer por la tarde, en Londres, dos activistas de la organización Just Stop Oil estamparon sendas tortas de chocolate y crema en la cara de la figura de cera del rey Carlos III en el Museo Madame Tussauds . En pocos minutos, la noticia corrió como agua de río por medios digitales y se hizo tendencia en las redes sociales. Hoy, está acá en letra de molde y papel de diario. Misión cumplida, dirán.
🎂 BREAKING: JUST STOP OIL CAKES THE KING 🎂
— Just Stop Oil ⚖️💀🛢 (@JustStop_Oil) October 24, 2022
👑 Two supporters of Just Stop Oil have covered a Madame Tussauds waxwork model of King Charles III with chocolate cake, demanding that the Government halts all new oil and gas licences and consents.#FreeLouis #FreeJosh #A22Network pic.twitter.com/p0DJ8v3XVB
Anteayer, una pareja de militantes de Last Generation, otro grupo de protesta por el avance del cambio climático, había vandalizado un cuadro de Claude Monet en el Museo Barberini, en Potsdam, Alemania, arrojándole puré de papas. Hace diez días, el 14 de octubre, ocurrió el -a esta altura famosísimo- ataque con sopa de tomate a los girasoles de Van Gogh. “¿Vale más el arte que la vida? ¿Más que comida? ¿Más que justicia? La crisis del costo de vida y la crisis climática está impulsada por el petróleo y el gas”, señalaron entonces los responsables de ese acto frente al cuadro en la National Gallery de Londres.
El Monet y el Van Gogh sobrevivieron al vandalismo porque se encontraban protegidos por capas de vidrio. Y habrá que ver cómo le cayó a la monarquía inglesa la torta estampada en el Día Internacional Contra el Cambio Climático para que exigir “que el gobierno detenga todas las nuevas licencias y concesiones de petróleo y gas”, según manifestaron en Twitter.
¿El arte sirve para cambiar el mundo? Lo ha hecho siempre, no de esta manera. Para el arte que deliberadamente lo intenta, incluso, se ha inventado una palabra: artivismo, mezcla de arte y activismo, que tiene ejemplos claros en creadores destacados de todos los tiempos, con propósitos como el feminismo, las guerras y... la ecología también. Desde el Guernica, pintado por Pablo Picasso, a las megainstalaciones de Ai Weiwei, el llamado al cambio está en el centro de esas producciones: el arte es el medio (eficaz, sublime, sensible) para un mensaje.
Pero esto es otra cosa: se trata de atentar contra obras maestras como estrategia de visibilidad para hablar de algo más. El éxito de los ataques al arte como arma de difusión masiva radica, justamente, en eso: la cobertura que le dan los medios porque la noticia importa.
La causa es noble y urgente, pero Los Girasoles de Van Gogh es un tesoro único que pertenece a la humanidad, como una de sus mejores expresiones. Lo conserva y cuida, en este caso, la National Gallery de Londres; como patrimonio colectivo es invaluable. Su precio de mercado es de 84,2 millones de dólares y el del Monet, 110 millones, pero su valor es intangible: no se puede volver a hacer. Por eso, los activistas encuentran ahí un escándalo fácil. “Hacemos de este #Monet el escenario y del público, la audiencia”, anunció el grupo en alusión al golpe anterior. No hace falta poner el cuerpo ni arriesgarse demasiado. Basta con sacarse una remera para mostrar una consigna después de enchastrar un cuadro con comida. La fama está a un paso (o un tortazo) de distancia. En cambio, el alemán Joseph Beuys para salvar el planeta en 1982 plantó 7000 robles. Beuys, claro, era un artista además de activista.
Hay más antecedentes recientes. En junio, dos manifestantes se pegaron al marco de Pescadores en flor, un cuadro de Van Gogh de 1889, expuesto en Courtauld Gallery, de Londres. “Lo lamentamos (...), no nos gusta hacer esto, estamos pegados a este magnífico cuadro porque nos aterroriza nuestro futuro”, dijo entonces Louis McKechnie, de 21 años, en un video puesto en línea por la organización. Antes, había sido detenido veinte veces por otras acciones, como cortar la autopista que rodea Londres o interrumpir un partido de fútbol, en marzo, al atarse al poste de un arco. Ese mes, también se pegaron en la propia National Gallery junto al cuadro de John Constable La carreta de heno. Lo repitieron en julio, cuando otros dos jóvenes pusieron adhesivo en sus manos contra el marco de una copia de La última cena de Leonardo da Vinci, en la Real Academia de Londres. Otros se pegaron, también, a las paredes de la pinacoteca de Munich, al lado de La masacre de los inocentes, de Rubens.
La responsable de esta seguidilla de ataques temerarios es la organización Climate Emergency Fund, una red estadounidense creada en 2019 para financiar formas efectistas de protesta para alertar de la crisis climática. “Vienen más protestas, este es un movimiento de rápido crecimiento y las próximas dos semanas serán, espero, el período de acción climática más intenso hasta la fecha, así que abróchense el cinturón”, había anticipado al diario The Guardian Margaret Klein Salamon, directora ejecutiva de esa entidad en una nota publicada el 18 de este mes, después de los tomatazos a Van Gogh. Para el ataque con latas Heinz (un guiño a Andy Warhol), la agrupación Just Stop Oil recibió más de un millón de dólares: una sopa bastante cara, parece. Sin embargo, la consideran la acción con mayor cobertura mediática de los últimos ocho años, como informó satisfecha Salamon. Otros tres millones se repartieron entre una docena de agrupaciones.
Pese a la advertencia, no se tomaron grandes medidas de seguridad. Los ataques de ayer a las figuras de cera fueron la crónica de un golpe anunciado y tuvieron el éxito asegurado: la cobertura noticiosa global. Lo mismo ocurrió en mayo pasado cuando un visitante del Museo Louvre de París le dio un tortazo al retrato más famoso del mundo, La Gioconda. Su mensaje era cuidemos el planeta. Hasta aquí, los cristales de seguridad hicieron que no se lamentaran daños permanentes en las pinturas (aunque sí en el marco original de Los Girasoles). Sin embargo, parece que en ningún museo reforzaron medidas tan sencillas como revisar lo suficientemente bien las mochilas de los visitantes para evitar que ingresen con tortas, latas de sopa o puré.
Cuando se empieza a investigar qué hay detrás de todo esto, el mundo parece igual de minúsculo que complejo. En una nota del diario El País de España se explica que Aileen Getty, nieta del petrolero John Paul Getty (que alguna vez donó 50 millones de euros a la National Gallery), es una de las fundadoras del fondo financista de la agrupación que se pide en su nombre solo detené el petróleo. Sabine Getty, mujer de Joseph Getty, su sobrino, es copresidenta del programa de jóvenes patronos de la National Gallery y su obra favorita, ha dicho, es Los Girasoles, una de las cinco versiones de esta obra del artista. Su suegro, Mark Getty, fundador de la agencia de fotografía Getty, es uno de los grandes patronos de la pinacoteca. Nadie querría sentarse en esa mesa esta Navidad.
No son como los de antes
Ataques al arte hubo siempre, pero por otros motivos. Hechos aislados de personas fuera de sus cabales, por ejemplo. La obra maestra La Piedad de Miguel Ángel, que se guarda en los Museos Vaticanos, casi se pierde en 1972 cuando un geólogo australiano le dio quince martillazos al grito de ¡soy Jesucristo! La Virgen perdió la nariz, un párpado y varios dedos. Restaurada, se exhibe ahora detrás de un cristal blindado. El 5 de octubre pasado hubo otro atacante desequilibrado en el mismo museo: un turista norteamericano que pedía ver al Papa arrojó al suelo dos antiguos bustos romanos de mármol de la Galeria Chiaramonti.
Respecto del caso del ataque a las estatuas de 2020 que se dio en parte como respuesta al Black Lives Matter, esto también es bien distinto. Lo de entonces, más que un rally iconoclasta, parecía una reacción a lo que esos hombres de mármol o bronce representaban, a los valores o hechos que sus monumentos erigían (de Colón a Churchill). Ahora, el ataque no es aislado ni es contra la imagen ni su autor. El arte es la víctima y la garantía de que todo el mundo escuchará lo que de otro modo parece caer en oídos sordos: el pedido urgente por el cambio climático.
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