Asimov: el profeta ruso que imaginó el futuro desde Brooklyn y predijo transformaciones a escala mundial
En el 30º aniversario de la muerte del escritor, su obra, tan inquisitiva como amena, sigue provocando debates sobre los alcances de la ciencia y la tecnología en el devenir de la humanidad
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Historiador, bioquímico, polímata y figura central de la ciencia ficción, Isaac Asimov escribió cientos de obras en un estilo, como él mismo definió, “personal y amistoso”. Hoy se cumplen treinta años de la muerte del profeta de Brooklyn que avizoró grandes cambios científicos y tecnológicos desde mediados del siglo XX. Isaak Yúdovich Ozímov nació en Petróvichi, Rusia, el 20 de diciembre de 1919; nacionalizado estadounidense, trascendió como Isaac Asimov.
A los tres años había llegado con sus padres a Nueva York, la misma ciudad en donde murió, a los 72 años, por una enfermedad vinculada con el VIH, que se había contagiado por una transfusión de sangre. En el momento de su muerte, en abril de 1992, esta información no fue revelada debido a los prejuicios que existían sobre el sida. Diez años después, la escritora Janet Asimov, su esposa, la dio a conocer en el epílogo de la autobiografía de Asimov publicada en forma póstuma It’s Been a Good Life, es decir, “Ha sido una buena vida”.
Autor al que le cabe el trillado calificativo de “prolífico” -publicó decenas de novelas y volúmenes de cuentos, ensayos, memorias y libros de divulgación científica-, no fue solamente un escritor de ciencia ficción. Como él mismo recordaba en prólogos y entrevistas, publicó además novelas y relatos de misterio, una guía en dos tomos sobre la obra de William Shakespeare, otra sobre la Biblia, un diccionario de ciencia y tecnología (traducido por Alianza, su más perseverante casa editorial en lengua española) e incluso recopilaciones de limericks y un libro de chistes, con teoría sobre el humor incluida. Publicó más de cuatrocientos libros. Sus novelas y cuentos fueron y siguen siendo adaptados al cine y la televisión.
“Isaac Asimov sigue siendo una figura cuya importancia excede el ámbito de la ciencia ficción -dice la escritora y editora Laura Ponce a LA NACION-. Marcó a generaciones de lectores, escritores y científicos. Para muchos, su nombre todavía es sinónimo del género, de lo que llaman ‘ciencia ficción dura’ o, incluso, ‘ciencia ficción pura’, aquella en la que, para construir ficción, se usan saberes de ciencias como la astronomía, la física o la matemática. Sus aportes superan en mucho lo que produjo como ficción. Siempre tuve la sensación de que, para él, la ficción era un espacio para la indagación científica y una herramienta de divulgación, un modo de acercar al público los avances científicos y la forma en que estaban modificando el mundo, plantear los grandes dilemas que traía el ‘progreso’ y que iban presentándose a medida que entrábamos en el futuro”.
Para Ponce, algunos de los relatos de Asimov -reunidos en volúmenes como El hombre bicentenario y Con la Tierra nos basta- “al estar tan relacionados con artefactos o dispositivos que nunca llegaron a existir, hoy pueden parecer anacrónicos; sin embargo, las preocupaciones que plantea siguen vigentes, interpelándonos sobre nuestra relación con la tecnología y lo dependiente que somos de ella, por ejemplo, la dicotomía que existe entre confort y libertad”. Los cuentos
Tanto en su obra narrativa como ensayística, el autor predijo transformaciones a escala mundial de la mano de la computarización y la robotización de la sociedad, el auge de la inteligencia artificial, la conquista del espacio exterior con la intención de fundar colonias, y las amenazas del fanatismo ideológico, el calentamiento global, la superpoblación y, en el contexto de la Guerra Fría, una guerra nuclear entre superpotencias (hoy trágicamente reavivada por la invasión rusa en Ucrania). “El avance de una rama del saber humano depende no solo de su propio progreso, sino del progreso que todas las otras ramas de la ciencia vienen consiguiendo”, declaró.
Desde los relatos y nouvelles de Yo, robot hasta las novelas de Trilogía de la Fundación (basadas en Historia de la decadencia y caída del imperio romano, de Edward Gibbon), en su obra -inquisitiva, amena y con aspiraciones civilizatorias- desarrolló en simultáneo una “filosofía asimoviana” tan personal y amistosa como su estilo literario. “El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento en forma más rápida que la sociedad en sabiduría”, sostuvo.
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