Así nos convertimos en apuntes
Antes de la pandemia, no había muchas dudas acerca de la diferencia entre un profesor y un apunte. Es lo fantástico del mundo real. Saben que no tengo prejuicios con las nuevas tecnologías. Ni siquiera son nuevas para mí; vi nacer la industria del silicio en el taller de mi padre antes de cumplir los diez años y aprendí a programar a los 15, en 1976. Las agradezco, además. Pero constituye un verdadero trastorno de la percepción el creer que hay algún punto en el que las realidades virtuales (las hay de muchos tipos) pueden compararse con el mundo real. Tanto es así, que constituyen una realidad por sí. Vaya paradoja.
Pero, antes de la pandemia, una cosa era el profesor y otra, los apuntes. Dato: la universidad de Cornell tiene un refinado método para tomar notas en clase, que, independiente del estilo de cada uno, recomiendo consultar.
Entonces pasó algo imprevisto: las clases virtuales –que ya existían, pero no eran masivas– ofrecieron una opción que casi nadie pudo resistir: grabar las clases. Es uno de los riesgos de toda nueva tecnología, las tentaciones peligrosas. Así, antes de que pudiéramos deletrear coronavirus, algunas instituciones estaban grabando las clases. La cuestión me pareció tan absurda que ni siquiera la tomé en serio. Mis clases no se graban, fin de la discusión. Las razones me parecían tan obvias que me olvidé casi de inmediato del asunto.
La pandemia, no obstante, se extendió y pasamos todavía otro año en el aula virtual. Aprendimos mucho en el camino, y, como suele ocurrir con las nuevas tecnologías, su papel en la sociedad resultó ser menos lineal de lo que habíamos predicho. En ciertos casos, la presencialidad era irreemplazable; en otros, el poder compartir pantallas, videos y programas con tanta facilidad resultaba una bendición. Se acortaban distancias, además.
Son asuntos que todavía estamos procesando, pero algo que advertí es que un profesor no es un apunte. Una buena clase es algo que ocurre una vez. Es un fenómeno único originado en la interacción de esos alumnos con ese docente. No es un tutorial de YouTube. No es la receta para hacer panqueques. Cuarenta años después todavía recuerdo muchas clases magistrales de profesores inigualables que iluminaron mi camino y encendieron mi mente.
Las euménides de Esquilo ese día en esa clase de Delia Deli fueron tan inesperadas e impactantes que de nada habrían servido en un video. ¿Cómo podríamos haber grabado las lecciones de vida que acompañaban el Cálculo de Carlos Rousset? Los pizarrones incendiados con las ecuaciones del genial Oscar Perazzo nos dejaban boquiabiertos, no solo por su pasión inmoderada, sino porque asistíamos a un instante irrepetible de la existencia. Ese instante se llama revelación. No se puede grabar la revelación, háganme el favor.
Sí, claro, en muchos casos uno podía comprar la transcripción de lo dictado en el aula, pero esas fotocopias (algunas brillantes) no reemplazaban al aula; eran un accesorio y a nadie se le ocurría faltar a las clases de una profesora hipnótica porque de todos modos después podías leer la transcripción. La pandemia y las clases virtuales solaparon ambas cosas hasta confundir la realidad con el registro en video de esa realidad. Las clases podrán ser virtuales, pero todos los participantes estamos realmente allí. En diferido no sirven. Antes de Zoom uno tenía clara la diferencia entre la vida y una fotocopia de la vida.
Pero hay más. No se le puede preguntar a un video, y uno está al servicio del alumno, y solo al servicio del alumno. Sin sus preguntas, ese servicio queda devastado, porque mientras la clase se va convirtiendo en una serie de Netflix, el alumno se transforma en mero espectador. Agreguémosle pochoclo, y lo que alguna vez fue un día en la vida, algo que te pasaba, una página memorable de tu biografía, desciende a la categoría de pasatiempo. El problema (sobre todo para el alumno) es que en la vida no hay botón de pausa y que una clase no es lo mismo que copiar datos a un disco.
No me sale lo de pontificar. Los que quieran grabar, adelante; hay excelentes contenidos. Se amplía la oferta académica, además, algo que es bueno por definición. Pero una cosa es un apunte y otra cosa es un profesor. Una cosa es contenido y otra es docencia. Si el aula (real o virtual) no te cambia la vida, entonces no es un aula. Quizá sea una pretensión exagerada que toda cátedra te cambie la vida. Pero ningún aula le cambiará la vida a ningún alumno si no es el docente quien decide si la clase se graba o no.
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