Arturo Pérez-Reverte y Jorge Fernández Díaz, el encuentro más esperado por los lectores
El escritor español y su colega argentino presentaron a sala llena “Revolución”, la nueva novela del autor de “Falcó”; literatura, política y periodismo en un diálogo entre amigos
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El gran clásico de la Feria del Libro: el esperado encuentro entre Arturo Pérez-Reverte y Jorge Fernández Díaz se desarrolló esta tarde a sala llena, en la José Hernández, la de mayor capacidad de la Rural. El escritor español y el periodista de LA NACION dialogaron sobre literatura durante una hora y recorrieron los libros de Pérez-Reverte, en especial Revolución, el más reciente, pero también anteriores como El Italiano, Línea de Fuego y Sidi. Fue un diálogo distendido, una charla entre amigos, con mil personas como testigos.
En el segundo sábado de la Feria, una jornada gris y lluviosa, el público copó el predio apenas se abrieron las puertas de la Rural. Algunos con paraguas, muchos con capucha y otros tantos sin nada, el público hizo fila bajo la llovizna desde una hora antes del inicio de la charla. Luego, el autor español firmo ejemplares a sus lectores en la misma sala para evitar tumultos en el camino hacia el stand de Penguin Random House, donde estaba prevista la firma originalmente. Se entregaron 200 números: una preciada pulsera que habilitó la permanencia en la sala.
En su presentación, Fernández Díaz recordó que conoció a su colega y amigo hace exactamente treinta años cuando fue a entrevistarlo para la revista Gente, dónde trabaja. “Venía con una novela que era un suceso, El club Dumas”, aclaró y contó que enseguida descubrió que tenían muchas cosas en común. “Nos gustaban los mismos libros y nos sacamos una foto en el Bajo”. Ese fue el comienzo de una larga amistad. “Ese flaco con gafas provenía, como yo, del periodismo y tenía un programa literario en la cabeza: usar los recursos del periodismo narrativo para contar sucesos de la historia. Treinta años después, es autor de unos treinta libros y es el español más traducido y más leído del mundo. Vamos a hablar de Revolución, claro, pero también de otras novelas que no podido presentar en la Argentina por culpa de la pandemia. Con ustedes, el académico, el capitán Arturo Pérez-Reverte”, remató el creador de Remil.
El público lo recibió con fuerte aplausos y, al sentarse al lado de Fernández Díaz, dijo: “Han pasado treinta años. Teníamos más pelo, menos arrugas, pero ganamos en sabiduría y lucidez”.
Antes de empezar a recorrer sus libros, Pérez-Reverte le dedicó unas palabras a su interlocutor: “La nuestra es una amistad que no necesita de palabras. Si hay algo de lo que uno puede estar orgulloso en su vida es de la gente que lo quiere. Si me quiere esta clase de gente es que algo bueno habré hecho. A un ser humano se lo reconoce por sus amigos y, también, por sus enemigos”.
“Revolución es un western, una novela de iniciación y de frontera. ¿Cómo surgió esa historia?”, le preguntó Fernández Díaz. “Cada novela responde a un momento de la vida. En este caso, quería contar una historia de aprendizaje: cómo un joven con una vida normal descubre que la violencia puede ser una fuente de aprendizaje. Para eso, le di al personaje parte de mi biografía”, respondió el autor de Falcó. El periodista quiso saber más: por qué eligió la revolución mexicana para situar la trama. “La revolución era entonces una palabra con esperanza, no como ahora que es una palabra de rencor. Esa época de revolución era el escenario que necesitaba para situar la historia”, explicó el español. Y agregó con una sonrisa cómplice: “Yo entré en Nicaragua en la época de la revolución sandinista y los vi matar y morir. A veces la vida te hace ver cosas que uno no quisiera ver. Eso te da una experiencia. Ahora sé que la revolución puede ser el peor de los infiernos, que no cambia el mundo; en todo caso, cambia el mundo de algunos. No es una visión pesimista, es especialmente realista. El protagonista de la novela adquiere la experiencia que yo adquirí en situaciones como esas”.
“Línea de fuego, que ganó el Premio de la Crítica de España, también plantea que un límite difuso entre el bien y el mal”, acotó Fernández Díaz. “La vida me ha mostrado que la línea entre el bien y el mal se difumina en ciertas ocasiones. Ya no creo en esos conceptos. Yo conozco la Guerra Civil española porque me la han contado mi padre, mi abuelo. En ese libro quise contar la visión de la guerra desde la trinchera de ambos bandos. Ahí no hay buenos ni malos: hay seres humanos que luchan y matan. Sé que a muchos no les gustó mi mirada, pero yo estoy orgulloso de ese libro: quise contar la historia de manera ecuánime. Ese tipo de aproximación realista lo aprendí hablando con torturadores, por ejemplo, o con generales como Galtieri, que entrevisté con él borracho. Así que no escribo libros para cambiar el mundo, escribo para contarlo como lo veo yo. Además, sé que no se puede cambiar el mundo con una novela ni con miles; bueno, tal vez solo con El Quijote”, remató.
Fernández Díaz resaltó que la experiencia de Pérez-Reverte en sus 21 años de reportero de guerra lo hizo ver a la sociedad “desnuda”. “Es que la ventaja de haber estado en lugares oscuros es que sabes lo que va a ocurrir, sabes que delante del Titanic siempre habrá un iceberg, sabes que, aunque todavía navegue, en algún momento se va a hundir”. Por eso, destacó el autor español, “los libros resultan un analgésico, un consuelo, un refugio”. En ese momento de la charla, el entrevistado hizo reír a la audiencia: contó que en un viaje en avión empezaron fuertes turbulencias y la gente a su alrededor gritaba con desesperación. “Y yo pensaba: qué manera más estúpida de morir, rodeado de gente a los gritos”.
Fernández Díaz contó una anécdota que le relató un fotógrafo amigo que retrató a Pérez-Reverte en estos días de visita a Buenos Aires: “Me dijo: la gente por la calle lo para y lo saluda. Es Mick Jagger”. Una vez más, el público saludó la broma con risas y aplausos. En la charla hubo tiempo, también, para hablar sobre el lenguaje y lo políticamente correcto de esta época. En un momento, Fernández Díaz pronunció la palabra “varonil” y enseguida acotó: “Con perdón de la palabra”. Se escucharon risas de complicidad entre el público. “Autocensurarse por lo correcto es una estupidez; creo que este es el siglo de la estupidez. Lo quieren imponer hasta en el lenguaje, cuando nadie cree realmente en eso. El lenguaje es mi herramienta de trabajo, como la llave inglesa de un mecánico. No puedo permitir que un cretino, por razones políticas, me cambie mi herramienta de trabajo. No se trata de purismo ni de ideología, se trata de una mirada práctica. Me opongo en defensa propia”.
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