Arturo Pérez-Reverte: “En las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente, es el más bruto”
En su novela “El problema final”, el escritor español reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad, en un homenaje al policial clásico, al cine de su juventud y también a su padre; vendió 20 mil ejemplares en España en la primera semana y hoy llega a las librerías locales
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MADRID.– Escena de la vida real: dos hombres de elegante traje se acercan con estilo señorial hacia él. La entrevista, realizada en el mítico hotel Palace, se interrumpe. Le dan la bienvenida y lo saludan con la complicidad de tres décadas de relación, sin perder las formas. Conversan sobre sus vacaciones, sobre algún restaurante que han visitado con la familia, y le reiteran que están encantados con su presencia. Fragmento de su última novela, El problema final (Alfaguara) sobre la cual conversaba antes de aquel saludo: “Si de algo estoy orgulloso, incluso más que de la orden de caballero del Imperio Británico que nunca me puse en la solapa es de mi trato con el personal subalterno. Desde muchacho aprendí que son ellos quienes solucionan los problemas, y que su buena o mala voluntad depende del juicio crítico que inspires”.
Arturo Pérez-Reverte (1951) regresa con una novela que reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad, sus puentes y espejos, un homenaje al policial clásico, al cine de su juventud y también a su padre.
Los televisores de los colectivos de Madrid anuncian el lanzamiento de la nueva novela de Pérez-Reverte que en menos de una semana vendió en España 20 mil ejemplares. En la Argentina, llegará hoy a las librerías. Tras su lanzamiento, el escritor debió partir a Londres y tras este viaje regresó a la capital española para presentar su nueva novela a la prensa. El problema final está ambientada en 1960 en la ficticia isla de Utakos, frente a Corfú. El escritor se inspiró en el actor Basil Rathbone, quien interpretó a Sherlock Holmes en 15 ocasiones, y también en su padre: “Yo acababa de cumplir los sesenta y cinco años, y mis vértebras ya no eran lo que habían sido: la edad encoge un poco, pero conservaba la mayor parte del metro ochenta y siete de estatura, el vientre plano y el rostro anguloso y flaco que en otro tiempo habían hecho muy popular las pantallas de cine”.
El problema final es una reflexión sobre aquello que nos enseña la ficción. Una tormenta aísla en una pequeña isla, donde se encuentra enclavado un lujoso hotel, a nueve personas de distintas nacionalidades y profesiones. Un crimen ocurrirá y los huéspedes le exigirán al actor veterano que ha interpretado a Sherlock Holmes en el cine que oficie como detective, que aplique su lógica y experiencia en su lectura y composición del personaje, para resolver el crimen. Pérez-Reverte plantea una novela que explora el territorio y la arquitectura del enigma de la habitación cerrada, el mismo que signó el origen del género con Los crímenes de la calle M
orgue, de Edgar Allan Poe.
“La frontera entre ficción y realidad se diluye, no está clara, es gris. Quería escribir sobre la gente que vive en el mundo de la ficción, novelistas, músicos, actores, que a veces pueden verse del otro lado de la línea. En el policial hay dos niveles: la novela convencional que tiene un enigma que el lector normal lee y disfruta; aquel donde el lector acepta un juego de inteligencia que más que buscar quién es el asesino va a ver cómo se plantea el enigma. Aquí apuntaba”.
-Una pregunta trillada que se le realiza a los novelistas es si, al comenzar una historia, saben cómo va a finalizar o si se deja llevar y sorprender con el discurrir de las páginas. Aquí usted revela lo contrario y destaca el valor del género negro: cómo el autor desde el crimen desanda hasta la pesquisa y de nuevo hacia el esclarecimiento.
-Sí. Tenía una intención clara. En este momento hay una inundación de novela negra, una saturación. Hay buenas y malas, pero hay un exceso. La novela policial, o novela problema, aparece en el siglo XIX. Luego aparece la novela sucia, del detective corrupto, donde el asesino es el protagonista, con Chandler, Hammett y Simenon. También se satura y vienen luego las novelas de espías. Te he resumido algo que tiene muchos siglos, que incluso encontramos en la Biblia o en Edipo, cuando se plantea la resolución de enigmas. ¿Es posible rescatar la primera novela policial para un público de ahora que ya ha leído todo y tantas novelas? ¿Es posible que disfrute? Ahí hay un problema técnico importante. Yo no puedo imitar a Arthur Conan Doyle o a Agatha Christie. Eso ya está hecho. El público actual lo rechazaría. Tengo que utilizar lo que el público actual sabe, con la forma canónica antigua, pero con el contenido moderno o incluso posmoderno. El lector que ha leído muchos policiales tiene que ser víctima de lo que él mismo sabe, que caiga en sus propias trampas tendidas por su imaginación.
-¿La decisión de ambientar la novela en la década del sesenta del siglo XX tiene que ver con su necesidad de alejar la trama del uso de cierta tecnología, como los teléfonos celulares?
-En mi novela no encontrarás un teléfono móvil. Eso del hacker que resuelve, nunca. Hay novelas muy buenas. Hace poco vi The Equalizer 3, con Denzel Washington, que está muy bien. Si utilizo elementos modernos, me salgo del canon, que termina en el año sesenta. Hasta ahí llega la novela de Agatha Christie. Además, necesitaba que un actor hubiese vivido la Segunda Guerra Mundial. Además hay gente elegante, que usa sombrero, que se trata de usted, que fuma de determinada manera. Yo esa época la viví. He tomado mucho de mi padre para el protagonista, Ormond Basil.
-En su reciente libro, La traducción del mundo, Juan Gabriel Vásquez señala que la historia y el periodismo son insuficientes para comprender la realidad, que necesitamos de la ficción. ¿Está de acuerdo?
-Estoy de acuerdo con él, por quien además tengo un gran aprecio. Estoy de acuerdo con que no son suficientes, pero son imprescindibles. La historia y el periodismo son fundamentales, y la ficción ayuda, pero hay un peligro en los últimos tiempos: se ha abusado de la ficción. Hay muchos novelistas sin formación histórica o escasamente cualificados. Se ha inundado las librerías con ficciones que tapan otras, como Los tres mosqueteros, o Yo, Claudio y El vellocino de oro, de Robert Graves. Hoy hay callejones sin salida: los lectores no siguen leyendo sobre un tema que les interesa, no siguen investigando sobre aquello que acaban de leer. Lo que importa es lo último que se publica y eso está tapando las novelas que son buenas. Los lectores están desorientados.
-“Los crímenes en la vida real son más fáciles de resolver en la vida real que en la ficción”, escribe en la novela.
-En la vida real matas por despecho, por accidente. En la novela, matas por intelecto, y eso es mucho más complicado.
-El protagonista es consciente de su fama. No reniega de ella. Sabe que está siendo mirado, la sociedad lo respeta. Es a partir de esta reputación desde donde se le exige cierta responsabilidad. ¿Usted la siente como intelectual?
-No. Yo no estoy en el mundo para hacerlo mejor. Estoy para contar historias. Que el mundo sea mejor o peor no me afecta en lo profesional ni en lo personal, sí en lo moral. Mis novelas quieren entretener, divertir, hacer pensar, seducir, mil cosas. Como autor conocido, hay cosas que ya no puedo hacer.
-¿Qué ha perdido con la fama o el reconocimiento público?
-No me puedo pegar con un tipo en la calle o emborracharme en un bar, como hacía cuando era reportero. Tengo mucho cuidado, pero no por miedo, sino porque tengo unos amigos, que son mis lectores, a los que no puedo decepcionar con conductas estúpidas o vulgares. Ese es mi límite.
-¿Extraña la época en la que no era reconocido?
-En algunos países puedo caminar tranquilo, y estoy muy a gusto. Pero en otros, como en Buenos Aires, los lectores me hacen fotos hasta con sus niños.
-Esta novela es un homenaje al cine de una época dorada de Hollywood. Sé que ve también muchas series. ¿Cuál ha visto recientemente? ¿Cuál le ha gustado?
-Sí, estas películas que menciono, muchas de ellas, fui a verlas al cine. ¿Sabes? Tengo mucha vida, mucha información, mucho libro leído, mucha película vista. Band o Brothers es la guerra de verdad y conozco la guerra, por eso me gusta la serie. Fauda también me ha gustado mucho. Pero me ha marcado más ver en el cine ver Blader Runner o Los duelistas o Master and Commander.
-Usted es miembro de la Real Academia Española. ¿Tiene alguna iniciativa específica desde este cargo que ocupa?
-Las he tenido, pero ya no. La Academia se está impregnando de la cobardía de los últimos tiempos. Por miedo a la presión social calla demasiado a menudo, no se atreve a plantar cara a determinadas exigencias de la sociedad. Esa dejadez de la Academia Española y de otras Academias, a la hora de señalar y decir que algo se está haciendo mal, no me gusta. No quieren complicarse la vida, no quieren enfrentarse a la sociedad. Cada vez me siento menos vinculado con muchas decisiones de la Academia, incluso hay normas de la Academia que no respeto a la hora de escribir.
-En sus novelas suele haber si no un héroe, un líder con mucho carisma. Pienso solo en las más recientes: Sidi, Revolución, y la reciente El problema final. En los últimos años van surgiendo líderes carismáticos…
-Siempre, en todos los momentos de crisis, en los desastres, la gente tiene mecanismos normales para sobrevivir, por eso aparecen los líderes que les asegura que los ayudará a salir del atolladero, que los hace sentir protegidos. Somos todos iguales hasta que aparecen las crisis. El problema es que muchas veces en las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente; es el más bruto. Eso nos ha llevado a lugares muy peligrosos. Como decía Larra: “Dios nos libre de caer en manos de héroes”.
-Surgen líderes en distintos países, algunos mesiánicos, incluso. ¿Le preocupa esta ola? ¿Cómo puede la sociedad evitar avances de estos líderes que a veces acuden a medidas antidemocráticas?
-Mira, a mi edad me preocupan muy pocas cosas. Toda mi vida he intentado criticar, señalar, apoyar. Pero tengo una edad y ya no sé lo que me queda de vida. Con los años he aprendido que la gente tiene lo que quiere tener, bueno o malo. Los falsos profetas son el resultado de nosotros mismos. Hitler es la encarnación de la Alemania herida tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. El ser humano ya no lee Historia, por eso, repite los mismos errores. Lo peligroso es que te mate la compasión: el ser humano se golpea con la misma pared mil veces, por estupidez, por fanatismo, por lo que sea. A pesar de que la gente sabia diga que estás en el abismo, siguen caminando en el abismo. Hoy no se razona, se siente. Se eleva el sentimiento a categoría de ideología militante. Y esto anula el debate, solo hay imposición y se crean los fanatismos. Esta es la nueva religión y toda religión crea apóstoles e inquisidores.
-Destaca mucho el tema de su edad. ¿Cómo vive este presente? ¿Qué le genera serenidad?
-Me atrinchero en mi reducto, con libros, con amigos. No intento cambiar el mundo a mejor, sino que intento tener una parcela de mi vida, de mis libros, de mi biblioteca que me permita vivir apaciblemente. En un mundo que cada vez me gusta menos, creo mi mundo propio.
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