Artlab: un centro cultural nocturno donde performance, arte digital y música electrónica conquistan nuevos públicos
Comer, mirar, bailar: más que una discoteca o una sede de eventos, el galpón de Roseti 93, en Chacarita, funciona como un laboratorio abierto a nuevos estímulos
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“El arte digital no es el futuro, es el presente. Estamos ante un cambio semejante a la revolución industrial”, dice Gonzalo Solimano, director de Artlab, un centro cultural de arte y tecnología ubicado en Chacarita que a un año de su apertura está en boca de todos. Pero no es solo eso. El lugar resulta difícil de clasificar porque Artlab funciona también como una productora y un programa de residencias para talentos emergentes. “El eje es la creatividad. Yo lo veo más cerca de un museo que de una discoteca”. Un “museo” que abre de noche los viernes, sábados y domingos hasta las tres de la mañana.
Quizás porque el vertiginoso ritmo de la era digital fascina a unos pocos y aterra al resto, Artlab es una rara avis en la agenda cultural porteña: funciona como un laboratorio de experimentación a puertas abiertas en el que temerosos y escépticos se sienten bienvenidos. No importa que no sepan lo qué son los NFT o que nunca hayan ido a un festival de música electrónica. Solimano lo llama “plataforma creativa de arte y tecnología”; pero lo mejor para entenderlo es ir al galpón en Roseti 93.
La experiencia empieza en el restaurante Rawseta. El chef Facundo Acevedo cocinó varios años en la embajada argentina en Londres y Venezuela, y fue convocado para transformar la puerta de entrada de Artlab. Al igual que las embajadas, esos no-países dentro de otros países, el menú ecléctico de Rawseta no se ancla en ningún lado: va desde el mushroom pie inglés (pastel de hongos) hasta la clásica cheese burger norteamericana. La barra de estilo asiático transforma al comensal en un espectador desde el primer momento. “El arte digital es un lenguaje global. El mundo globalizado con fronteras me parece vintage”, sigue Solimano.
Los viernes el ciclo Dialog genera un intercambio entre música electrónica, artes visuales y escénicas. “La gente no viene a ver a un artista famoso, sino a dejarse sorprender”, se alegra Solimano. Entonces, empieza una performance: el bailarín Iván Haidar duplica su imagen y proyecta un chat consigo mismo escrito en tiempo real. En Artlab no está prohibido usar el celular durante un espectáculo; más bien todo lo contrario: el público -variado en edades y géneros- filma y saca fotos mientras toma un trago.
“Argentina cuenta con una de las comunidades cripto más importantes del mundo”, cuenta Solimano. “En abril hicimos una muestra en Artlab organizada por el Museo de Cripto Arte de Nueva York [MOCA] que reunió piezas de artistas nacionales e internacionales. Hasta hace unos años hablar de arte digital en el MoMA era irrisorio, no le daban ni un rincón. Hoy la principal atracción es la obra de inteligencia artificial de Refik Anadol. Estamos entrando en una era que nos presenta nuevos soportes. Creo que hay que conocerlos, y luego cada artista debe identificar qué herramientas le permiten expresarse. A veces se incorporan por el hecho de ser novedosas y el resultado es poco orgánico. No todos deben ser cripto artistas”.
Solimano empezó su carrera de DJ pasando música electrónica en los 90. “En ese momento era algo revolucionario”, recuerda. “Dos décadas después David Guetta, Madonna y otras figuras mainstream la llevaron al pop y hoy ya es un sonido presente en todo lo que escuchamos”. El sello discográfico que creó, Unlock, creció hasta convertirse en una productora. En 2015 lanzó Artlab, una red para conectar artistas de diferentes disciplinas. Siete años después plantó bandera en Chacarita, donde construyó el centro cultural que se posicionó como catalizador de una escena que crece a pasos agigantados -el arte digital-, trajo al país el festival alemán Mutek y fue declarado de Interés cultural por la Legislatura Porteña.
Por otro lado, explica que la exposición de arte digital requiere de mucha tecnología para ser apreciada. “Las instalaciones inmersivas, por ejemplo, se diseñan para proyectarse en las paredes, el techo y el piso. Necesitan proyectores, servidores y a veces escenografía. Artlab le permite a esos artistas exponer; sino todo el esfuerzo queda en un render. Este año habrán pasado 500 artistas por nuestra galería”.
Para equiparse con esa tecnología de punta, Artlab diseñó un modelo de negocio mixto: “Por un lado, tenemos sponsors y lazos fuertes con instituciones internacionales, como British Council de Argentina y Canada Arts Council; además realizamos proyectos artísticos para empresas e instituciones. Por ejemplo, hacemos la curaduría del ciclo Música a cielo abierto para el Malba”. En ese sentido, la productora funciona como un puente entre la vanguardia del arte digital y las empresas. “Si nos quedáramos solamente con la audiencia específica del arte digital, que va por la tangente del entretenimiento, nos limitaríamos a un núcleo pequeño de posibilidades”.
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